La vida de un especialista del “negocio sucio”
GÓMEZ PALACIO, DGO.- Acompañado de su burro “Chicho”, fiel corcel que tiene la dura tarea de jalar al “Tiburón”, (un carromato extra largo), don José, mejor conocido por sus amigos como “El Wachis”, madrugaba para ir a buscar el pan de cada día.
Nacido el nueve de octubre de 1934, desde los 11 años, José Catarino García Siceña, se dedica al “negocio sucio”. En realidad es un especialista en el arte de escarbar, jalar, desmenuzar y rescatar todo lo que todavía puede ser de utilidad, aún con un pequeño remiendo.
De piel morena y muy arrugada, su cuerpo encorvado que alcanza 1.55 metros de estatura, manos grandes, dedos agrietados, “El Wachis” sale de un cuarto de adobe y se aproxima al patio de su casa.
Una sonrisa deja ver sólo dos amarillentos y distantes colmillos superiores, reñidos hace tiempo con el cepillo y la pasta dental.
–¿Qué le pasó a sus dientes?-, -es que me pegué con una puerta-, -¿y los demás?-, -se me fueron abajando solos con el tiempo-, explica “El Wachis”.
El olor de su casa es similar a una granja, resaltado por el excremento de dos marranos y algunas gallinas que se apoderan del lugar, un terrenito en el ejido San Ignacio.
Hoy “El Wachis” pasa por una difícil situación económica después de sufrir un accidente, todavía no está al 100 por ciento para regresar al trabajo. -Ahorita mal ‘papiado’, mejor pido jalar en una pequeña de velador-, dice. El interés ya lo condujo a buscar trabajo en varios lados, pero la respuesta es la misma: “Luego te mandamos hablar”.
Ante el caos, la organización
Hace varias décadas, el basurero de Gómez Palacio se ubicó en diferentes puntos del ejido San Ignacio, antes de llegar al lugar donde opera actualmente, hubo varios asentamientos irregulares, no había orden a la hora de tirar los desechos, los primeros pepenadores se dedicaban también a la caza de los camiones con el material más valioso y rescatable.
“Para uno nada es gratis, cuando no había tiradero tenía que darle unos centavos al chofer del camión para que descargara contigo, si no se hacían del rogar y andaban dando vueltas y uno detrás, hasta que tiraban la basura”.
“Un día llegaron tres señores en un taxi y me dijeron”:
-¿Cuánto ganas en un día?-.
-En un día no, nosotros vendemos cada ocho días-.
-Bueno, ¿cuánto ganas en ocho días?-.
-No gana uno mucho-.
-Ah, qué caray, bueno, ¿por qué mejor no se unen para que el Ayuntamiento los ayude?
“El Wachis” no conocía al sujeto del taxi, pero atendiendo el consejo juntó 25 personas. Con esa visita se formó la asociación de pepenadores adheridos a la Confederación Revolucionara Obrera y Campesina (CROC). El tiempo pasó y el grupo llegó a ser integrado por 100 personas.
Frente de la agrupación también sobresalió el nombre de Emeterio, pepenador vecino de “El Wachis” quien con el paso del tiempo acaparó el poder y actualmente es líder de uno de los cinco grupos que operan en el basurero.
“Un día quebramos los platos, lo que pasa es que él (Emeterio), quería estar como la nata, nomás arriba, me daba 20 pesos de gasto para ir a avisarles a todos que ya estaban listas las credenciales, pero a veces no alcanzaba para el pasaje”.
Al dialogar con “El Wachis”, sus manos revolotean ilustrando su narración, su sencillez invita a caer en la risa involuntaria, también interrumpe la plática sonriendo, pero asegura que no todo en su vida fue felicidad.
Contra la tristeza, el civilazo
La madre de don José murió cuando él tenía dos años, su padre sobrevivió 16 años más –andaba marchando cuando me avisaron-. Desde joven, José Catarino sólo tenía como familia directa a su hermano dos años menor, -no oye ni habla, pero también va al tiradero-, dice.
La tía Juana Siceña dio comida y cobijo a sus sobrinos; “El Wachis” siempre le decía a su hermano –qué vamos hacer-, pero nunca había respuesta.
Fue tanta la tristeza de “El Wachis” por la ausencia de sus padres que todo se le fue en trabajo, ni siquiera hubo tiempo para el amor, –es que uno se agüita- dice alzando los hombros.
Con frecuencia sentía que “se le cerraba el mundo”, pero a los 38 años, don José tuvo la brillante idea: -y si me robo una muchacha-.
Sobre la forzada unión conyugal, “El Wachis” pone la mano derecha en su barbilla y cuenta con detalles el día que se acercó decidido a su capataz en el establo y le dijo:
-Oiga, quiero ver si me da permiso para descansar un día-.
-¿Y para qué es el descanso?-.
-Es que parece que me voy a robar a una muchacha-.
-Una muchacha, ¿de veras?-.
-Sí y también quiero hablar con el patrón.
Al final de la breve charla, el capataz se comprometió a conseguir la cita con el dueño. La audiencia se encaminaba a la petición de dinero para concretar el matrimonio.
-José, te habla don Eloy-. José atendió el llamado y de prisa caminó hasta donde su jefe.
-Dígame- dijo el hacendado.
-Pos quería ver si me hacía el favor de prestarme unos centavos, son para casarme-.
-Ta´ bueno, ¿cuánto?-.
-Yo qué voy a saber, nunca me he casado-.
-Bueno, ahí te van 400 pesos.
Producto de sus ahorros de toda la vida, “El Wachis” tenía guardados 600 pesos, pero al final el dinero reunido no fue suficiente. El robo de la novia ya estaba planeado, una noche se ejecutó, los dos vivían en un cuartito del establo, apenas tenían dos días juntos cuando todo cambió.
“El día de la boda llegaron los suegros y me la quitaron, entonces fui con mi tío y le pedí que me arreglara”.
-Quiero que se me case rápido-, dijo a “El Wachis” la madre de la novia “robada”.
-Mire, no me puede obligar, digo, ¿cómo sabe si estoy bien o estoy mal de dinero?-.
-¿Qué le falta?-.
-Pues que me complete el civilazo-.
Fue entonces con la aportación de los suegros como José y Guadalupe fueron a la oficina del Registro Civil y contrajeron matrimonio y tuvieron cinco hijos. Al regresar inició la construcción del primer cuartito de su casa, una pequeña habitación de adobe que con las últimas lluvias, está a punto de venirse a bajo.
El baile, el vino y “El Wachis”
Concentrado siempre en su trabajo de los establos que alternaba en ocasiones con el basurero, José Catarino se tomaba un día a la semana para relajarse y divertirse con sus amigos.
Dice que antes los bailes eran diferentes, más tranquilos, ahora apenas empieza la música y todos se empiezan a pelear. “Cuando uno iba al baile se echaba un cervecita y a veces hasta que amaneciera, estábamos frente al reloj del mercado, ahí se hacían los bailes, cerca de los carros de sitio”.
En San Ignacio también se escuchaba la música. “Unos tenían un tocadiscos y lo traían de un lado para otro tocando”, comenta don José mientras señala en diferentes direcciones con su dedo.
Cuando empezaban las fiestas, José y un amigo se cooperaban para comprar una botella de mezcal de litro, costaba seis pesos, “luego, luego nos poníamos a echar traguito”.
El mote de José se originó por su singular forma de invitar a sus amigos a departir con su botella. -Cuando estaban todos serios me paraba y le decía: ¡Hey!, están todos aguados, échense un “wachincol”. La frecuencia con que hacía la efusiva invitación alzando las manos al aire, le otorgó el apodo de “El Wachis” que todavía conserva.
La lucha diaria por la basura
“Hay basureo no te acabes”, grita sonriendo “El Wachis” a sus amigos. “En la casa tengo una ‘garrita’ de tele y una ‘garrita’ de radio, los dos funcionan”. Pero no todo es sencillo, a veces la gente se pelea por la basura, y en algunos casos, hasta la policía interviene.
Dentro del actual basurero de Gómez Palacio, don José señala a los grupos de trabajadores y recuerda cómo antes todos estaban organizados, había cooperaciones para los casos de emergencia, -cuando alguien se cortaba, teníamos para la curación, a veces, a los heridos se los llevaban en el camión de la basura-.
Los desperdicios más pelados son de comida, desechos acumulados en botes o costales que son destinados para los marranos de los pepenadores, algunos tienen dos o tres animales como “El Wachis”, otros forman un verdadero negocio, al alimentar casi el centenar de “cochinos”.
Mientras don José avanza entre los improvisados caminos que rodean las montañas de basura, describe brevemente su jornada diaria: “La gente se forma atrás del camión que va a tirar, luego cada quien jala las bolsas y las abre, todo lo echan en botes o costales”.
El olor es insoportable, no huele como la basura acumulada en casa un fin de semana, huele mil veces más, las moscas zumban cerca de los oídos, las más osadas se detienen en la cara, el manoteo no se hace esperar y es mejor buscar un lugar más despejado.
De regreso en su casa, “El Wachis” se estira y toca su pecho, se queja de sus costillas, todavía le duelen, hace seis semanas regresaba del basurero cuando “El Chicho” se desbocó, “El Wachis” se puso de pie para detenerlo, pero de un jalón fue a parar al suelo, desde entonces no ha vuelto a trabajar.
“Nada más voy con el doctor de la presidencia, pero ahora que me caí no fui”, dice “El Wachis” mientras empieza a despedirse por el llamado de su mujer para cenar. Hoy el ingreso de su familia se complementa con el escaso trabajo de sus hijos, don José sólo espera recuperar su salud para volver a buscar el pan de cada día.