TORREÓN, COAH.- Con su vieja cámara Polaroid, Pedro Bustos Jiménez ha pasado los mejores años de su vida, experimentó la prosperidad pero también las limitaciones económicas a consecuencia de los excesos propios de la juventud.
En 1947 Pedro se encariñó con el oficio de fotógrafo en su natal Nueva Rosita, Coahuila y desde entonces ha vivido de eso. “Es un orgullo trabajar por tu cuenta, es mejor mandarte tú mismo a ganarse un salario”, dice mientras platica sentado en una banca de la Alameda en un día como tantos.
A Pedro, de 75 años de edad, es normal verlo con su vieja cámara Polaroid con la que ya tiene más de 40 años, cubierta con una franela roja “para que no le entre la luz”, en la Alameda Zaragoza, por donde se alquilan los caballos poney, de los que también es el encargado.
¡Una foto, don Pedro, una foto!, le grita uno de los muchachitos que trabajan paseando niños en los caballitos y se acerca el fotógrafo listo para captar a la pequeña con su papá y el poney.
-¿Con esa cámara toma fotos? ¿Funciona todavía?, le dice el padre de la pequeña a Pedro al ver la Polaroid con la franela y pilas doble A por fuera de la cámara, pero éste ni se inmuta, acomoda bien su cachucha beisbolera y se apresta para afocarlos. “Ahorita verá”, le dice el fotógrafo.
-¿Cuánto es?
-Son cuarenta pesos de la foto y veinte del paseo.
-¿Sesenta pesos por eso? ¡Ah, caray!... ni modo, dice el papá de la niña mientras se aleja observando la foto donde aparece sonriente con su pequeña y otra hija mayor.
Ágil a su edad todavía, esbelto, menudito, de 1.50 metros de estatura, Pedro acude a diario a la Alameda, desde hace cinco años, pero vino a Torreón por primera vez en 1962, proveniente de Monterrey, Nuevo León, donde estuvo trabajando en la zona de tolerancia.
Cuando hacía sus pininos como fotógrafo allá en Nueva Rosita, por 1947, un profesor de primaria lo enseñó a revelar las fotos y le dijo que si en verdad le gustaba, podría vivir de eso, pero tendría que hacerse de una cámara profesional, de 35 milímetros. “Pero tienes que irte a una ciudad grande, me dijo el maestro y me fui a Monterrey”.
Ya establecido en la Capital de Nuevo León, Pedro empezó a ver que sí era negocio, pues compraba su material en centavos y ganaba en pesos.
-“Anduve trabajando solo, además de las fotos vendía joyería y zapatos para un señor. Ganaba muy bien, aunque luego me llamó a cuentas el sindicato de fotógrafos, pero con todo y eso me convino porque conocí a un patrón y tuve mucho trabajo bien pagado.
-“Tuve una época muy buena en Monterrey allá por 1955. Éramos como 12 compañeros que trabajamos con un fotógrafo, él era el dueño de las cámaras y la mitad de lo que sacábamos era para nosotros. Me fue muy bien, lo malo es que nunca ahorré y en la juventud se despilfarra, gasté mucho en mujeres, juego y vino”.
Allá por los 60’s, cuando salió a relucir el escándalo de “Las Poquianchis”, recuerda, cerraron la zona de tolerancia de Monterrey, que era muy grande, ubicada en la colonia Estrella, pero la conocían como “El Trébol”.
Antes de conocerse el sonado caso de “Las Poquianchis”, dice, los cabarets tenían sus propias mujeres y luego del escándalo, se puso fin a la compra y venta de mujeres, algo que existió por muchos años.
Mientras come su lonche de carne con aguacate acompañado con su coca de medio litro, recuerda que ya en Torreón, se casó en 1963 y tuvo cuatro hijos, aunque posteriormente se separó de su mujer y regresó a su lugar de origen. “Yo me quedé con los cuatro; tres mujeres y un hombre. Crecieron en Nueva Rosita, pero luego se vino la más chica a estudiar Derecho aquí”.
Hace cinco años Pedro decidió volver nuevamente a Torreón, donde vive con su hija, ya casada, pero él sigue trabajando, a veces saca buen dinero, dice y algunos domingos se va a bailar a la Plaza de Armas “El ‘cangrejito playero’ y hasta con cinco chavas, yo solo”, dice al momento de hacer un gesto de suficiencia.