Navegar en la memoria| Consuelo cumplirá cien años el tres de noviembre
TORREÓN, COAH.- Consuelo de la Cruz Sosa llegó a esta ciudad cuando tenía 30 años. Quizás nunca pensó que llegaría a los 100 lúcida, alegre y con la fortaleza física y espiritual de una mujer de menor edad.
Oriunda de Durango capital, Consuelo cumplirá el próximo tres de noviembre un siglo de vida; una vida llena de historias, experiencias y vivencias que los años no han podido borrar de su memoria.
Hija de Gregorio de la Cruz Aguilar y Cristina Sosa Espinoza, Consuelo fue la menor de cuatro hermanos: Agustín, Ángel, Nicolás y Filiberto, todos ya fallecidos.
Esta mujer revela su filosofía de vida, la cual dice ser el secreto de su longevidad: no ambicionar nada más de lo que Dios le da; rezar diariamente su rosario; no tomar medicamentos y no fumar.
El tesoro de su familia
Su porte erguido, su memoria clara y su estado de ánimo sereno y vivaz, conforman la personalidad de esta mujer. La rodean sus tres hijos y diez nietos, quienes comentan, “es el gran tesoro de la familia”.
Es en casa de su hijo Carlos Carrillo de la Cruz —quien nació el tres noviembre, al igual que su madre, pero de 1939—, donde Consuelo vive. Mario, el mayor de sus hijos, la visita con frecuencia y Alicia se comunica vía telefónica regularmente, pues vive en los Estados Unidos con su esposo e hijos. Sus nietos la adoran, no pueden ocultar la devoción que sienten por su abuela. “Es nuestro todo”, dice una de ellas.
Llega a Torreón
En tiempos de la Revolución Mexicana, su padre abandona a su madre con hijos muy pequeños, pero fue apoyada religiosamente por su tío José, hermano de su mamá.
Platica que él la protegía mucho, pues le llevaba cuanto podía y comenta que su tío decía: “Aquí te traigo hermana, porque esas criaturas tendrán hambre”. A lo cual, su mamá le contestaba: “Dáselo mejor a tu familia”.
La respuesta común era: “No, porque mis hijos tienen la raya, todo lo que yo gano se lo doy a mi esposa”.
Muerta su madre, Nicolás de la Cruz, su hermano —quien fue el último que murió hace 17 años—, acepta un trabajo en esta ciudad y Consuelo lo sigue y a sus 30 años, inicia su vida en esta ciudad.
Conoce a su esposo
Para Consuelo, el vivir en una ciudad donde no conocía a nadie le costó muchas lágrimas. A sus amigas las dejó en Durango. Pero poco a poco inició una nueva vida a la que se sumaron nuevas amistades, así como Tomás Carrillo, quien fuera su esposo.
Sus ojos brillan cuando relata la manera en que conoció a su marido, quien murió de tifoidea a la edad de 35 años, dejándola viuda a los 48 años en 1951 y con la responsabilidad de tres pequeños niños: “Primero lo conocí en un salón de baile, él solo se presentó y no lo volví a ver hasta que una vez que fui al mercado Juárez y ahí nos encontramos de nuevo”.
Comenta que se saludaron y que pronto él le dijo “quiero hablar con usted”. Se fueron a la Plaza de Armas, donde platicaron y luego iniciaron una relación formal, ya como novios.
“Nunca pedí permiso, andaba uno a escondidas, pero con una amiga como chaperona, porque así era la costumbre, no como lo es actualmente. Era otro modo, pues antes existía la pena que hoy no existe”.
Cuenta que la única diversión que tenían los jóvenes de antes eran los paseos de la plaza Juárez a la alameda Zaragoza y a la Plaza de Armas, “y a misa como debía ser”.
Relata que su boda fue a las seis de la mañana, porque Tomás tenía que trabajar. “Laboraba en la fábrica La Fe, siempre en el segundo turno, entraba a las tres de la tarde y salía a las 11 de la noche”.
Hicieron un poco de baile y un desayuno. Ella tenía muchas amigas en esta ciudad y lamenta que sus amigas de Durango no hubieran venido al día más importante de su vida. De luna de miel se fueron a la casa del cerro.
Casa ancestral
En la casa del cerro es donde vivió Consuelo durante su vida de casada y donde incluso, nacieron todos sus hijos, aún se localiza en la colonia Torreón y Anexas. Esta vivienda fue construida desde el siglo XVIII y pertenecía a su suegra, Brígida Ramírez.
Consuelo muestra una fotografía de la casa. En la estampa —amarrilla por el paso de los años—, se observa ella y su marido, un adulto y varios niños. De todos, ella es la única que sobrevive.
De acuerdo a lo que comenta Consuelo, su familia política era oriunda de Zacatecas. El papá de Brígida, Saturnino Ramírez, llegó a la Comarca Lagunera porque en su tierra natal se escuchaba mucho de que en esta ciudad, “el dinero se daba en árboles y que a los perros los amarraban con chorizo y longaniza”.
Comenta que sus hijos, sobre todo Carlos, siempre le preguntaban a su abuelita Brígida, el por qué vivían en el cerro, ella les contestaba, “es que ustedes no ha visto lo que provocan las avenidas del río Nazas”.
Ella solamente recuerda cómo una madrugada la gente gritaba, “no alcanzábamos a distinguir qué era lo que decían, pero al preguntar, supimos que se trataba de un desbordamiento y fuimos a la Paloma Azul para verificarlo —en aquel tiempo se llamaba así al barrio ubicado entre los bulevares Constitución e Independencia por la calle Valdéz Carrillo— y efectivamente todo aquello estaba inundado”.
Sobre su vida después de la muerte de su esposo, comenta que sobrevivió con el dinero que le dieron de la fábrica La Fe, “yo lo guardaba con mucho amor, para ver cuánto me duraba, además mi hijos, muy jovencitos, ya empezaban a trabajar”.
La Revolución
Las memorias de Consuelo oscilan lúcidamente entre lo vivido en su ciudad natal y esta ciudad. Comenta que luego del saqueo que hicieron cuando los tiempos de Francisco Villa, en Durango las tiendas estaban cerradas, “quién sabe cómo conseguiría mi mamá comida, pues llegaba con una canastita de pan para sus cinco hijos y con comida, pero las tiendas de ropa, telas, zapatos y víveres, fueron robadas”.
Recuerda que su hermano Agustín se halló un rifle, propiedad de los villistas y lo escondió en una noria seca, “entonces él le platicó a un amigo lo que hizo y éste lo delató y lo vinieron a aprehender a la casa y se lo llevaron preso”. Sus padres no sabían nada y Agustín nunca quiso decir dónde estaba. “Mi mamá iba a la cárcel y le pedía que dijera dónde lo tenía, pero él le contestaba que si revelaba lo que había hecho, ahora sí lo mataban”.
Fue Calixto Contreras, seguidor de Pancho Villa, quien en la noche “le formaba el cuadro para fusilarlo, pero era para intimidarlo para que se declarara culpable, pero lo bueno que esas armas no tenían balas”. Después de esto, por su valentía, Contreras le pedía que llevara el porta estandarte, pero el entonces adolescente Agustín, le contestó que “no, porque sería el de adelante y seguro voy a morir primero que todos y mi mamá está enferma del corazón y si me matan se pondrá más mala”.
La Guerra de los Cristeros
En Durango, su hermano se casó en una casa particular porque no había padres ni iglesias durante la Guerra de los Cristeros, “la boda religiosa se llevó a cabo en una vivienda común, porque tumbaron los templos”.
Recuerda que la iglesia de San Francisco y el convento de al lado, los mandó tirar el general Procopio Ortiz “y todos los santos que ahí estaban, los pusieron en otra parte”.
Una tía la llevaba a escuchar misa a una casa particular, “pero la gente entraba de una en una, para que no se diera cuenta el gobierno”.
Cuando la muerte del cura Mateo Correa —mártir recientemente canonizado por la Iglesia Católica—, Consuelo platica que su hermano Nicolás y su esposa iban por la calle Constitución y vieron cómo lo llevaban todos los soldados y que lo aventaban “y lo llevaban al pobre sacerdote que cae, que no cae”.
Comenta que fue atrás del panteón de Altamira donde le quitaron las plantas de los pies y lo hicieron caminar hasta que murió, “lo torturaron y un lechero lo vio y luego los representantes de la Iglesia Católica lo sepultaron”.
Dice que poco tiempo después, en la tumba del cura, nació una enorme azucena y luego muchas personas se aglomeraron ahí para pedirle un milagro, “la gente dejaba sus muletas, pues podían caminar”, pero comenta que una vez la policía se llevó a todos los que estaban ahí reunidos, “entre ellos iba una amiga llamada Leonor a la que llevaron presa junto con el resto, por acudir a solicitarle un milagro al mártir”.
Una sola hoja en su archivo médico
Consuelo una sola vez ha sido operada, “fue de urgencia y tan es así que no requirió estudios previos”, comenta Carlos Carrillo de la Cruz, quien agrega que su mamá no padece de hipertensión, ni del corazón, “está mas sana que sus propios hijos”.
Relata que en una ocasión le dio gripa y se desvaneció y Carlos asustado fue por el médico. Delante del galeno le dijo que ya no debería hacer nada, pero que presuroso el doctor le contestó, “y yo le digo que ella debe hacer todo lo contrario, pues si no se va a apoltronar”.
Es la persona más servicial que existe, dice Carlos, “se enoja porque no la dejan hacer nada, aún barre, trapea toda la cochera, tiende la ropa, es la que hace de comer en esta casa... es muy activa, por eso creemos que todavía hay Consuelo para rato”.