La celebración de un aniversario más del inicio de la Revolución Mexicana, abre la oportunidad para analizar dicho evento histórico a la luz de los criterios del Siglo Veintiuno, una vez concluida la etapa del régimen de Partido de Estado. El movimiento armado de referencia puso fin a una etapa de nuestra historia patria, que se caracterizó por el depósito del poder público en manos de un caudillo que lo ejerció de manera personal.
El inicio de la Revolución al llamado de Francisco I. Madero exigiendo la democratización del país a partir del respeto al sufragio universal y secreto y del principio de no reelección, convergió con una demanda generalizada de justicia social. En esa virtud las exigencias de obreros y campesinos se sumaron al programa revolucionario, que confluyó en la promulgación de una nueva Constitución General de la República.
Sin embargo se mantuvieron la guerra civil, la asonada y el cuartelazo como alternativas de renovación del poder, lo que derivó en una nueva dictadura de partido y pretendidamente institucional a la que Vargas Llosa calificó de perfecta. Durante este período que se prolongó hasta fines del siglo pasado, se hizo de la Revolución un mito por el grupo en el poder, que a la postre cedió al peso de la democracia.
Por ello es menester actualizar nuestra visión sobre estos hechos históricos, con la intención de aprovechar la experiencia dolorosa de la guerra fraticida y del sistema político que fue su consecuencia pintada en luces y sombras. Este ejercicio debe ser hecho con objetividad y sin el ánimo de enaltecer ni denigrar a nadie en particular, sino con el objeto de entender nuestro presente y sentar las bases de nuestro porvenir como nación.