Resignación, sólo queda esperar lo que sigue...
GÓMEZ PALACIO, DGO.- Dolores creía que cuando su hijo Luis saliera de la cárcel, su pesadilla iba a terminar. En noviembre se van a cumplir cuatro años de aquella fatídica experiencia. “La jefita” ya no va diariamente al Cereso de Gómez a llevarle de comer a “Luisito” ni a sus compañeros de celda, tampoco está intranquila al pensar que algo le pueda pasar adentro y mucho menos se somete a la humillación de ser revisada por los custodios, pero “la jefita” ya entendió que aunque pase el tiempo, esa herida jamás va a cerrar...
Pasaban las seis de la mañana, los niños dormían plácidamente. Era noviembre de 1999, el frío calaba hasta los huesos...
-“Ya se me hizo mucho que Luis no llegue, a lo mejor se quedó a trabajar otro turno”, le dijo Conchis a su suegra, la señora Dolores.
Andaba en el horario de la noche, laboraba en la maquiladora Pami (ubicada en el periférico de Lerdo) y generalmente para las siete de la mañana ya estaba en casa.
Una... dos... tres... cuatro horas y de Luis nada. La tarde llegó, alguien tenía que llamar al trabajo para preguntar por él, Reyna (la hermana de Luis) se acomidió.
A Dolores aún se le hace un nudo en la garganta al recordar todo eso; Reyna no llora ni se le quiebra la voz al platicarlo, pero su mirada se pierde, se pierde en esa horrible pesadilla.
“Fui a la casa de una amiga para que me prestara el teléfono, marqué a la maquila y le pregunté a la secretaria por Luis. Su voz no se me olvidará jamás, de la peor manera me dijo: ‘Luis está en la cárcel por intento de robo’ ”.
Como si se tratara de un fierro ardiendo, Reyna aventó el auricular, se preguntaba qué sucedía, por qué la secretaria le dijo eso, ¡¿y Luis?!
Reyna estaba totalmente desesperada, no sabía cómo se lo iba a decir a Conchis y a su mamá Dolores, le preocupaba mucho esta última, pues cuatro meses antes le había dado un infarto, su estado de salud era delicado.
“Cuando llegué a la casa me fui al patio a llorar, de ratito Conchis salió y me preguntó qué tenía. Cuando le dije lo de Luis casi se me desmaya”.
Luis había estado trabajando en la lavandería de la maquiladora; pero durante la noche, uno de sus compañeros intentó robar unos pantalones. Los vigilantes lo descubrieron y ellos mismos le sugirieron que involucrara a más personas asegurándole que de esa forma no lo iban a detener. “Entonces, cuando Luis y otros de sus amigos iban a cenar, el muchacho los señaló diciendo que eran sus cómplices”, platicó Dolores.
Todo sucedió rápidamente; los 13 inculpados fueron llevados a las oficinas de la Policía Judicial de Lerdo. Un hermano de Dolores acudió en ayuda de Luis, le llevó una cobija y otras cosas porque creyó que iban a pasar ahí la noche, pero extrañamente –en menos de seis horas- los trasladaron al Cereso de Gómez Palacio sin aún haber un dictamen del juez y ni siquiera del Ministerio Público. Desde el principio, las cosas se manejaron turbiamente.
Dolores hace una pausa antes de seguir con el relato. Está en la sala de su casa, sobre los sillones hay varios recipientes que fueron colocados en dirección de las goteras. Debido a las fuertes lluvias todo el techo se transminó.
“Ay.... como madre, es algo que no le deseo a nadie, el mes que Luis duró en la cárcel fue una pesadilla que ya no quiero recordar”.
Los familiares de los 13 afectados se unieron para contratar ayuda y demostrar la inocencia de los muchachos. Los abogados los buscaban como abejas a la miel, les ofrecían sus servicios y la seguridad de que los “echarían para afuera en 24 horas”, pero había un pequeño detalle, los exagerados honorarios... “el que nos dijo que los sacaba libres en un día nos cobraba hasta 30 mil pesos por cada muchacho. Yo estaba dispuesta a conseguir ese dinero a como diera lugar; pidiendo prestado, trabajando, empeñando mis cosas, pero cuando el abogado ese nos dijo que siempre no los iba a poder sacar en ese plazo sino en más, pues fue cuando dije que no, así no”.
Sin dinero y con la mortificación permanente de que algo les pudiera suceder adentro, pasaron las primeras dos semanas. Aún no tenían un buen abogado, pero el padre de uno de los acusados les platicó a los demás sobre una licenciada muy buena, Norma Becerra, quien de inmediato aceptó ayudarlos. “Nos dijo que no nos iba a cobrar y no nos cobró. Gracias a Dios dimos con ella. Trabajó muy rápido...”.
En ese tiempo, Dolores hubiera querido que los días tuvieran más de 24 horas. Durante todo el mes que Luis estuvo preso se levantaba a las seis de la mañana para hacerle de comer, luego iba al Cereso y se quedaba ahí “hasta las seis de la tarde que nos corrían. Después de eso íbamos a buscar a la licenciada para que nos informara cómo iban las cosas. Cuando Conchis no tenía dónde dejar a los niños nos los teníamos que llevar a pesar del frillazo que hacía”, platicó una Dolores que en los últimos meses ha tenido que lidiar con la diabetes, sus problemas del corazón y las interminables preocupaciones de dinero.
Mientras afuera Dolores hacía hasta lo imposible para sacar a su hijo, adentro, Luis se enfrentaba a la dura vida del penal. Diariamente comía “frijoles cholos”, así les dicen porque traen piedras y palos, pero eso no era lo peor, sino que siempre estaban a la expectativa de que alguien los pudiera golpear o matar.
“A Luis lo quisieron picar, pero un muchacho que vive por aquí (su casa) lo defendió. Yo siempre procuraba llevarle comida a los compañeros de Luis para que lo cuidaran. Había dos chavos que cuidaban a un narcotraficante y también les encargaba a ‘m’ijo’ y como sabía que les gustaba mucho el café, siempre les llevaba para granjeármelos”.
Dolores casi no dormía, durante toda la noche daba vueltas y vueltas en su cama. Le prometió a San Judas que si liberaban pronto a su hijo iba a hacer reliquia para los presos el 28 de octubre del año siguiente, fecha en que se conmemora al santo.
-Voy a ir a Durango para ver al procurador y explicarle cómo está el caso- les dijo la licenciada Norma Becerra a los familiares de los acusados.
Tenían el tiempo encima, pues se acercaban las vacaciones navideñas. Si no los sacaba antes del 20 de diciembre, iban a tener que pasar ahí la Noche Buena y el Año Nuevo y esperar hasta que regresaran a los juzgados para seguir con el proceso.
Llegó el día en que la defensora hizo el viaje; esposas, padres de familia, hijos... todos querían saber qué noticias traía. La esperaron hasta altas horas de la madrugada afuera de su casa. Era la noche del 17 de diciembre.
-El procurador estudió el caso y vio que no había ningún delito que perseguir. Los muchachos habían estado injustamente en la cárcel, así que les otorgó el perdón y dio la orden inmediata de que salieran libres sin quedar fichados, dijo la licenciada a todos los familiares, quienes en ese momento comenzaban a ver por fin la luz.
18 de diciembre de 1999. Desde muy temprano los familiares y la abogada se dirigieron al Cereso para buscar al juez. Tenían la orden inmediata del procurador de dejarlos libres... “Pero el juez, que era de lo más déspota y prepotente, dijo que no nos podía recibir porque estaba muy ocupado: leyendo el periódico”.
Las injusticias ya habían sido muchas y no estaban dispuestas a vivir otra más. “Delante del juez le dije a la licenciada que le hablara al Procurador para decirle que el señor no estaba acatando las órdenes que dio, fue del modo que nos hizo caso”, explicó Dolores.
Después de varias horas, Luis y sus doce compañeros salieron libres. Todo fue aplausos, risa, llanto, emoción, en ese momento el Centro de Readaptación Social era una fiesta, bueno, casi. Uno de los 13 inculpados estaba realmente deprimido. Su esposa lo había dejado.
“El juez tuvo el cinismo de mandarlos llamar para decirles que él sabía que eran inocentes, pero que la Ley es la Ley y él tenía que cumplirla”.
En la maquiladora les volvieron a ofrecer trabajo y les pagaron hasta el último peso; pero ni Luis ni sus amigos quisieron regresar.
Ya van a cumplirse cuatro años de que sucediera esa pesadilla, Dolores dice que el otro día se acordó y soltó el llanto.
Luis, su esposa Conchis y sus hijos Francisco, Luis y Alejandro, ya no están aquí, hace tres años se fueron a Juárez, según Dolores, huyendo de esa mala experiencia y con la esperanza de encontrar un futuro mejor.
“M’ijo duró mucho tiempo muy deprimido, estar en la cárcel es una cosa horrible. Los malvivientes ya traen su catéter para inyectarse la droga, ahí mismo se las venden. Si le caes gordo a uno te golpean y esto sin contar que por todo les cobran, hasta por tener celda”.
En su pecho, Dolores tiene una gran cicatriz debido a la cirugía de corazón que le hicieron; padece diabetes y hace dos meses sufrió dos infartos cerebrales. Las penurias de la cárcel quedaron atrás, ahora, a hacerle frente a lo que sigue...