Reuters
LONDRES, INGLATERRA.- Arabia Saudita está actualmente en el centro de una lucha de vida o muerte contra los militantes islámicos radicales que se aprovechan del descontento con la familia real y su aliado Estados Unidos.
Las redadas de las fuerzas de seguridad desde los atentados con bombas en Riyad el 12 de mayo, en los que murieron 35 personas, entre ellas nueve estadounidenses, ha llevado a una serie de sangrientos enfrentamientos con los militantes en los cuales han muerto al menos 16 sospechosos y 11 policías sauditas.
El reciente anuncio de que British Airways suspendía sus vuelos a Arabia Saudita por preocupaciones de seguridad fue un duro golpe tras años de orgullosas afirmaciones de los gobernantes sauditas de que el país era el lugar más seguro del Oriente Medio.
Los ciudadanos sauditas asisten a una serie sin precedentes de choques recurrentes entre las fuerzas de seguridad y militantes, además de la aparición de puntos de control y fuertes medidas de seguridad. “Esto es algo nuevo, nosotros no estamos acostumbrados a algo así”, dijo el analista saudita Jamal Jashoggi.
Según Jashoggi, los atentados en Riyad, independientemente de las presiones estadounidenses, demostraron al gobierno que la seguridad nacional está en juego y propiciaron una cacería de militantes.
“A la larga serán contenidos, pero el gobierno subestimó el poder de los yihadis (militantes) y lo extendido que estaban”, dijo Jashoggi.
Aunque los atentados en Riyad pueden haber enfocado la mente de los gobernantes sauditas en la necesidad de prevenir nuevos ataques, la amenaza a la estabilidad del primer exportador de crudo del mundo no es clara.
“Yo no estoy seguro de que estemos observando un peligro mayor”, dijo Neil Partrick de la Economist Intelligence Unit en Londres.
Partrick señaló que los gobernantes sauditas están ahora más dispuestos a desafiar la autoridad de una creciente minoría de académicos religiosos que consideran que alientan la militancia, mientras los clérigos de alto y mediano rango han demostrado más solidaridad con el gobierno desde los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos.
“Ahora se dan cuenta por primera vez que este monstruo que ayudaron a crear está fuera de control”, agregó.
Abdel-Bari Atwan, director del periódico Al-Quds al-Arabi en Londres, dijo que los atentados en Riyad, junto a la intensa presión estadounidense para acciones sauditas más fuertes, han llevado al colapso de una tregua no escrita entre las autoridades y los militantes.
“Los sauditas están ahora librando una guerra muy difícil”, dijo y añadió que al parecer los militantes lograron infiltrar las fuerzas de seguridad, donde gozaban de algún apoyo.
Atwan dijo que la vieja alianza entre la familia real y el poder religioso wahhabi se ha fragmentado y los radicales se están volviendo contra el gobierno. Algunos son veteranos afganos descontentos, otros académicos jóvenes que han adoptado el credo antiestadounidense de Bin Laden.
ENEMIGO DISPERSO Las autoridades sauditas están dispuestas a culpar a Al Qaeda de las actividades de los militantes, pero Partrick dice que la presencia de la red en Arabia Saudita parece ser tan amorfa como en el plano internacional.
“Para escapar la detección en Arabia Saudita, tienen que ser células y organizaciones pequeñas”, dijo.
El ministro del Interior príncipe Nayef comparó el mes pasado a los militantes con “un órgano enfermo del cuerpo” que prometió extirpar.
Según el disidente saudita Saad al-Faqih, establecido en Londres, las fuerzas de seguridad han encarcelado ya a unos 3.000 presuntos militantes, mientras que otros se han trasladado a Irak para luchar contra las fuerzas estadounidenses. No dijo cuántos siguen en libertad.
Agregó que el pueblo saudita ha perdido la fe en su gobierno y muchos lo perciben como una marioneta estadounidense, cuyas políticas a favor de Israel e Irak evocan una amplia hostilidad árabe.
Faqih, un islamista que predica una lucha pacífica de cambio, dice que los grupos militantes tienen órdenes de restringir sus ataques a extranjeros, especialmente estadounidenses, pero no atacar a policías y otros blancos nacionales.
Según Faqih, Al Qaeda pudiera tener unos cuantos centenares de miembros en Arabia Saudita, pero cuenta con miles de simpatizantes, en su mayoría de una nueva generación que no peleó en Afganistán, Bosnia o Chechenia pero está llena de odio a Estados Unidos.
Jashoggi dijo que es importante que las autoridades sauditas asuman la amenaza de seguridad deteniendo a militantes y capturando sus depósitos de armas y documentos falsos, “pero hay también que preguntarse por qué tenemos a esa gente y qué los motiva”.