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Relatos| La vida es un caleidoscopio

Todo depende del color con que se mira

TORREÓN, COAH.- En esta vida nada es verdad, nada es mentira, todo es del color del caleidoscopio con que se mira.

Y así ve la vida, esa es la filosofía de Javier Pérez Rodríguez, “El Güero” o “El Rey del Danzón”, como lo conocen muchos a este conocido personaje que un día sí y otro también, recorre las calles de la ciudad vendiendo sus “tubitos” , pero que él llama y promueve orgulloso como artículos didácticos, terapéuticos que relajan, tranquilizan y en el caso de los niños, estimulan su mente, la vista y la imaginación.

“Para ser felices, hay que estar contentos con lo que tenemos, valorarlo y disfrutar día con día esta vida que es irrepetible, intensa, vibrante, colorida, igual que las mágicas figuras de los caleidoscopios”, dice con entusiasmo.

Con su característica gorra tipo inglesa, impone su personalidad y desde el 73 forma parte de su atuendo, ya sea para ir a bailar a la Plaza de Armas, a impartir sus clases o para vender sus caleidoscopios, invariablemente una mochila bajo el brazo lo acompaña.

Para él, en la vida, como en las figuras de los caleidoscopios, todo es “ilusión óptica” o cuestión de percepción, porque “vemos lo que queremos ver, pero pone a prueba, la capacidad de ver las cosas como vivo o como muerto, según “El Maestro” como lo identifican sus decenas de alumnos de clases de danzón y baile de salón que imparte en el Seguro Social, en la Casa de la Tercera Edad en Ciudad Lerdo y en domicilios particulares.

Hablar con “El Güero” es embeleso, es captar infinidad de emociones, pues su pasión por lo que hace, sencillamente se contagia. Su mirada directa pero sin arrogancias, su porte distinguido y el brillante pelo rojo, hablan de una persona que vive y siente sus dos contrastantes actividades, lo mismo cuando recoge tubos de cartón en la calle que cuando viste con glamour para participar en un concurso de baile o ser “el plato fuerte” en alguna elegante recepción social.

Nieto de un irlandés y de madre norteamericana, “El Güero” abre su cálida casa, allá por el rumbo de la colonia Ana y con la misma espontaneidad lo hace con su corazón, para hablar sobre un poco de lo mucho y bueno que le ha dado la vida.

Y parafraseando aquella hermosa canción de Violeta Parra, “Gracias a la Vida”, funda su diario vivir en el ser más que en el tener, dice que no necesita más que vida para vivirla y plenamente, haciendo lo que le gusta, junto a Carmelita, su esposa, compañera, amiga desde hace más de treinta años y sus dos hijos.

Con su inseparable Carmelita a su lado, dibujando algo sobre un papel y observando fotografías, se rodea de tubos de cartón, de esos que quedan de los rollos de telas, sobre una pequeña mesa, tiene de todo, clavos, papeles, restos de bolsas, algunas tiras de cartón, de periódico, papel celofán, cajitas pequeñas con plásticos de calaveras de autos destrozadas en accidentes, focos de series navideñas, todo lo imaginable y reciclado está ahí, a su alcance, para que lo transforme en lo que posteriormente será el prisma de un caleidoscopio que irá a parar a las manos de un niño inquieto o de un adulto que en su infancia, anheló tenerlo y disfrutarlo.

Pero qué es lo especial de este objeto y de quien lo elabora? Lo es todo: Desde su diseño y la selección de las figuras que tendrá en el interior, que son inimaginables y hermosas como los vitrales de algunas iglesias, casas residenciales o restaurantes europeos.

¿El caleidoscopio, lo único infinito?

El caleidoscopio es un invento científico del escocés David Brester en 1816, fue lo primero que se hizo en el mundo, en el siglo XVIII, época victoriana, para ver de lejos el reflejo de la luz a través de los cristales.

La palabra viene del griego kaleidos, imagen bella y copio, ver o mirar.

Nadie hace caleidoscopios de éstos en Torreón y Javier Pérez ya va en el número 209 mil tubos elaborados y vendidos. Este 15 de diciembre cumple 20 años de dedicarse a ellos.

Es un invento infinito, según afirma, pues son miles de millones de figuras las que se observan mientras se va girando lentamente.

Por medio del caleidoscopio dirigido hacia la luz del sol, ésta entra y al pasar por las piezas o papeles de colores provoca una ilusión óptica, maravillosa.

Su técnica nace en una época más o menos en 1982 en un tiempo en que escaseó el trabajo y a partir de ahí, la formación de figuras multicolores sobre aros redondos, ha sido “pan de cada día”.

Contienen todos los colores del arco iris sobre todo el intenso rojo de la fuerza, el anaranjado que despierta el hambre y el azul.

Para encontrar los elementos básicos de estos objetos, “El Güero” visita yonques, refaccionarais, bazares, talleres de aparatos eléctricos, negocios donde procesan el vidrio, las micas de plástico, todo se utiliza.

“El Güero” siempre viste de traje, sus zapatos blancos o de colores combinados, el uso de tirantes con los pantalones y su gorra que combina de manera elegante, le dan siempre una apariencia sobria.

Eso no obsta para que al regresar de impartir sus clases si observa en alguna esquina montones de cajas, selecciona el tipo de cartón que más le gusta y lo carga para llevarlo a casa.

Es el mismo caso si a su paso, halla un vistoso papel celofán en color rojo o verde, o tal vez la cajita de plástico azul de las mentas o los restos de unos focos producto de accidentes, no se salvan de pasar a su pequeña bodega para ser utilizados luego en un caleidoscopio.

“Los elaboro no de lo que a los demás les sobra, sino de material reciclado, lo que otros no saben utilizar”, aclara.

Y por ejemplo, el material con que forra el tubo de cartón, cuando ya en su interior colocó las piezas claves y multicolores para hacer su obra, forma parte de los gruesos muestrarios de colores y texturas de tapices que le regalan sus amigos dedicados a esta actividad.

Así, clavos, cartones, papeles de colores, vidrios, restos plásticos de calaveras de autos destrozadas en accidentes, bolsas de hule, periódico, todo lo reciclable, tiene pues un buen uso.

“Y bailan porque bailan”….

Pero qué tiene que ver el baile con este oficio de hacer caleidoscopios.

Para “El Güero”, el baile e impartir clases de danzón y bailes de salón, es otra faceta de su vida, “es como el aceite para el motor”, dice él, mientras sus ojos se iluminan con gusto al evocar un paso de danzón, la manera como suave y armoniosa, debe escucharse primero una melodía de éstas, para después, empezar a bailarla con ritmo, con gracia y con deleite.

A quien “El Güero” le da clases de baile, aprende, está garantizado, “baila por que baila”, afirma.

A través del baile, “El Güero” brinda valiosas terapias a sus alumnos, lo mismo de cuarenta que de cincuenta, sesenta años o más, pues conjuga lo que se le conoce como musicoterapia pero enriquecido con movimientos corporales, de esta forma se integran cuerpo y alma a un ritmo.

Lo que busca transmitir mientras coloca su mano sobre la de alguno de sus alumnos que desea aprender a bailar, es la necesidad de escuchar y luego sentir cada nota, para traducirla en movimiento de pies, manos, cuerpo, todo suavemente de manera que al moverse, tal vez torpe al principio pero gradualmente con seguridad, la persona exprese sus inquietudes, sus emociones y abra su espacio a algo nuevo.

Desde los cinco años descubrió su gusto por el baile, debido a la fuerte influencia de su tío Raúl Pérez García. Así, el jazz, tango, dock ad Roí, música de discoteque, pasaron por su cuerpo.

Hace más o menos 35 años, desde que casó con Carmelita Mireles, se especializó en Danzón y su talento fue afinado por el afamado coreógrafo del Teatro Blanquita y quien fue miembro del ballet de Amalia Hernández, Armando Medina.

A la fecha ha triunfado en 18 concursos de danzón ya con una técnica propia.

Ni con la venta de caleidoscopios, ni tampoco con las clases de baile, “pretendo sobrevivir, pues no es ésa mi prioridad, dice convencido. Los tubos grandes los vendo en 25 pesos y las clases, es por cooperación de los alumnos, entonces, “mi mensaje es claro, transmitir emoción, gusto”.

Yo hago lo que otras personas no hacen, “sencillamente lo que me gusta, aunque no tenga dinero, ni un carro a la puerta, ni tampoco una gran residencia o muebles finos, una rimbombante profesión, lo cual en sí no es malo, ni tampoco bueno, todo depende de lo que para uno sean sus prioridades, su proyecto de vida, lo que en realidad se necesita, con lo que uno puede sentirse feliz.

A sus 56 años, con aspecto fresco, ligero, limpio y jovial, dice que ha vivido con lo que ha querido, como ha querido y si viviera otra vez como reza el poema que se le atribuye a Jorge Luis Borges, “volvería a bailar, a hacer caleidoscopios y me casaría otra vez con Carmelita.

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