El País
MADRID, ESPAÑA.- Llegó a Hollywood sin dominar el inglés, con miedo a ser encasillada en papeles latinos y con la terquedad de una mula. Después de más de una década, esta mexicana de 37 años compagina la interpretación con la producción en una industria que ya la mira como a uno de los suyos. Ahora vuelve con el que fue su descubridor, Robert Rodríguez, en El Mexicano ( Once Upon a time in Mexico)
Una vez superada una cintura más tajante que un reloj de arena y un busto que responde a una oración infantil en fase de (no) desarrollo (“Por favor, Diosito...”), hay algo aún más difícil de esquivar: su mirada negra y unos labios concentrados en tensar la parte inferior al grito sordo de “quiero más”.
Es Salma Hayek, tequila corriendo por algo más de metro y medio de estatura, matrícula en proporción que ni el David de Miguel Ángel. Salma, nombre árabe para llamar a la paz y a la calma.
Polos opuestos a los instintos que ha levantado desde su irrupción en pantalla. Ahora, a sus 37 años, la chamaquita reconvertida en estrella y empresaria yanqui sigue asegurando, sin embargo, que la belleza no está en la carne, sino en lo que una sea capaz de proyectar. Perversiones aparte (muchos siguen soñando con la anaconda albina que rastreó cada curva suya en Abierto Hasta el Amanecer), ella ha querido proyectar su deseo de llevar las riendas sin dejar de disfrutar. La última nominación por Frida, que también produjo, y la reciente vuelta al plató de su descubridor, Robert Rodríguez, en Érase una vez en México, son la demostración de que ambas cosas, control y diversión, son compatibles.
Pero la privilegiada posición de Salma en el mercado estadounidense, en el que ya se la considera la heredera de mitos hispanos como Rita Moreno, María Félix, Dolores del Río o Katy Jurado, aún lleva colgada la etiqueta con el precio. Hollywood estaba muy lejos de su Coatzacoalcos natal. Un pueblecito perdido de Veracruz donde la hija de un empresario de origen libanés y una cantante de ópera mexicana hacía de tripas corazón por tener que compartir con las ratas el único cine que había. Allí se proyectaban películas de Cantinflas, de Pedro Infante. Pero Salma cerraba los ojos y en la pantalla sólo veía su nombre impreso sobre fondo negro. Tenía siete años y la terquedad de una mula.
El primer tiento fue amenazar con una huelga de hambre si no la enviaban a estudiar a Estados Unidos. Así que aterrizó en Louisiana, pero con condiciones: ¿quieres aire? Bien, pero será el que te dejen respirar las monjas. Tardaron poco en expulsarla. Según Salma, porque hacía demasiadas bromas. Según la leyenda, por vestir “llamativamente”. Ya no regresó a su pueblo, aunque siguió marcada por la pauta paterna que le exigía un compromiso académico en la capital. Pudo ser en cualquier otra cosa, pero se matriculó en Relaciones Internacionales para cubrir el escaparate de su rutina... Mientras, en la trastienda, asistía a clases de Arte Dramático en la Universidad Iberoamericana y participaba en montajes teatrales. A uno de ellos, Aladino, asistió un productor de la cadena mexicana Televisa y le ofreció un papel para un serial titulado Un nuevo amanecer, primer paso que desembocó en la protagonista de otro culebrón, Teresa. En principio, no estaba programado para convertirse en un éxito, pero la audiencia, una vez más, marcó sus preferencias.
Teresa, alias Salma, se convirtió en un boom. Con el éxito, vinieron las dudas: disfrutar en su país de una fama televisiva que le pagaba dos casas, un chofer, una criada (podía llegar a cobrar 20,000 dólares semanales) y una vida de portadas o empezar desde cero en Hollywood. Optó por lo segundo.
A Los Ángeles llegó pensando que sabía hablar inglés. La pobre. También, que no por el hecho de ser mexicana iba a tener que aguantar el encasillamiento de papeles hispanos. Ingenua. Sin embargo, y a pesar de la depresión de la soledad, la dificultad con el idioma y el milagro que era conseguir un papel, Salma se fió de su instinto.
Primer paso: apuntarse a clases de Arte Dramático en el Stella Adler Studio, donde conoció al hijo de Richard Crenna, con quien los rumores aseguran que compartió su primer romance en tierras americanas. Comenzó a asistir a castings, sin mucho éxito... Hasta que un año después se dieron cuenta de que estaba allí: en octubre de 1992 se publicaba una columna en Los Angeles Times con el titular “Salma Hayek, estrella en México, vuelve a empezar su carrera en el sueño americano”.
Dos títulos marcaron el inicio de ese sueño: Mi Vida Loca, de Allison Anders, y El Callejón de los Milagros, de Jorge Fons. Aún faltaba el padrino.
Salma comenzó a ser una invitada habitual en programas televisivos. Como entrevistada ofrecía testimonios muy jugosos, principalmente por su vehemencia y atrevimiento al hablar del encasillamiento de los actores hispanos en Hollywood y demás heridas que podían escocer a no pocos miembros de la industria.
Una de esas vomitonas de sinceridad fue captada en un zapping en la casa de Robert Rodríguez. A los pocos minutos de verla, el director tejano encargó a su mujer, a la sazón productora de sus películas, que la localizara. Casualmente (para quien crea en el azar), esa misma noche, Salma compraba una entrada para ver El Mariachi, cinta de Rodríguez convertida desde su estreno en un filme de culto. Le encantó.
A la mañana siguiente recibía una llamada para una entrevista. Robert le dijo: “Serás mi musa, como Victoria Abril lo fue de Almodóvar”. Desde entonces han colaborado en Desperado (secuela de El Mariachi), Four Rooms, Abierto hasta el Amanecer, The Faculty y la que ahora se estrena, El Mexicano (Once Upon a Time in Mexico). Con un marcado acento hispano en todas estas cintas, Salma consiguió romper con descaro aquello que denunciaba en las entrevistas televisivas: convertirse en una estrella del mercado estadounidense sin renunciar a sus raíces. “Cuando eres taquillera, da igual de dónde procedas”.
Pero tuvo que soportar el peso inevitable de su anatomía y, con él, la etiqueta de “bomba sexual”. Lo cierto es que, a pesar de no encontrarse a gusto con el adjetivo, se lo había ganado a pulso.
Las escenas de sexo de Desperado con Antonio Banderas (salió desnuda porque no se pudo pagar una doble) eran incendiarias y su imagen de dominatrix, con la serpiente rodeando su cuerpo en Abierto... ya se han convertido en un icono (por no mencionar el discurso que acompañaba la escena: “Vivirás para mí. Comerás insectos cuando yo te lo ordene y, como no creo que seas digno de beber sangre humana, te alimentarás de la sangre de los perros abandonados. Como vas a ser mi perro, a partir de ahora te llamarás Spot. Bienvenido a la esclavitud”). Sin embargo, como ella aseguró, su nombre era ya un reclamo en taquilla. Así que comenzó a elegir... con más o menos acierto.
Trabajó con William Baldwin y Cindy Crawford en ese espanto que fue Caza Legal; con otro Baldwin, Stephen, y Laurence Fishburne en Fugitivos Encadenados; con Matthew Perry en Sólo los Tontos se Enamoran; con Russell Crowe en Breaking Up; con Ryan Phillippe en Studio 54, y con Matt Damon y Ben Affleck en Dogma. En 1999 se permitió el lujo de volver a su país para rodar, a las órdenes de Arturo Ripstein, El Coronel no Tiene Quién le Escriba, y volver a Los Ángeles con una propuesta para trabajar al lado de Will Smith, Kevin Kline y Kenneth Branagh en Wild Wild West. Incluso vino a España a protagonizar La Gran Vida, de Antonio Cuadri, por la simple razón de compartir plano con Carmelo Gómez, a quien admiraba desde Tierra (se confiesa admiradora de Julio Medem y “por supuesto, de Pedro Almodóvar”).
Y aún hay más
Con el nuevo siglo llegaron también ambiciones nuevas: tener más control en los proyectos en los que participaba.
-El primero en el que Salma compaginó labores de producción (a través de su empresa Ventana Rosa) con las de interpretación fue En el Tiempo de las Mariposas, un drama romántico para televisión con Edward James Olmos y Demián Bichir.
-Fue una especie de experiencia piloto para el macroproyecto que tenía en mente desde hacía años: llevar al cine la vida de Frida Kahlo.
-Los colmillos de los medios de comunicación comenzaron a segregar... sin conocer la realidad: dijeron que Jennifer López, Madonna y la propia Salma se tiraban de los pelos del entrecejo para encarnar a la pintora, cuando lo cierto es que sólo la mexicana poseía en exclusiva los derechos para hacer la película, al menos en México.
-Salma se rió sin disimulo durante el tiempo que duraron las especulaciones y hasta llegó a decir que Madonna “ya había tenido bastante con su papel de Eva Perón”.
-En 2001 comenzó el rodaje con Salma al frente del reparto y de la producción. Desde el principio tuvo claro que no alimentaría el morbo centrando la historia en la condición bisexual de Frida, y apostó por los recovecos de su personalidad y, sobre todo, por la relación con su marido, el también pintor Diego Rivera (al que dio vida Alfred Molina).
-La película no deslumbró a la crítica, pero ganó los Oscar al mejor maquillaje y banda sonora (aspiraba a otros cuatro, entre ellos los de mejor película y mejor actriz), con lo que se confirmó su buen olfato como productora y su ya indiscutible talento interpretativo.
-Otros tres proyectos confirmados ya para el próximo año: Ultraviolet, a las órdenes de Robert Altman; Murphy’s Law, que también producirá, y After the Sunset, un filme de acción junto a Pierce Brosnan.
-Mientras, además de seguir intentando superar su dislexia, su claustrofobia y una irrefrenable gula, y absolutamente integrada en la forma de vida americana (sus amigos son Matt Damon, Ben Affleck, George Clooney y su íntima, Penélope Cruz), continuará haciendo caso del consejo que una vez le dio el sabio John Cusack: “Tú quieres hacer reír a Dios. Haz planes”.
-Al poco tiempo de llegar a Hollywood, Salma coincidió en un bar de salsa con Robert Duvall. Cuando él se disponía a marcharse, la actriz salió corriendo tras él y le pidió que bailase con ella. Duvall, que aún no la conocía, la tomó por una chiflada.
-“Otro día”, le dijo. Pero esa misma noche cayó en la cuenta y reconoció a la recién llegada... A la mañana siguiente, Salma recibía una invitación para comer de Duvall.
-Entre los nombres citados junto al suyo se incluyen los de Matthew McConaughey, Matthew Perry y Edward Atterton.
-Pero en 2000 todos los rumores se acallaron: Salma comenzaba una relación con el protagonista de El dragón Rojo y El Club de la Lucha, Edward Norton (en la foto). Durante más de tres años han formado una de las parejas más populares y estables de Hollywood... hasta hace aproximadamente tres meses, cuando se anunció su ruptura. Pero nada de lágrimas, Salma ya ha encontrado sustituto: el también actor Josh Lucas (Sweet Home Alabama).
FUENTE: Agencias
Érase una vez en México
La culpa fue de Tarantino. Suya fue la idea de que Robert Rodríguez hiciese una tercera parte de El Mariachi, filme de culto rodado en 1992 con dos duros (ya saben, lo de la sangre con ketchup y los travellings con silla de ruedas) que dio lugar a la secuela, Desperado, ambos con Antonio Banderas como alma de la historia. Incluso en el título metió baza el director de Pulp Fiction... y se lo recomendó conociendo la admiración de Rodríguez por Sergio Leone.
Once Upon a Time in Mexico (El Mexicano) devuelve al Mariachi, mucho más atormentado que en las anteriores y también mucho más hábil con su legendaria guitarra/metralleta.
Lo del tormento viene por la pérdida de Salma Hayek, mejor dicho, Carolina, que era su chica y, a la sazón, madre de su hijita.
Le encontramos, tras semejante trauma, perdido en un poblado mexicano dedicado casi exclusivamente a la fabricación artesanal de guitarras.
En ese lugar acuden con las peores intenciones, una banda de malhechores dispuestos a contratarle para que se cargue al malvado general Márquez que, además de ser una amenaza para la libertad del país, es también el asesino de su familia. Ahí entran en juego los despiadados Willem Dafoe y su mano derecha, Mickey Rourke, con ideas más crueles que pegar a una madre. Y frente a ellos, para compensar la soledad del mariachi, caminan con la ilusión de sacar unos cuartos los fieles Enrique Iglesias (no se le desperdicia, canta una copla) y un Marco Leonardi (el dulce protagonista de Como agua para chocolate ) con inclinaciones etílicas.
También, cómo no, está el FBI, que tiene agentes como la neumática Eva Mendes, caminando por el filo de la corrupción, y el retirado Rubén Blades. Y, no se lo pierdan, un Johnny Depp como un traidor de la CIA, firmando una peligrosa alianza con el Mariachi a varias bandas. Todos se mueven, saltan y pelean al ritmo vertiginoso de Rodríguez, que aprovechó el rodaje para experimentar con la cámara digital de alta definición, un universo técnico al que entró de la mano de su amigo George Lucas.