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Relevos

Miguel Ángel Granados Chapa

Es deseable que no ocurra a la porción de la sociedad que clamaba por relevos en el gabinete lo que al chico tuerto en un cuento de Francisco Rojas González que cito de memoria: pidió tanto a Dios que mudara su suerte adversa, porque todo el mundo se burlaba de él o lo temía por su defecto, que la voluntad divina lo hizo quedar cercano al estallido de unos fuegos artificiales, que lo dejó ciego: Se trataba de no estar tuerto, ¿no? El presidente Fox oyó el rumor creciente que se elevaba desde el llano pero no supo identificar dónde exactamente debía hacer las mudanzas más urgentes. Quienes deploran que un priista mantenga la política fiscal del priismo, o lamentan el simplismo con que se habla en público (sólo se habla, no se reflexiona ni se actúa) sobre el empleo y el desempleo o sobre la capacidad adquisitiva del salario, hubieran querido que el cambio se produjera en las oficinas donde tal ocurre. No es que en la Semarnat y en Energía se trabajara de manera óptima, pero las demoras e insuficiencias no eran directamente atribuibles a los titulares de esas dependencias. Eso es cierto especialmente en el caso de Víctor Lichtinger, que no merecía el trato desconsiderado que se le asestó a la hora de su salida.

El Presidente dispone de facultades jurídicas plenas para designar y remover a sus colaboradores. Pero asombra que se conceda a un personaje como Guido Belsasso, exhibido sin lugar a dudas (por el solo hecho mantener una oferta de servicios privados en la red, con los teléfonos de su oficina pública) como servidor abusivo que se sirve a sí mismo; que se le conceda, digo, la gracia de informar que renunció. Y en cambio se decrete la desnuda remoción de un hombre que había aportado una visión fresca, no burocrática a temas que conciernen aun a la seguridad nacional, los del medio ambiente y los recursos naturales. La política no está reñida con las buenas maneras y si bien salta a la vista la pertinencia de impregnar de política (sin que sea necesario aclarar que de la buena, porque no hay de otra) la gestión administrativa, la urbanidad exigía que Lichtinger no se enterara de su cese por alguien distinto de quien lo nombró.

Pero a lo hecho, pecho. Es claro que las designaciones anunciadas el martes por el neopanista Alfonso Durazo se dirigen a un reposicionamiento del PAN en la estructura institucional. Un venero al que necesariamente acudiría el Presidente para hacerse de colaboradores de alto nivel es la breve planta de ex gobernadores panistas. Ante la falta de experiencia gubernativa que afecta a un partido que alcanzó el poder sólo después de medio siglo, era debido aprovechar la que habían acumulado quienes, como Fox mismo, ganaron gubernaturas. Por eso fue comprensible que Francisco Barrio ingresara al gabinete, aunque se entendió menos que el pionero en la conquista del poder local, Ernesto Ruffo, recibiera como comisionado de asuntos fronterizos una encomienda borrosa y de menor jerarquía de la esperable. Cuando un tercer gobernador quedó disponible, al terminar su sexenio, se consideró natural que se le incorporara al Gobierno Federal y quizá se anunció el destino mediato del ingeniero Alberto Cárdenas al colocarlo en el área de los recursos naturales.

Ahora es ya titular del área y conviene recordar, para ubicar el significado político de su ascenso, las circunstancias de su protagonismo. A pesar de que se le presenta como parte de una operación que privilegia la política su participación en ella es reciente. Su aptitud técnica lo hizo confiable al panismo del antiguo Zapotlán, hoy Ciudad Guzmán hace poco más de diez años, para llevarlo a la alcaldía. Desde allí se alzó, con el impulso de la derecha panista, la formada por quienes trocaron su militancia civil en la asociación Desarrollo Humano Integral por la militancia partidaria, hacia la candidatura al gobierno estatal.

Sorprendieron y por ello derrotaron, al centro panista, hasta entonces en el control de ese partido en Jalisco, que se proponía llevar al gobierno al senador Gabriel Jiménez Remus, ahora embajador en España. Sin que eso implique que carezca de peso específico propio, lo cierto es que la figura de Cárdenas Jiménez, capaz de llegar al gabinete, es resultado de su pertenencia a una corriente no pocos de cuyos miembros militaron en la ultraderecha antes de mitigar sus ardores con la participación en el PAN y el gobierno.

Felipe Calderón, en cambio, es una suerte de quintaesencia panista. Su padre don Luis fue un militante de la primera hora, cuando la participación política requería fe acrisolada en la democracia. Su familia entera es panista: su hermano Juan Luis ha hecho política local en Michoacán y fue diputado federal. Su hermana Luisa María es senadora de la República y piensa con su propia cabeza. Su esposa, Margarita Zavala (cuyo origen familiar denota su propia oriundez panista) es por su propio brillo vicecoordinadora del grupo panista que se estrena en San Lázaro.

Calderón fue secretario y presidente de su partido y líder de su bancada la tercera vez que llegó a San Lázaro. Esa trayectoria suya es la argumentada para explicar y justificar su ascenso al gabinete: recibió como instrucción principal del presidente Fox, además de las obvias directrices para mantener en marcha los sistemas de generación y distribución de energía, la de conseguir la reforma en esa materia. Pero ya Manuel Bartlett, con quien se enfrentó a propósito de una elección local, anuncia que cobrará esa factura.

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