Gómez Palacio

Relatos | Vivir de cara a la muerte

El lagunero estuvo a punto de perder la vid durante la guerra en el Golfo Pérsico.

GÓMEZ PALACIO, DGO.- Una mina antitanque que no detonó al paso del jeep en que el gomezpalatino Julio González Garza viajaba con sus compañeros de combate durante el conflicto bélico de Estados Unidos contra Iraq, le permitió volver de nuevo a casa sano y salvo.

El haber caminado entre decenas de cadáveres de soldados iraquíes que a su paso dejaban los enfrentamientos y haber estado a punto de morir, le ha permitido a Julio valorar más su vida y actualmente no tiene más tarea que establecerse nuevas metas que intentar cumplir en base a esfuerzo y mucha preparación, ya que esa experiencia lo ha llevado a reafirmar una realidad inminente: “la vida es una y hay que vivirla al máximo”.

Relata que después del 11 de septiembre, cuando el ataque a las torres gemelas en Nueva York, en la navidad de ese año, estaba en Mazatlán con unos amigos divirtiéndose, “cuando me habló mi papá para decirme que me hablaron mis tenientes y que me regresara a prepararme para el combate y ya para el 18 de febrero de este año estaba activo en Kuwait”.

La preparación mental era algo esencial, “pero había que hacer muchas cosas previas, pues no sabías cuánto tiempo te ibas a quedar, tenía que dejar pagadas tarjetas de crédito, renta de departamento, en fin todo aquello que requería una solución inmediata”.

El miedo llega antes

El temor de ir a la guerra llega con anterioridad, “mientras preparas tus cosas, mientras no estás allá, pero llegando al lugar del conflicto, no tienes tiempo de pensar en nada más que en cumplir cada una de las metas que te establecen, pues la adrenalina te hace olvidar todo”.

Relata la manera que una vez estuvo a punto de morir, “por ejemplo, nosotros pisamos una mina que no nos explotó, pero el que manejaba se bajó del jeep, se hincó y luego se puso a llorar porque por su culpa pudimos haber muerto todos. De hecho fue un milagro que no haya detonado”.

“Nos bajamos del jeep todavía desconcertados, pues esa mina era antitanques y nuestro vehículo era lo suficientemente pesado para hacerla volar y en eso estábamos cuando nos empezaron a disparar y ni siquiera hubo tiempo de reflexionar lo que nos pasó y tuvimos que correr para protegernos y luego buscar al enemigo para contestar el fuego”.

Comenta que la vida de un soldado es difícil, más en un país con gente y costumbres diferentes. Se la pasaban salvando obstáculos y reconociendo caminos. “La muerte nos acechaba en cualquier momento, por eso no había modo de relajarse totalmente”.

La gran hazaña

“Recuerdo que el día en que Estados Unidos invadió Iraq con bombas, entramos a la frontera por tierra con nuestros camiones a ese país para proteger la retaguadia de los marines que iban delante de nosotros, pues realmente ellos eran la fuerza terrestre que iba a abrir los caminos”.

Fueron tres días de bombardeos para que se lograra al final que Iraq dejara las armas y fue cuando entraron al país. “Durante dos meses no hubo comunicación con mis padres, pues siempre nos estábamos moviendo de un lado a otro, teníamos teléfono por satélite, pero no podíamos hablar por temor a que nos interceptaran”.

Aunque su posición no era de combate, en algunos momentos tuvo que hacerlo, pero su trabajo en esa guerra era quedarse en Kuwait para salvaguardar los pozos petroleros y un aeropuerto, “terminamos poniendo siete saltos de combate, es decir, mover toda una unidad a diferentes lugares, la mayoría del tiempo estuvimos atentos de los soldados que iban adelante de nosotros”.

También su labor fue la de poner los camiones que portan los misiles. “Me daban coordenadas para ver en qué dirección deberían ir, valorar el terreno para evitar elementos que pudieran obstaculizar el gol que teníamos para efectuar un acertado ataque”.

Comenta que nunca entró a Bagdad, “nosotros andábamos en las ciudades aledañas, donde solamente veíamos a los militares muertos en taxis, ya que los soldados iraquíes se transportaban en ellos, pero gracias a Dios no vi a niños o civiles muertos”.

“Eso deja entrever que las fuerzas militares iraquíes tenían una infraestructura bélica muy frágil, al grado de que sus soldados se transportaban en taxis, aunque quizas era una de sus estrategias, nunca pudimos ver el poderío militar del que se habló en un principio”.

Ante las fricciones que se han dado entre Estados Unidos y Corea del Norte, Julio considera que la posibilidad de un enfrentamiento bélico con esa nación no está muy alejada, “de hecho, las fuerzas armadas norteamericanas están en constante preparación”.

Para él la guerra con Iraq fue fácil, “ya que es un país muy pobre, carente de aviones militares, por esa razón, Estados Unidos pudo ganarles”, dice al tiempo que manifiesta que seguramente contra Corea del Norte no será lo mismo, “pues es un país fuerte militarmente hablando...”.

Su vida y su lucha

Hijo de Julián González Gómez y Martha Garza de González, Julio nació en Santa Mónica, California, el 23 de julio de 1973, de donde lo trajeron a esta ciudad a la edad de dos años, pero fue en 1998 cuando decidió aprovechar su ciudadanía americana para emprender el reto más importante de su vida: entrar a la Armada de los Estados Unidos.

Relata que sus estudios llegaron hasta la preparatoria que la hizo en la Universidad Autónoma del Noreste (UANE), “pero previamente había viajado a Santa Mónica donde estudié la secundaria por un año el inglés”.

Fue para septiembre de 1998, previo contacto y estudios, cuando llegó a San Luis, Missouri, en donde hizo entrenamiento como ingeniero de combate —trabajar con minas explosivas, armarlas, desarmarlas— y al pasar la prueba final lo enviaron a Fort Benning, Georgia, de donde a los dos meses lo enviarlo a Kuwait.

“Ahí me entrenaron para aventarme en el paracaídas, andar montando guardias con la frontera de Kuwait cuando aquéllos tenían soldados aún en los límites; a veces iban los equipos especiales para enseñarnos tácticas de cómo bajar o subir a un avión a través de una soga además de lo mío, que era poner campos minados, colocar barricadas para desviar al enemigo por otra parte...”.

Al terminar su entrenamiento en Georgia y Kuwait, logró la especialidad en explosivos, “el grado de Sargento lo obtuve cuando entré nuevamente en noviembre del 2001 donde me fui a El Paso, Texas y firmé otro contrato por tres años, ya no tuve que ir a adiestramiento e hice el juramento a las fuerzas armadas y firmé mi fecha de entrada para especializarme como 14 Tango para aprender a manejar los misiles Patriot”.

Julio terminará el próximo año su contrato con la Armada de Estados Unidos, pero ya no piensa continuar ahí, “yo deseo otra cosa para mí, así que estoy esperando que transcurra ese tiempo para que me llamen en el Servicio de Migración”, donde espera alcanzar metas y establecer nuevos objetivos en su vida.

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