José Luis corta con gran habilidad los nopales
CD. LERDO, DGO.- Tras de pensar seriamente en el suicidio, José Luis Lozano Sánchez cambió las balas por un clavo y nopales que le salvaron la vida y le dieron una nueva forma de vida.
José Luis, de 48 años de edad, habitante de la comunidad de Álvaro Obregón, municipio de Lerdo, hace más de 15 años trabajaba en la compra-venta de melón, viajaba diariamente con Everardo, su amigo, a pueblos como Congregación Hidalgo, Mieleras y Manantial, donde hay buena fruta.
Por varios meses estuvo dedicado a esa actividad hasta que un día, a las cinco de la tarde, iba al volante en el automóvil Volkswagen del patrón, manejaba por el ejido El Arenal, municipio de Torreón.
Venía de comprar en una huerta cuando se atravesó un trailer, por el rumbo de Cementos Mexicanos, en la curva donde está un arroyo y un puente que hace años eran basureros, el camionero no hizo la maniobra para agarrar la curva, lo embistió en la polvera y no pudieron esquivarlo ni zafarse.
El mismo tractor los metió bajo la jaula y tuvo que detenerse por el fuerte impacto, el mini auto quedó destrozado y ellos entre los fierros retorcidos.
Con gran esfuerzo pudo salir José Luis, quien al ver a su alrededor observó que el chofer quiso escapar y corrió tras él, pero ya iba sin brazo y sin embargo lo sentía, estaba lleno de sangre y no lo pudo alcanzar.
Prefirió regresar a sacar a su amigo que estaba dentro del carro y buscar ayuda, pero nadie se detuvo.
Fueron momentos desesperantes, sólo una mujer del mismo ejido que pasaba por el lugar sacó de entre su blusa el brasiere y lo amarró en lo que quedaba del brazo, de no ser por ella hubiera muerto desangrado. En esos momentos la vista se nublaba y las piernas temblaban.
Ahora sólo tenía una alternativa, aventarse a una camioneta que pasaba por el lugar y lo hizo, el chofer se paró y el conductor gritó: “para qué te me avientas, que no ves que es un paletón para mí”.
-¿Qué no tienes hijos? ¡Llévame a la Cruz Roja, estoy vivo!
No quiso llevarlo a la Cruz Roja y solamente aceptó acercarlo a una gasolinera próxima para esperar la ambulancia, los minutos pasaban y nada, tardó como media hora y mientras tanto José Luis insistía:
-Llévame tú, no tengas miedo, estoy vivo.
-Ya no debe tardar, aguanta.
Pero en eso escucharon la sirena, José Luis sentía temor, creía morir, pero por fin llegó el momento y lo levantaron, pero en lugar de llevarlo al hospital fueron por su amigo, en el camino no le pusieron nada, lo acostaron sin ponerle un suero siquiera.
Cuando llegaron a la Cruz Roja bajaron a Everardo que iba consciente, sólo tenía un golpe en la clavícula y unos dientes rotos.
El encargado les dijo: “ése está muerto, hablen al Universitario para que avisen a su familia”.
Sin embargo, José Luis escuchaba todo, lo trasladaron al Universitario y salió el doctor, tocó la muñeca y el cuello y dijo “sí, viene vivo”, como pudo lo levantó y encaminó, regañó a los socorristas y lo acostaron, no hubo tiempo de anestesias ni nada, se estaba vaciando, rompieron desde abajo del pantalón hasta la camisa, después de eso, no volvió a saber nada de sí, perdió el conocimiento.
José Luis despertó temprano al día siguiente, estaba en una cama de hospital, sábanas blancas y mucha gente alrededor, la mente en blanco y mucha luz, lo único que atinó a decir “todavía no se acaba el baile o qué”, pero al darse cuenta, sólo eran doctores y enfermeras.
Estaba todo tapado, quiso moverse y no pudo por los amarres en sus piernas y brazo; le preguntaron:
-José Luis, ¿cómo se siente?
-¿Por qué estoy amarrado?, ¿que estoy loco?
-¿No se acuerda de nada?
-No, suéltenme.
En ese momento no sabía del accidente, se retiraron y hablaban en voz baja entre ellos, las horas pasaron hasta que llegó una doctora que resultó ser psicóloga, fue ella quien explicó lo ocurrido.
-¿Puede soltarme, por favor?
-¿Si lo hacemos, no harás nada?
-¿Cómo qué? Me siento muy débil.
Antes de irse le dio muchos consejos, especialmente sobre su familia, pero al voltear la cabeza y ver la pérdida del brazo izquierdo, lo primero que llegó a su mente –platica- fue que no podía vivir así, tenía que matarse.
Afortunadamente esos minutos estuvo amarrado en el área de recuperación.
La familia de José Luis llegó hasta la noche, no estaban enterados de lo ocurrido, hasta entonces lo soltaron y empezaron a controlarlo.
Estuvo una semana en el hospital.
Lo peor estaba por venir.
Al llegar a su casa le platicaron que lo habían culpado del accidente, que la empresa aseguradora del trailer “aflojó una feria”, hubo arreglos para echarle la culpa y las autoridades ni siquiera investigaron.
Tuvo que vender un carrito viejo, sus pertenencias y hasta la televisión o lo metían a la cárcel.
José Luis ansiaba estar en su casa para suicidarse, no le decía nada a su familia, pero lo pensaba insistentemente.
“Al llegar agarro mi pistola y me doy un tiro”, pensaba.
Su esposa Susana Paniagua, con quien tiene 26 años casado pero no procreó hijos, tuvo escondida el arma con varias personas luego de ver la depresión por la que atravesaba.
Fue su suegra quien lo convenció de ir a una iglesia a donde van algunos discapacitados como ciegos, paralíticos y eso le sirvió mucho. Escuchaba la Palabra de Dios, recapacitó y se dio cuenta que había otros en peores circunstancias que él y sin embargo salieron adelante.
Fueron dos años de mucho sufrimiento, pedía trabajo y nadie le daba, toda la gente le dio la espalda, incluso sus amigos, trató de regresar a los taxis y nada.
Un día le prestaron un carrito de mulas y a partir de entonces se dedicó a vender verdura. Iba y venía a la Alianza, todo el tiempo vendía hasta que llegó a la esquina de Madero y Guerrero en Lerdo.
En completa oscuridad José Luis empieza su día, se levanta a las cuatro de la mañana, se viste con su pantalón de mezclilla, playera y una bolsita a la cintura para guardar el cambio, prepara el carro de mulas y emprende camino a la Alianza de Torreón.
Allá surte de verdura, especialmente nopal, la materia prima que necesita para su trabajo.
Hace años cuando empezaba en el negocio lo compraba pelado, pero salía más caro, hasta que un día le dijeron:
-Cómpralo con espina y tú pélalo.
-Pos cómo, si no puedo
Entonces recordó a un tío y él aceptó ayudarlo, mientras él detenía el nopal José Luis lo pelaba, pero un día lo cortó y ya no quiso, sin embargo el nopal se atoró en un clavito o astilla de la carreta, ahí surgió la idea.
Ahí mismo lo dejó y empezó a raspar las espinas “aquí está el secreto” y desde entonces “le agarré la movida y así tengo 13 años pelando nopales”.
Antes de llegar a la esquina, ya lleva preparadas tres bolsitas de nopal “pa’ no darme carrilla cuando se junta la gente”.
Entonces está listo para instalarse, la gente lo conoce bien, todo el que pasa lo saluda afectuosamente.
Coloca dos rejas de madera, una encima de otra y su tabla con un pequeño clavo. Al lado otra reja pero vertical, su asiento. Junto a él, dos rejas llenas de nopales con espinas y otra vacía para tirar los desperdicios.
Toma asiento, se acomoda y platica amenamente mientras su mano trabaja rápidamente y con singular destreza.
-Puedo hacer más cosas, pelo los elotes, no batallo y es rápido, todo es práctica.
-Esto nos da para vivir, ahí la llevamos, sale pa’l chivito diario y mi esposa Susana me ayuda vendiendo tunas, ya aprendió a pelarlas y nos va bien.
Pero no todo ha sido fácil, recuerda que cuando llegó el PAN a gobernar el municipio, de inmediato mandaron a retirarlo: “nos quitaron, nos recogieron las cosas, dizque porque no teníamos permiso, llegaron muy duros y no dieron tiempo de nada, pero la gente, nuestras “marchantas”, se juntaron, eran panistas y nos ayudaron, juntaron de 20 y 50 pesos para el permiso”.
Rosario Castro, la presidenta, conoció la situación y de inmediato mandó a que devolvieran todo a su lugar, pero el día estaba perdido y las cosas ya no servían.
El cobro era de cinco pesos por la plaza, pero ahora con el PRI no paga nada.
Desde hace dos años trabaja tranquilamente en esa esquina de lunes a sábado y se retira a las dos de la tarde, vende verdolagas, nopales, lo que hay en la labor, todo tipo de verduras.
En un día pela 150 nopales, según lo que vende, la gente los prefiere fresquecitos, recién pelados, la bolsita cuesta cinco pesos y lleva ocho nopales, una reja trae 200 de diferente tamaño.
Su mano agrietada no siente ya las espinas, los ensarta en el clavito y empieza su tarea, los voltea y la gente lo mira con asombro y curiosidad.
Todo con una sola mano, la derecha, los nopales de José Luis son famosos en Lerdo y él con destreza los toma de la reja, los ensarta en el clavo, toma el cuchillo y los limpia, junta los montones y lo hace durante varias horas hasta que termina su día.