EL PAÍS / Agencias
LOS ÁNGELES, EU.- El actor Arnold Schwarzenegger juró ayer ante una Biblia de 1811 que sostenía su esposa, la periodista Maria Shriver, su nuevo cargo como gobernador de California y abrió una nueva era en la política de este estado.
A la ceremonia, televisada en directo, asistieron unos siete mil 500 invitados, entre ellos cuatro antiguos gobernadores y un nutrido grupo de famosos de Hollywood. El actor, de 56 años, que apenas lleva dos meses en la actividad política, se convirtió así en el 38 gobernador de California y en el segundo actor, tras Ronald Reagan, en dirigir el estado más poblado y más rico de Estados Unidos.
Tras jurar su cargo frente al secretario de Justicia del estado, Ronald M. George, Schwarzenegger pronunció un discurso corto, de poco más de quince minutos, en el que reiteró su promesa de gobernar “para los californianos, y no para intereses especiales”, y actuar de catalizador de todas las fuerzas políticas del estado.
Inmediatamente después, y ya desde su despacho, Schwarzenegger cumplió una de sus promesas electorales: anular el aumento del 300 por ciento en el impuesto de circulación decidido por su antecesor en el cargo, el ex gobernador Gray Davis, que asistió a la toma de posesión junto al resto de los ex gobernadores del Estado, excepto Ronald Reagan, enfermo de Alzheimer.
La decisión de suprimir el aumento del impuesto de circulación es enormemente popular, pero aumentará en cuatro mil millones de dólares el déficit presupuestario, calculado en diez mil 200 millones, aunque el nuevo equipo cree que en realidad es de 25 mil millones. Schwarzenegger se comprometió a no subir impuestos y a no recortar gastos públicos relacionados con la educación -que supone un tercio de los cien mil millones del presupuesto-. Las opciones que se manejan son la emisión de bonos y el recorte de algunos gastos, pero el margen es estrecho. Sus asesores estudian varias propuestas relacionadas con los bonos que necesitarían la aprobación de las Cámaras y, eventualmente, de los votantes, y que irían acompañadas de límites en los gastos para evitar futuros desbordamientos de la deuda.
A la espera de lo que anuncie hoy, Schwarzenegger ha dado algunas pistas sobre su forma de trabajar: antes de tomar posesión, ha anunciado nombramientos importantes repartidos entre demócratas y republicanos, ha tendido la mano a las Cámaras y ha asegurado que sacará partido del formidable peso de California –quinta potencia económica mundial- para salir de la crisis. Los demócratas escucharán con atención las propuestas que hoy planteará el nuevo gobernador, porque saben que cuenta con las simpatías populares para impulsar cambios –y con el respaldo de la Casa Blanca- y que el humor de los californianos ha cambiado: hace seis semanas, tres de cada cuatro creían que el Estado iba en la dirección equivocada; ahora, la proporción se ha reducido a la mitad, e incluso un tercio de los votantes demócratas tienen una imagen positiva de Schwarzenegger. Con gran olfato, el nuevo gobernador no ofreció anoche, en contra de la tradición, grandes fiestas o lujosos bailes de inauguración. Lo más que se ha permitido el nuevo gobernador fue una cena, el domingo por la noche, en la que actuó como en una especie de despedida de soltero política. Rodeado de colaboradores y amigos -entre ellos, significados demócratas, como el ex alcalde de San Francisco, Willie Brown, y un puñado de actores de Hollywood- Schwarzenegger dio las gracias a su equipo y a la familia de su mujer, que jugó un papel decisivo en la campaña, y se permitió bromear con algo tan sagrado como la memoria de John Kennedy: “Gracias a Eunice (hermana del presidente y madre de Maria Shriver, la mujer de Schwarzenegger), que ha sido incansable, que me acompañaba en el autobús electoral arriba y abajo, que no paró de hablar... Llegó a decir que incluso el presidente Kennedy hubiera votado por mí”. El silencio que siguió a la afirmación fue roto por el propio gobernador con una carcajada: “¡Esto me lo acabo de inventar!”.