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Rivalidades pintorescas/Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Los torreonenses hemos crecido con la costumbre de recelar y lamentar la poca atención que Saltillo (la ciudad, el Gobierno del Estado) le pone a nuestras cosas. Más aún, tenemos la íntima sospecha que esa distancia tiene que ver con las envidias y rencores motivados por el extraño fenómeno de que en un estado haya dos ciudades con población e importancia económica semejantes, siendo una de ellas la capital y la otra, según autoidentidad hereditaria, el patito feo. La rivalidad en ocasiones ha llegado a límites sudcarolinos y cada diez años alguien saca por ahí la necesidad de seceder y crear el Estado libre y soberano (lo que no es ninguna entidad mexicana, pero en fin) de La Laguna. Algo semejante ocurre en Chiapas entre San Cristóbal de las Casas y Tuxtla Gutiérrez; allá, la capital del Estado quedó en esta última ciudad (ahora sí que) por las pistolas (¡retó a duelo al alcalde rival!) de don Belisario Domínguez. La verdad, las rencillas solariegas y añejas de este tipo sólo sirven para darle sabor al caldo y hacer más interesantes ciertos partidos de futbol. Uno que otro.

Lo interesante es que en otras partes del mundo se presenta la misma confrontación y por motivos semejantes. Aquí en Alberta (Canadá), desde donde les escribo, existe una rivalidad acérrima y agria entre las dos principales ciudades de la Provincia: Calgary y Edmonton, la capital. La primera tiene un poco más de población, organizó unas Olimpiadas de Invierno que siguen dejando lana y está considerada la ciudad más limpia, una de las diez más seguras y la 26ª en cuanto a nivel de vida del mundo. Su centro es uno de los más hermosos que uno pueda encontrar en el planeta y goza de una vista espectacular de las Rocallosas, que se encuentran a una hora de camino. Ah, y es donde actualmente radica un servidor. Aclaro esto último para que se tome con su dosis de sal lo que he de decir de Edmonton. Ésta es una ciudad chata, sin carácter, más bien sosa y fea y cuyo único motivo de orgullo, al parecer, es tener el Mall más grande del mundo. Además, tiene peor clima que Calgary: El pasado fin de semana estuvimos a 29 grados centígrados bajo cero; ellos, a –34, ja, ja.

La rivalidad entre estas dos ciudades conduce a acciones dignas de niños chiquitos peleando en arenero. Hace algunos años, Edmonton se llevó los destacamentos del ejército canadiense (y quién sabe cuántos empleos) que estaban basados en Calgary. Eso sí, el bellísimo Museo de los Regimientos se quedó acá. ¿Por qué cambiaron de localidad a formaciones militares que tenían aquí décadas? Ah, pues como dice el gallego, nomás por fregar. Por lo mismo, esa afrenta sigue causando resquemor.

La vida en Canadá gira en torno a tres temas: El hockey, el clima y cuán tonto puede ser el Primer Ministro, en ese orden. Y claro, dado que las dos ciudades tienen equipo de hockey, cada temporada se escenifica, en varias etapas, lo que se da en llamar la Batalla de Alberta. Cuando chocan las Flamas de Calgary con los Petroleros de Edmonton, el hielo se derrite con el puro calor del aliento del respetable. Lo que, de nuevo, lleva a circunstancias chuscas.

En la penúltima edición de la Batalla de Alberta, ocurrida en el Saddledome de aquí, Calgary iba venciendo a Edmonton 4-0 empezando el tercer período. Esto es, iba ganando de calle. La mascota de los Flamas es un tipo disfrazado de perro de peluche blanco, que porta una larga lengua roja permanentemente colgante, llamado Harry the Hound. No me pregunten qué tiene que ver un perro ni con el hockey ni con flamas. El caso es que el buen Harry, aprovechando la apachurrada que le estaban dando a los detestados Petroleros, empezó a cocorearlos, asomándose a la banca de los rivales para decir vaya uno a saber qué cosas. Total, hartó de tal manera al entrenador de Edmonton, que éste, furibundo, se volteó, agarró a Harry de donde pudo y de un tirón le arrancó la lengua. Ya se imaginarán las reacciones del culto público ante la mutilación de la indefensa mascota.

El asunto era demasiado bueno para dejarlo así. Antes del siguiente juego de Calgary como local, en la pantalla gigante del Saddledome pasaron la operación de reinserción de la lengua de Harry (realizada por dos cueros disfrazadas de enfermeras en minifalda, en un supuesto quirófano). Cuando terminó la exhibición de tan extraña operación quirúrgica, Harry entró a la cancha al son estruendoso de “Who let the dogs out?” y una ovación de pie de todo el estadio.

Pero ahí no termina la cosa: Esta semana hubo otro juego Calgary-Edmonton. Para tan señalado acontecimiento se vendieron ¡lenguas de perro de tela!, para ser agitadas en las graderías como señal de desdén. Eso sí, aquí nada se desperdicia: Lo que se juntó de dinero fue a beneficencias en pro de animales abandonados. Pese a la lengüetiza rugiente de más de 17,000 aficionados, los Flamas perdieron 5-2. Ni modo.

Volteando la tortilla, los locales tienen (tenemos) un nuevo motivo de regocijo: La semana anterior Edmonton anunció que abandonaba su mote oficial de “Ciudad de Campeones” y le dedicaría CND$300,000 (unos dos millones de pesos mexicanos) a la campaña para encontrar el nuevo título de la ciudad. Las carcajadas de Calgary se oyeron hasta Vancouver.

El título de “Ciudad de Campeones” se lo adjudicó Edmonton a mediados de los ochenta cuando era la sede de dos maquinarias deportivas impecables e implacables: Los Petroleros en hockey (con Wayne Gretzky, el Michael Jordan de ese deporte) y los Esquimales en futbol. Ambos equipos ERAN campeones, ciertamente. Pero como que se requiere mucha soberbia (o como los machos, no saber cuál es la real valía de uno) como para llamar así, de manera oficial, a una ciudad. Ni siquiera Pittsburgh en 1979, cuando Piratas y Acereros hacían marcar el paso a cualquiera, llegó a tanto.

Total, ahora que ni Petroleros ni Esquimales dan una, decidieron cambiarle el título. Por supuesto, eso de gastar toneladas de dinero para encontrar un nombre no habla muy bien de la identidad de una ciudad. Menos aún si son burócratas quienes van a tomar la decisión. Pero bueno, allá ellos. Lo que sí es que en Calgary, buenos vecinos que son, han empezado a hacer llegar sus propuestas. Para muestra algunos botones:

“Edmonton: La mejor vista la hallará en su espejo retrovisor”.

“Edmonton: Al menos no es Regina”.

(Regina es la capital de la provincia de Saskatchewan y dicen, no me consta, que es un pueblo feo como pegarle a Dios y más aburrido que una monja de clausura sorda).

“Edmonton: A sólo tres horas de la hermosa Calgary”.

Creo que el asunto va a seguir dando para cotorreos durante un buen rato.

Por cierto, ¿sigue siendo el mote de Torreón “La Perla de La Laguna”? ¿Con todo el graffiti y suciedad, seguimos empeñados en eso? Y a todo esto, ¿ello significa que el resto de La Comarca es una especie de molusco?

Como que da para ponerse a pensar. Correo: famparan@campus.lag.itesm.mx

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