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Saber Escuchar

Germán Froto y Madariaga

El saber expresarse claramente y poder trasmitir a otros nuestro querer y sentir, es sin duda un arte que pocos dominan, porque para ello se requiere ser poseedor de varias cualidades.

Entre esas cualidades se encuentran: primero, el saber qué es lo que se quiere decir. Segundo, tener una estructura lógica en la cual apoyar eso que queremos decir a la hora de hacerlo y tercero, conocer y utilizar las palabras adecuadas para que llegue efectivamente al conocimiento de otros.

Es por esas razones que ser profesor no es fácil. Tan eso es así, que todos conocemos a personas que poseyendo un buen dominio sobre determinada materia no son capaces de enseñarla a otros.

Pero al lado de la cualidad de saber comunicarnos con los demás, se encuentra otra que es una virtud. La de saber escuchar a fin de poder entender lo que los otros quieren decirnos.

Los grandes conversadores, los buenos charlistas no sólo lo son porque sepan aderezar sus pláticas con interesantes anécdotas salpicadas de humor, sino también porque conocen el valor del silencio y escuchan con atención lo que su interlocutor está diciendo.

El silencio acompañado de la atención, bien lo sabemos, juega un papel importante lo mismo en las conversaciones que en la música, por ejemplo.

Una sinfonía sin pausas, no es sinfonía.

Si para cualquier persona común el saber escuchar no es fácil porque nos gana el orgullo o la soberbia, para un gobernante es aún mucho más difícil, pues es frecuente que quien ejerce el poder público cree saberlo todo y ser el único poseedor del conocimiento y la verdad.

Por eso me llamó la atención la nota aparecida esta semana en el periódico El Universal, en la que se da cuenta que tres amigos del presidente Vicente Fox se reunieron con él a fin de “darle unas cuantas lecciones para decirle cómo salir de la crisis y cómo enfrentar las críticas”.

El Presidente concedió a sus amigos media hora para escuchar sus propuestas y comentarios, aunque a la mera hora el entonces vocero de la presidencia, Rodolfo Elizondo, les consiguió treinta minutos más.

Al través de tres ejemplos, los expositores intentaron regalarle a su amigo Vicente, fórmulas para enfrentar la crisis de su gobierno. Una, fue mediante la utilización de escenas de la película “Gladiador” que estelarizó el actor Russell Crow, en la que entre otras figuras se ve cuando el general Maximus le dice a sus compañeros: “Si estamos juntos sobreviviremos”.

Para la segunda fórmula, se valieron de la película “Patton” y de la figura llamada: “Las mulas y la carreta”, en la que asimilaban la carreta a las instituciones obsoletas, en la que viajaban algunos pasajeros inútiles, como el PRI. Las mulas, estaban representada por la burocracia enganchada para jalar.

“Los líderes —era la esencia de la lección– deben verificar la ejecución de sus órdenes. Entre menos preparadas las tropas, más acuciosa debe ser la supervisión”.

La anterior fórmula, traducida a términos administrativos, equivale a la consabida frase: “Orden dada y no supervisada, es orden no dada”.

En una tercera alegoría o metáfora, utilizaron como símil el juego de futbol americano. “Propósito del juego: anotar y ganar”.

Diríamos entonces que en la política, no basta con jugar. Hay que anotar y anotar los suficientes puntos para ganar.

Por último, los amigos de Fox recurrieron de nueva cuenta al cine, pero ahora utilizando la película “El último castillo”. Es la historia de una prisión militar en la que un general (Robert Redford), que se encuentra prisionero después de haber sido degradado, les devuelve a los soldados (también prisioneros) la dignidad y el honor que habían perdido.

Pero para alcanzar ese objetivo, hubo necesidad de matar al director de la prisión, que era el malo. Mataron al malo, más para lograrlo también “tuvo que morir el bueno”. Si acaso el Presidente entendió esta última lección, no le debe haber gustado.

“Le propusieron –reza la nota del periódico– un plan audaz de cien días de acciones contundentes”. Pero Fox les pidió que aterrizaran más sus propuestas y quedó de reunirse a los quince días con sus amigos. Eso nunca sucedió.

Aún contando con toda la amistad, la confianza y el afecto, sus amigos deben entender que es muy difícil que el Presidente atienda y preste verdaderamente atención a las sugerencias de éstos.

Porque mientras ellos le hablan cruda y amargamente, todos los días, a todas horas hay a su lado algún otro “amigo”, colaborador o familiar que le dice lo contrario. Cosas como: “No te creas Vicente. Si vamos muy bien. Tú eres el gran transformador de este país”. Y desde luego, el Presidente prestará más atención a las voces que la halagan, lo adulan y ensalzan, que a aquellas otras que sólo le amargan el momento.

Este fenómeno se ha venido repitiendo una y otra y otra vez a lo largo de la historia y desde tiempo inmemorial. Por eso el emperador romano utilizaba a aquel sujeto que iba siempre a su lado diciéndole al oído: “Acuérdate que eres mortal”.

La nota periodística consigna que, al final de la presentación que sus amigos le hicieron al Presidente, “con música de fondo de Gladiador, apareció la frase: “Fix the problem” (arregla el problema).

Aunque hubiera sido imprudente, quizá la presentación debió haber concluido, de manera realista, con la frase: “Fox... the problem”.

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