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Sangrientos atentados visten de luto a Bagdad

EL PAÍS

BAGDAD, IRAQ.- Cinco coches-bomba guiados por conductores suicidas explotaron ayer en Bagdad ante la sede del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y en cuatro comisarías de la nueva policía iraquí causando al menos 42 muertos y más de 230 heridos. Se trata de la jornada más sangrienta desde la caída del régimen el nueve de abril. De nada sirvieron las medidas extraordinarias de seguridad adoptadas en la capital durante el primer día de Ramadán. Los cinco vehículos lograron todos sus objetivos en un intervalo de hora y media, demostrando una sincronización y una capacidad desconocidas en las acciones de la resistencia.

A las 7:30 de la mañana (hora local) temblaron los hoteles Palestina y Sheraton. Algunos pensaron que era un ataque con proyectiles, como el del día anterior contra el Al Rashid, donde se hospedaba -el número dos del Pentágono-, el subsecretario de Defensa norteamericano, Paul Wolfowitz. Una columna de humo se levantaba al Este a un kilómetro de distancia. Soldados estadounidenses que protegen los hoteles comenzaron a disparar al aire. El objetivo del atentado fue la sede central del CICR en Bagdad. Allí, tras un amasijo de hierros y una cortina de fuego, se distinguía el muro exterior derruido, varios bidones cargados con arena desplazados y daños considerables en la fachada. En la vivienda de la derecha había restos de sangre 15 metros del suelo.

“Eran dos vehículos, un Passat azul y una ambulancia. Se movían en paralelo. Los conductores hablaron algo entre ellos y la ambulancia aceleró”, explica Ghani Jadum, un vecino.

Nehad Saled, trabajador local del CICR, tiene suerte: está vivo. Aún no había llegado a la oficina cuando explotó la ambulancia-bomba. Habla y tiembla a la vez. “La mayor parte del personal es iraquí. Muchos de los extranjeros fueron evacuados en agosto”. Hadin lleva pañuelo sobre la cabeza, tiene vendadas las dos manos y lágrimas en los ojos. Sólo desea regresar a su domicilio. “Cuando explotó estábamos en casa”, dice su hermano Alí.

La portavoz del CICR en Iraq, Nada Doumani, atiende a todos, a los periodistas y al teléfono: “Desconozco el motivo. Llevamos en este país desde 1980. Hemos trabajado bajo todos los Gobiernos, siempre por el bien del pueblo. Es prematuro saber cuál será nuestra decisión. Creo que debemos seguir porque tenemos una importante misión para con los iraquíes”. En esa sede bagdadí y en un edificio colindante trabajaban 150 personas, 15 de ellas son extranjeras. La hora de entrada a la oficina de la mayoría es a las nueve de la mañana. Eso evitó una tragedia mayor. Doumani dice que no disponían de medidas especiales de seguridad porque no temían un atentado como el de ayer.

Lo ocurrido en la sede del CICR recuerda al atentado contra el hotel Canal de la ONU el 19 de agosto. Se trata de dos organizaciones internacionales no vinculadas a la guerra ni a los Ejércitos ocupantes.

Ayer fue un día terrible, primera jornada del Ramadán, no había hecho más que despertar. En un intervalo de poco más de una hora, otros cuatro coche-bomba conducidos por suicidas estallaron ante cuatro comisarías de policía. Una extraña sensación de miedo se apoderó de la ciudad. La sincronización y coordinación de los ataques parece demostrar que la resistencia se mantiene fuerte pese a las vacuas y recurrentes declaraciones oficiales. Lo ocurrido podría ser el preludio de un mes sangriento. Las autoridades norteamericanas estudian la posibilidad de volver a imponer el toque de queda levantado el domingo.

El jefe de la policía iraquí, Ahmad Ibrahim, culpó a los seguidores de Saddam Hussein e informó de que habían muerto 42 personas y 230 resultado heridas entre los cinco atentados. Veintiséis civiles y ocho policías. Entre los heridos hay 65 agentes. El mensaje es simple, cualquiera que colabore con los ocupantes es un objetivo. Una quinta comisaría de Bagdad también fue atacada, pero los agentes que protegían las instalaciones lograron herir con sus disparos al conductor que gritaba “muerte a los colaboradores”. El general estadounidense Mark Hertling aseguró que el chofer no había muerto y que estaba en posesión de un pasaporte sirio.

La nueva policía formada por EU es en gran medida la misma que había antes pero reciclada en cursillos de derechos humanos. El mando militar la considera un elemento decisivo para la pacificación del país. Las comisarías se hallan fortificadas y es habitual que en ellas pululen soldados norteamericanos. Al parecer, los suicidas lograron sus objetivos en cuatro de ellas porque viajaban en coches de policía y vestidos como agentes, por lo que no despertaron las sospechas de sus supuestos compañeros.

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