Durante el primer semestre del año en curso la Universidad Iberoamericana (Campus Ciudad de México) fue sede de la entrega de los Premios Nacionales de Periodismo. Mención especial y atracción recibió Julio Scherer García, ex director del otrora influyente diario Excélsior y posteriormente Proceso. Crítico del sistema, atacó abiertamente al gobierno de Vicente Fox en memorable discurso donde acusa, señala inestabilidad, falta de autoridad, ausencia real de poder.
Meses después llega otra vez al mismo sitio otro personaje igual de controvertido: Carlos Monsivaís. Irónico, sarcástico, cronista de la vida urbana, divertido y haciendo gala de ese afamado sentido de superioridad tan característico, igualmente expone quejas, anhelos, momentos sombríos. Varios alumnos se acercan ávidos de preguntar, indagar, conocer a fondo la mente, el sentir de un individuo que vive rodeado de gatos, libros, se niega a usar trajes y simplemente podría ser definido como brillante. Los estudiantes se quedan con las ganas: Don Carlos no tiene ánimo para otorgar tiempo, él siempre tan ocupado en existir, habitar espacios donde en muchas ocasiones el rebatir pierde sentido.
Ninguno de estos hombres es perfecto, a pesar de ello en sus palabras podemos rescatar parte de la memoria colectiva del siglo veinte. Todo lo anterior viene al caso ya que durante estos días publican en conjunto un libro titulado “Tiempo de Saber” (prensa y poder en México) donde señalan experiencias conocidas: movimiento de 1968, expulsión de Scherer del “Diario de la Vida Nacional”, nacimiento del semanario Proceso, entre otros vericuetos. Así mismo dedican páginas enteras a señalar virtudes y defectos presidenciales: muy en especial los de Díaz Ordaz y Echeverría, con quienes mantuvieron una relación neurálgica, daltónica, sobresaltada.
No podemos elevar a los autores a categorías, rangos celestiales, tampoco descalificarlos abiertamente. El Excélsior de 1968 publicó las fotos de Tlatelolco, narró la historia cual sucedió y famoso será por décadas el cartón de Abel Quezada preguntando: ¿por qué? Periodismo independiente que sacaba de sus casillas a Don Gustavo, hombre que mitificó la investidura, no admitía la crítica y creyó haber salvado al país. Pero también al Director del periódico se le pasó la mano: en ocasiones actitudes amarillistas, excesivas y llevadas a extremos que más bien parecían responder a la ira, la megalomanía natural en aquellos poderosos, sabedores de una verdad implacable: a través de las páginas de un periódico bien se puede modificar la historia nacional.
Luego vendría Proceso y Luis Echeverría, Presidente que gobernó bajo la noción de sentirse un Lázaro Cárdenas moderno. Posteriormente José López Portillo amándose al extremo, vanidoso, irresponsable, convirtió a Los Pinos en “harem” donde el ascendente femenino dictaminaba las reglas de conducta. El semanario Proceso fue una respuesta, necesidad acorde a tiempos donde el cambio se empezaba a gestar, espejo nacional. También visceral, irrespetuoso, soberbio, en fin, la conjunción lógica dentro de un entorno entre la opresión y el libertinaje. La historia es conocida, importante es revisar las actuales condiciones en lo que a medios de comunicación se refiere, encontrar una balanza, el equilibrio, ese justo medio tan importante dentro de un entorno democrático.
La televisión es importante, necesaria. Vicente Fox practica un servilismo alarmante (en especial hacia TV AZTECA) –su esposa mantiene hacia esa televisora intereses dudosos- y desdeña a los medios informativos impresos. Recomienda “no leerlos” y olvida la contundencia de la palabra escrita, el que la memoria de un periódico cala hondo en el ánimo del lector. Para nuestra fortuna, en Coahuila y Durango los diarios (en un primerísimo lugar El Siglo de Torreón) son el espejo de anhelos, voz del lector y procuran estar en constante mejoramiento en aras de ir a la par con una comunidad que avanza a pasos agigantados.
En mis viajes a La Laguna constato desarrollo por doquier. El público alcanza niveles de criticidad importantes, por ello fundamental resulta ejercer una difusión noticiosa responsable y seria, apegada a valores y principios éticos sin los cuales comercios de cualquier tipo terminan por desaparecer. A partir de Zedillo muchos medios (electrónicos, radio y prensa escrita) confundieron la libertad con el libertinaje ofensivo, con la nota roja y olvidaron que todo se puede decir cuidando las formas, el fondo, crónica, entrevista, editorial o noticiero hasta en mínimos detalles.
Importante saber discernir, hablar en plata. Si tocamos el asunto de las revistas del corazón y las de espectáculos llegamos a una conclusión: muchas personas son adictas a ellas partiendo de dos razones: o por que hacerlo les permite descansar después de haber leído grandes obras literarias o simple y llanamente: en México la incultura rebasa límites inimaginables y el saber de la vida de artistas le permite al vulgo soñar, sentir identificación profunda con realidades rosas, víctimas, princesas de cuento. La televisión mexicana, el futbol y la Virgen de Guadalupe sirven como tranquilizantes, elementos de consuelo, fe, le otorgan al necesitado consuelo, momentos de éxtasis profundo y estoicismo, distraen la atención nacional de otros fenómenos, atenúan la posibilidad de movimientos sociales.
No comparto aquellas visiones catastróficas, del tono apocalíptico, desdeñosas y que radicalizan a los medios de comunicación en siervos del mismísimo satán. Olvídense de teorías añejas: se puede influir la conciencia pero nunca trastocarla al grado de dejarla inerte, inservible, convertida en esclava. Urge rescatar los espacios culturales, de debate profundo y análisis. Que entre emisor y receptor exista fluidez, retroactividad, retroalimentación. Ya no caben en el país agencias informativas al servicio del Estado, mucho menos otras peores: las que confunden libertad con ejercer un violento periodismo. Esa es harina de otro costal.
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