EL SIGLO DE TORREÓN
Casandra sólo tiene un deseo... que su mamá salga de la cárcel
TORREÓN, COAH.- Reunirse con la familia, disfrutar de una deliciosa cena, abrir muchos regalos y repartir abrazos y buenos deseos... para Casandra, desde que recuerda, la Navidad tiene otro significado.
Los primeros años de su vida transcurrieron en el interior del Cereso, pero eso no le incomodaba, pues podía abrazar a su mamá las veces que quería.
Casandra guarda muy pocos recuerdos de sí misma, a pesar de su fresca e infantil memoria. Su madre es quien se encarga de que conserve algunos de ellos, como el día en que fue bautizada dentro del propio Cereso... y aunque no logra evocar el momento, una enorme sonrisa supone que debió haberse sentido muy feliz.
Al paso de algunos años las reglas cambiaron. Los niños ya no podían permanecer en la cárcel. “Hubo un problema y me dijeron que tenía que irme”, el tono de Casandra no parece convencido, es que a ella sólo se le informó que debía separarse de su madre, sin más explicaciones.
Su mamá no tenía muchas opciones, pero estaba segura que debía hacer algo. Así que se la encargó a una amiga. “Estuve con una señora... no me gustó como me trataba... además me tiraba mis juguetes”. La niña sólo pedía una mejor calidad de vida. Tiempo después habló seriamente con su mamá. “Le dije: ya no quiero estar ahí, quiero irme a otro lado”.
Entonces consiguió que la cuidara otra señora. “Ella me trataba un poquito mejor. Me llevaba a visitar a mi mamá y tenía una hija que jugaba conmigo”. Después todo cambió, “...su perro se orinaba en la cama... y a mí me regañaba”. La situación empeoró y decidió abandonarla también. Nuevamente habló con ella. “Le dije: mejor llévame a un albergue que está cerca del Cereso”. Gracias a que Casandra sabía leer fue que supo de la casa-hogar, “...siempre pasaba por ahí y veía que decía: Albergue del Padre Manuelito”, y no porque supiera qué es un albergue, sino porque... “un día abrieron la puerta y vi muchos niños...”.
Su ingreso
Casandra, acompañada por su tutora, acudió a solicitar informes. Pero aún no estaba muy segura de quedarse, pues sólo vio niños muy pequeños. “Espérate a que lleguen de la escuela los demás. Si te gusta te quedas y si no, te vas”. Así le dijo Isabel, la encargada.
“Cuando los niños llegaron me sentí muy bien, todos me preguntaban mi nombre”, lograron inspirarle confianza. Así que Casandra decidió dar el gran paso y ocupar una de las treinta camas para niñas que pacientemente aguardaban en el hogar.
Tiempo después, Josceline de diez años y Ángel de 11, también se internaron en el albergue. Los mayores: Eric y Alejandro (a quienes hace mucho tiempo no ve) ya se casaron y actualmente radican en el Distrito Federal. De los cinco hijos, Casandra es la única que heredó el tono de ojos de su papá, (a él también lo dejó de ver hace tiempo), “...mis hermanos me dicen que tengo ojos de gato” y ríe contenta.
La niña se siente protegida, “aquí nos tratan muy bien, nos dan de comer y tenemos una cama donde dormir”. Sin embargo, le encantaría tener su propio hogar y a toda su familia reunida, “quisiera tener conmigo a mis papás y mis hermanos... y vivir todos juntos”, comenta esperanzada.
Sus verdes ojos son muy peculiares. Su figura es esbelta y morena su piel. De no ser porque Casandra sólo tiene nueve años, resultaría fácil pensar que se está charlando con una persona adulta. La actitud desconfiada que mostró en un principio, ahora es la de una niña común: alegre y espontánea. Con las piernas entrelazadas sobre la silla, saca una bolsita con dulces que secretamente guardaba en su mochila, y se dispone a saborear cada uno... mientras continúa relatando sus experiencias.
En el albergue
Es aquí, en donde Casandra ha permanecido los últimos 365 días de su vida. Cursa el tercero de primaria y se levanta a las seis de la mañana para asistir a sus clases que comienzan en punto de las ocho. Es una niña inquieta y juguetona, pero también responsable y estudiosa.
Al albergue, después de la escuela, Casandra llega justo al dar inicio la hora de los sagrados alimentos. “Nos hacen de comer muy rico... pero eso sí, la que no se termina la comida o se portó mal no le dan postre”, el preferido de Casandra es la piña en almíbar.
Por la tarde, una vez que resolvió sus tareas, puede ver televisión, “no podemos ver programas para gente grande, porque se nos queda grabado y después lo actuamos”. Eso dicen “las abuelitas” –así son nombradas las señoras que se encargan de cuidar día y noche a niños y niñas-. “Así que sólo vemos caricaturas, aunque prefieren ponernos películas. La que nos gustaría ver es Por Siempre Cenicienta, pero cuando la quisimos rentar ya nos la habían ganado”.
Ya entrada la noche, después de la cena “...jugamos un ratito”. Casandra dice que sus mejores amigas son Isabel –quien se llama igual que la directora del albergue- y Cintia, (ambas tienen su misma edad), “y mi hermana Josceline”, aclara enseguida. Les gusta divertirse en grande y jugar a las escondidas.
Al igual que Casandra, sus amiguitas están internadas por alguna razón de fuerza mayor... “Isabel debe estar aquí porque su mamá tiene que trabajar y no la puede cuidar”.
Llega la hora del aseo personal. Para bañarse también existen reglas y deben seguir un orden. “Primero las que tienen pelo largo -Casandra explica- porque se batalla mucho para peinarlas. A mí me toca después de Jessica”. Y una vez terminado el ritual de higiene, deben ponerse la pijama para prepararse a soñar con los angelitos.
Todos participan una vez por semana en las labores de limpieza, “los viernes a mí me toca lavar los trastes y los miércoles el baño”. En el albergue hay dos dormitorios, el de niñas y el de niños; en cada uno 15 literas, “yo me acuesto en la cama de abajo y no es porque me guste más, es que si me duermo arriba me da tos, porque me descobijo y aunque sienta frío no me tapo”, explica la niña.
Como en cualquier cuento de hadas, no todo es color de rosa... “A veces estoy muy tranquila y llega Jessica y me pega. Es más chica que yo pero es muy peleonera. A mí no me gusta pelear, pero si me buscan pleito, me defiendo. Un día le dije: ¡vete calmando Jessica, porque si no te estás en paz, me vale que me pegue tu hermano!... y le tuve que pegar porque me picó el ojo. Luego vino su hermano y me pegó... pero se la regresó mi hermana”... Josceline es quien siempre defiende a Casandra de quien se atreva a molestarla.
Los “viernes sociales” son muy especiales dentro del albergue, pues... “ese día no hacemos tareas. Visitamos diferentes escuelas y empresas. También salimos de paseo con nuestra “familia sustituta”, para Casandra, Josceline y Ángel, su familia sustituta, está representada por una voluntaria, a quien han aprendido a llamar cariñosamente tía Rebeca.
Un regalo muy especial
Cada oportunidad que Casandra tiene, sin dudarlo la aprovecha... “me gusta mucho ir a la capilla del albergue porque puedo pedirle a Dios todo lo que yo quiera...”.
Aunque no recuerda la fecha con exactitud, nunca olvidará aquella fiesta que organizaron en el albergue para todos los niños. “Nos dijeron que pidiéramos un deseo. Yo pedí que mi mamá saliera del Cereso”. Y se hizo realidad... “ese día estuvo conmigo. Venía acompañada por unas personas que no se separaron de ella, así que se tuvo que ir muy rápido. Sólo fue un momento, porque se necesitan muchos papeles, que todavía no tiene, para que salga para siempre”.
Casandra asegura que la gente que está en la cárcel es porque hizo algo malo. “Adentro escuché a una señora comentar, que la agarraron transportando droga...”. Sin embargo y aunque ignora los motivos por los cuales su mamá llegó hasta ese lugar, insiste en que ella es inocente. “Nunca ha hecho algo malo, al contrario, es una persona muy amable”, afirma convencida.
La niña espera con mucha ilusión que llegue el gran día, “...me gustaría ir con mi mamá a la playa –aunque confesó temerle al mar- pero no sé cuándo lo podamos hacer, porque cuando ella salga nos vamos a ir a México para estar con mis hermanos”, -Casandra no se ve muy entusiasmada- es porque allá la gente se muere en los temblores”.
Casandra adora patinar. Además tiene grandes sueños y metas por cumplir. “Quisiera ser dentista, para cuando se me pique una muela, yo misma arreglármela... –se queda pensando y responde segura- aunque prefiero ser abogada para liberar a los internos del Cereso”.
“El próximo 23 de diciembre tenemos nuestra posada en el albergue”, niñas y niños podrán participar en alguna actividad que deseen, “yo voy a bailar como Britney Spears... con este pantalón de mezclilla –señala el que trae puesto- y un top. Me voy a peinar moderna para verme muy bonita”.
Para la Nochebuena, Casandra y sus hermanitos también tienen planes... “viene mi tía Rebeca para llevarnos a su casa y después vamos a visitar a mi mamá, auque sea un ratito”.
Como toda niña, a Casandra también le encantaría recibir regalos esta Navidad... “A los Reyes Magos les quiero pedir una bicicleta, que voy a compartir con mis hermanos. A Santa Claus una barbie con su coche... -es la mejor época del año, pues Casandra puede pedir todo lo que se le antoje, sobre todo aquel regalo tan especial-... y al niño Dios... que mi mamá salga del Cereso”.
Por ahora se conforma con disfrutar al máximo el poco tiempo que pueden pasar juntas. Tal vez algún día Casandra resuelva sus dudas. Hoy sólo acepta su realidad... la misma que nunca eligió y que marcará su vida para siempre.