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Relatos | Más que una pelea

Los boxeadores fueron llamados a la ceremonia de pesaje; la mayoría se despojó de sus tenis, luciendo sin pudor los calcetines, para subir a una báscula más bien casera.

Gómez Palacio, Dgo.- A las ocho de la noche del viernes 19 de septiembre, se abren las puertas de la Arena Olímpico Laguna de Gómez Palacio para recibir a los aficionados al box. Es la segunda función de la convocatoria Guantes de Oro del Tercer Torneo Goray 2003.

De un alambre retorcido, a la entrada del cincuentenario edificio, penden los programas que anuncian las peleas de la noche. Por primera vez, el nombre de Juan Pablo Castañeda aparece impreso en un cartel.

El “Wini”, como lo llaman sus compañeros de gimnasio, va camino a su primer combate de competencia. No le pagarán un solo peso por los golpes que reciba, pero de ganar, formará parte de la Selección Lagunera y será enviado al Comité Olímpico para el torneo nacional. Ahora, en su mente está la meta más inmediata: vencer en esta pelea.

Los últimos tres años de su vida, Juan Pablo los ha pasado entrenando bajo la supervisión de su manejador, Rodolfo “Chivo” Díaz, boxeador retirado, originario de Ciudad Lerdo, Dgo., donde desde 1981 –precisamente el año en que nació Juan Pablo-, prepara pugilistas.

-A él le tengo mucha fe– asegura el hombrazo cuyos ojos parecen más grandes detrás de los gruesos cristales de sus lentes.

-¿Verdad que te lo he dicho muchas veces? Le digo: mira, tú vas a ser campeón “Wini”... Y va a ser, primero Dios.

El “Chivo” destaca las cualidades de Juan Pablo: “Es muy valiente, en el box es lo que se necesita, el coraje, si no hay coraje no hay nada... El coraje, el corazón grande”.

Juan Pablo tiene además otras características de los grandes pugilistas: un origen humilde, una vida difícil: en los últimos meses, el “Wini” atraviesa corriendo las tres ciudades conurbadas de La Laguna para llegar al entrenamiento en Lerdo, porque no tiene trabajo. Vive en la casa de una tía en la colonia Jacarandas en Torreón.

Su época como pandillero y después en el Centro de Readaptación Social de Gómez Palacio lo han hecho un hombre solitario: -Porque no deja nada bueno andar con la banda-.

Nada más terminó la primaria y luego se dedicó a trabajar en la obra, así fue como descubrió el gimnasio “Chivo Díaz”.

-Pasaba en el camión y veía el anuncio aquí fuera y ya tenía rato que le quería caer, nomás que apenas hace poco, ya voy pa’ tres años, me decidí y vine y pregunté que cómo estaba aquí el ambiente y así empecé.

El “Wini” ignora su peso y estatura exactos: -Mido 1.60, 1.65... Peso 58 kilos. Más tarde, la báscula lo corregiría. Tampoco lleva la cuenta de sus peleas.

Al cabo de unas horas, este hombre moreno, afilado, demacrado, que esconde su mirada café bajo una cachucha negra, pagaría su desdén por los números.

El viento fresco pega de lleno en la cara de Juan Pablo al entrar en la Arena, uno de los viejos recintos laguneros de box que se mantiene en pie, donde las paredes, las barras metálicas soldadas en forma de bancas y hasta los vestidores, parecieran ser los mismos de hace 50 años.

-Me siento bien. Yo no me siento nervioso, ni nada. Ya quiero que empiece, lo que se va a hacer, que se haga.

Su semblante denota la falta de alimento a que se sometió, más allá de las tres de la tarde de ese día, hora a partir de la cual le prohibieron comer. El hecho también se refleja en la pequeña cámara que funciona como vestidor de la Arena, durante la ceremonia de pesaje, acto desprovisto de todo protocolo: 57 kilos. Uno menos.

Cuando su contrincante hasta ese momento, Víctor Enrique Álvarez, sube a la báscula la manecilla llega hasta los 64 kilos.

-Es mucha diferencia-, dice Luciano Flores Juárez, presidente de la Asociación de Box de Aficionados de La Laguna, juez y jurado de los encuentros de la noche, quien decide suspender la lucha.

Juan Pablo se mortifica, de un momento a otro todo terminaba y ni siquiera había subido al ring. Pero no se da por vencido, insiste ante Luciano, quiere pelear.

-Hey, Chano, ahí está el que traigo yo. Mételo con él, está del mismo tamaño- dijo una voz perdida entre los aspirantes a boxeadores.

-¿Quién es? ¿Con él?

Juan Pablo asiente con la cabeza.

-Bueno... ¿Cómo te llamas tú?

-Israel Carrillo.

-Ta bien “Wini”, ta bien- lo animan los otros pupilos del “Chivo”.

Israel, de 19 años, unos 175 centímetros de estatura, tampoco tenía peleador para su peso: 69 kilos.

¡Primera pelea, primera pelea! ¡Ya vienen los guantes!

El momento se acerca. Juan Pablo lo ignora, pero le toca subir al ring en la cuarta pelea. Mientras se realiza el primer combate, enreda las amarillentas vendas alrededor de los nudillos de su mano derecha, pasa la tira por el dedo pulgar y sigue hacia arriba, cubriendo las muñecas. Luego repite el procedimiento en la mano izquierda.

De un tirón se saca la enorme camisola roja con el logotipo del equipo de futbol americano de San Francisco y se enfunda en la camiseta de tirantes obsequiada por la bicicletería que patrocina la competencia, “Goray”, publicitada ahora en su espalda. Por el frente se lee: “Torneo de la Revolución”.

A Juan Pablo le tocó una camiseta roja. Es el color que lo identificará en el cuadrilátero.

El “Wini” complementa su atuendo con un holgado short gris, que exhibe un agujero sobre la rodilla izquierda. Tiene descosida la bastilla en esa misma pierna. No lleva botas, va a pelear con tenis porque “tamos empezando”.

Excepto el protector bucal, que es propio, el resto del equipo es prestado por los organizadores: guantes, careta y concha, el protector genital.

A Israel le toca la camiseta y los guantes azules. Lleva un short negro que combina con botines del mismo color.

Ambos esperan la llamada: son las diez de la noche con 20 minutos.

-¡Cuarta lucha! ¡Cuarta lucha!

-¡Israel Carrillo! ¿quién es Israel Carrillo?

-¡Juan Pablo Castañeda!

Los peleadores vuelan sobre la escalinata que los separa del ring.

El réferi Luciano Flores, Júnior, -también boxeador-, les asigna la esquina según el color de su camiseta. Trepan al encordado, Juan Pablo queda de frente al vestidor, Israel de espaldas.

El público expectante escucha: “Esquina roja... Juan Pablo Castañeda. Gimnasio “Chivo” Díaz. Esquina azul... Israel Carrillo. Gimnasio Mapimí”.

El réferi extiende los brazos en forma horizontal con las palmas de las manos abiertas hacia los muchachos... Clinc, clinc... Ahora lleva el brazo derecho hacia al frente, con la palma hacia arriba y ordena: ¡Box!

Los peleadores chocan sus guantes amistosamente, inclinan los cuerpos hacia delante, suben los brazos en posición de guardia, “bailan” y giran sobre la lona de plástico azul marino que tiene impresa: Arena Olímpico Laguna. Empiezan a lanzar golpes, a reconocerse.

Los saltos y giros del “Wini” y las esquivadas de Israel, encienden a los aficionados: los de la izquierda del cuadrilátero toman partido por el “Rojo”. Frente a ellos, los parientes y amigos del “Azul” vociferan instrucciones y gritos de apoyo.

La familia de Juan Pablo no está. Su mamá y sus cuatro hermanos viven en San Luis Potosí.

-Mi tía no me dice nada... Sí sabe que ando entrenando, pero nunca le aviso que voy a pelear ni nada, siempre hago mis cosas yo solo. No le pido ni pal camión ni nada.

Diez días antes de la pelea, el “Wini” terminó con su novia.

–Por chismes, me empezó ahí a decir y a reclamar, ya no me quedó decir nada, nomás darle la vuelta, yo no quise rogarle tampoco.

¡Jabéalo! ¡Bájalo! ¡Dale, dale! ¡Bien, bien! Toda clase de vocablos se confunden unos con otros; producen un ruido ensordecedor.

El contraste en el ring se aprecia en la estatura, complexión y color de los adversarios, pero a cual más de los dos tiran golpes, se defienden, dan la batalla.

La gente en las bancas se observa más que complacida: “Ésta es la mejor”, dicen de las peleas.

Comentan la habilidad del “Wini”, que como describiera el “Chivo”: “Pelea así mareado, así un poco retirado, ya peleó con Arturo de la Cruz, que es un peleadorazo, grande... Fue una pelea cerrada... Tiene mucha experiencia, es un peleador variado, se mueve bastante, le brinca para todos lados, es lo que tiene: no para. Golpe y sale. Golpe y sale. Es buen peleador, valiente”.

También se habla de la resistencia de Israel, que más tranquilo, acecha a su presa y pega cuando tiene que hacerlo.

Han transcurrido los primeros 90 segundos, de los dos minutos que durarán el primero y los demás rounds.

Israel conecta un uppercut sobre Juan Pablo. El golpe de abajo hacia arriba estrella su mentón contra el guante de Israel, pierde el equilibrio y su adversario lo “coce” a puñetazos.

El réferi para la pelea. Toma por la cara a Juan Pablo, escudriña su rostro y cuenta.

Uno...

Dos... En las bancas, unos hacen burla chiflando; otros aguardan en silencio el veredicto.

Tres...

Cuatro... El “Wini” camina en círculos con la mirada clavada en el suelo, se detiene y toma todo el aire que sus pulmones le permiten.

Cinco... ¡Hey, son once kilos de peso! Interviene por primera vez Lenin Alí Agüero, boxeador amateur, también discípulo del “Chivo”, que asiste a Juan Pablo en esta pelea. Dos infartos y una severa advertencia médica impiden, desde hace tiempo, que Rodolfo Díaz acompañe a los muchachos durante la lucha: -Ya no puedo, nomás voy a los campeonatos-, se disculpa el manejador.

Seis...

Siete... A una seña del réferi, Juan Pablo levanta los brazos y clava su mirada en sus ojos.

Ocho...

Nueve...

¡Venga! La pelea se reanuda; El “Wini” respira, no tan aliviado.

-Está más pesado el azul... ¡Eh! ¡Eh! ¿Qué onda? Esta pelea la vamos a protestar. Son siete kilos de más... Reclama Lenin al jurado al tiempo que sacude la tercera cuerda del ring.

¡No, no, no! –Grita desesperado- Son muchos kilos de diferencia. ¡Ya valió la pelea!

Pero Juan aguanta once segundos más sobre el cuadrilátero. Ahora sus pasos son más lentos. Estudia los movimientos de su adversario, esquiva los golpes. Extiende el brazo izquierdo pero no logra alcanzar a Israel. Tampoco siente el hilillo de sangre que delinea la comisura de sus labios.

Se escucha el aire que ambos jalan por la nariz y por la boca. Clinc, clinc. Termina el primer round.

Un aficionado aprovecha la expectación para denunciar: “El otro también tenía mucho peso, hay basculina”. Se refiere a la pelea anterior.

Lenin recibe a Juan en su esquina con un banquillo blanco de plástico en el que se deja caer pesadamente. Con la lengua empuja el protector bucal hacia fuera y se pega al bote de plástico con agua que Lenin le ofrece. Llena toda su cavidad bucal con el líquido, se enjuaga con él y lo expulsa con fuerza girando la cabeza a la derecha. Una lágrima anda por su mejilla izquierda.

-Le voy a decir al “Chivo” cómo está el pedo, güey. Que no te dejaron pelear con el que venía en la lista-. Le informa Lenin.

Juan Pablo toma una decisión: terminará los cuatro rounds que se pelean en estos torneos. Intentará recuperar los puntos perdidos en el conteo.

-Pos a eso venimos ¿verdad? A echarle ganas y ojalá y se haga. Pa’ ganar. A eso venimos, a ganar, ¿verdad?

Clinc, clinc. Juan Pablo inicia el segundo round afinando la estrategia de combate: esta vez utiliza el jab para mantener alejado a Israel, trata de distraerlo mientras dispara un directo con el puño derecho. Sus piernas como resortes apenas tocan el entarimado del ring. Gira sobre su cadera a la derecha y a la izquierda para esquivar los golpes rectos de Israel.

¡Bien “Wini” ! ¡Bien! –Lo anima Lenin muy cerca de la acción-.

Por segundos, los peleadores se enfrascan en un cerrado intercambio de golpes que termina en casi un abrazo.

¡Por abajo! ¡Sal, sal, sal! ¡Bájalo! –Les ordenan a uno y otro boxeador-. Clinc, clinc.

El público premia a los pugilistas con un sonoro aplauso. Se repite el ritual de la gárgara en una y otra esquina.

Clinc, clinc. A los cuatro segundos del tercer asalto Juan Pablo proyecta su brazo derecho sobre Israel, éste lo esquiva pero no se salva del castigo: el “Wini” hace blanco sobre su mandíbula con un directo y otro y otro y otro. Lo “ametralla” con 26 golpes consecutivos.

Israel retrocede, se cubre el rostro con los antebrazos, empuja los puños de Juan Pablo con el guante que lleva en su mano izquierda y con la derecha busca la revancha. Juan Pablo ya no lo alcanza y emprende la retirada.

-Son diez kilos de diferencia... ¿Qué pues réferi, cómo permites eso?- cuestiona Lenin-.

Juan Pablo reanuda el juego de piernas, Israel trata de ubicarlo... Intenta una y otra vez. Por fin, un derechazo surte efecto, “Rojo” se va hacia atrás pero no cae.

Lenin estalla: -No, no. Es que es demasiada la diferencia-. Clinc, clinc.

Los boxeadores regresan a sus esquinas, sus pechos suben y bajan apresuradamente. Se desparraman sobre los endebles banquillos y descansan la cabeza sobre los deshilachados esquineros del ring.

-No pos sí, me sentía de a tiro que se me iba a terminar el aire– recordaba después Juan Pablo.

El agua que le echan en la cara se confunde con el sudor que ya empieza a oler...

Clinc, clinc. El público ansioso por ver el cuarto episodio aconseja: “¡Jab... Salga con jab!”.

Juan e Israel están agotados. Adoptan la clásica postura de la guardia boxística, la defensa pasiva: levantan el puño izquierdo hasta la altura del hombro, el codo está a una distancia intermedia entre puño y hombro formando una “v”. El brazo izquierdo está un poco más atrás. Las piernas están separadas y firmes sobre la tarima. Intercambian jabs. Giran coordinadamente sobre el ring.

Juan Pablo conecta: uno, dos, tres, cuatro golpes... Israel no se intimida y suministra igual cantidad de puñetazos. Vuelven al juego de piernas –ahora es más lento; recurren al finteo, proyectan sus puños ya sin fuerza, sin puntería. Casi por casualidad “Wini” atina sobre la barbilla de Israel. Clinc, Clinc.

El réferi se interpone entre los peleadores, levanta los brazos horizontalmente convirtiéndose por un segundo en una cruz humana; extiende las palmas de las manos verticales y hacia afuera. La pelea terminó.

¡Empate! ¡Empate! –exige el público.

Juan Pablo regresa a su esquina. Lenin le desata la careta y lo libera. Su cabello apunta hacia el cielo. Aún respira con dificultad, pero da vueltas brincando...

¡Rojo! ¡Rojo! ¡Rojo! –Ruge una parte de la afición.

¡Azuul! ¡Azuul! ¡Azuul! –Reacciona, la otra.

Juan mira a los espectadores, levanta las manos. Lenin lo llama.

-Tú tranquilo.

Juan Pablo afirma con la cabeza, camina hacia el centro del cuadrilátero, sacude una pierna, la otra.

El réferi recorre el ring tomando las boletas de calificaciones que le entregan los jueces.

¡Rojo!¡Rojo¡ ¡Rojo! –Escandalizan con más fuerza los simpatizantes del “Wini”. ¡Bien, güey, bien!

Pero Juan Pablo no los escucha... Está aturdido, levanta las manos, regresa a su esquina y escupe el protector bucal en la mano de Lenin.

¡Centro! –grita el réferi al tiempo que los toma por los guantes a la altura de la canilla.

Juan Pablo clava la mirada en el suelo y ceremoniosamente dobla su brazo izquierdo por detrás de la espalda.

El anunciador revisa las boletas, al lado izquierdo están las puntuaciones para Juan Pablo, del derecho las de Israel.

58-59.

72-74.

79-78.

-Yo lo vi ganar- Aseguró después Luciano Flores, máxima autoridad de la Arena en ese momento.

De golpe Juan levanta la cara, con la vista al frente. Las luces sobre el ring dramatizan su expresión de seriedad...

¡Empate! ¡Otro round! ¡Empate! –insiste el “respetable”.

Las palabras que se escuchan por las bocinas silencian todas las voces... ¡Ganador de la pelea... Israel Carrillo!

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