Cada año, el Sol nos da su lección de muerte y resurrección en estos días, lección cuyo dramatismo aumenta mientras más lejos estemos del Ecuador (y del año en que nacimos). Ante el juicio cósmico del tiempo, las desavenencias entre religiones e iglesias parecen pleitos entre hormigas y lo son, aunque quienes ponen sus doctrinas religiosas o políticas por encima de lo cósmico crean lo contrario. De ahí los bandazos del alto clero en Roma como resultado de las travesuras sexuales de no pocos sacerdotes. Como lo señalé en este mismo espacio hace unos meses (“Obispos Acorralados” 10-X-02), no se trata de “unas cuantas manzanas podridas”, como dijo el cardenal McCarrick de Washington sino de un “encubrimiento sistémico” por parte de los obispos (Gary Wills, “The New York Review of Books”, de agosto, 2002).
Ahora ha vuelto el tema a primera plana en dos números sucesivos de la revista “TIME” (16 y 23 de diciembre). En el primero leemos que el cardenal Ratzinger aprobó los comentarios de dos cardenales latinoamericanos, ambos “papábiles”, culpando a la prensa americana por la crisis y, tirando más a fondo, “por el número dominante de sacerdotes ‘gay’ en las parroquias americanas”. El cardenal Medina Estevez escribió en su misiva que la ordenación de homosexuales era “imprudente y, desde el punto de vista pastoral, mucho muy arriesgada”. Posteriormente, un funcionario del Vaticano le dijo a TIME “que esa carta representa el criterio de la Iglesia”, dando a entender que para el 2003 se espera el “documento definitivo sobre las reglas de admisión al seminario excluyendo a los gays del sacerdocio”, lo cual dejará sin sostén las pretensiones “católicas”, o sea universales, de la Iglesia.
Hasta ahí el primer TIME. El número del 23 de diciembre le dedicó una página entera a la dimisión del cardenal Law de Boston, “el más poderoso de los prelados americanos”, como consecuencia de su excesiva tolerancia con respecto a sus sacerdotes delincuentes. SS Juan Pablo II no aceptó su primer intento de dimitir aunque, en vista de nuevas revelaciones y la bancarrota potencial de la arquidiócesis de Boston, acabó por aceptar su segundo intento.
La dimisión del cardenal Law la provocó una verdadera rebelión en su parroquia debido a las revelaciones casi diarias de delincuencias sacerdotales. A fines de noviembre, una corte de Massachusetts ordenó a la arquidiócesis entregar miles de archivos personales, los cuales revelaron acusaciones contra curas por abuso de mujeres, niñas y señoritas (“girls”), así como uso de drogas. Nótese que el ángulo homosexual del problema ya ni se menciona, aunque, desde luego, sigue latente. Pero el paisaje completo es el totalmente humano de sexo y drogas. Ahora, el consejo financiero de la arquidiócesis le dio permiso a Law de solicitar suspensión de pagos, los cuales, dadas las demandas por daños en su contra, podrían ascender a cien millones de dólares.
La gota que derramó el vaso del cardenal Law llevándolo a su dimisión definitiva fue una inusitada carta de 58 sacerdotes de entre los 600 oficiantes de su arquidiócesis, requiriendo su dimisión. Aunque Law conserva su dignidad cardenalicia, sus deberes diocesanos los asumirá el obispo auxiliar Richard Lennon, cuyo puro nombre sugiere armonía.
¿Por qué en la Iglesia Católica tales deslices causan tan tremendo escándalo cuando lo mismo sucede entre el clero protestante sin levantar ampolla? La diferencia es una sola: el celibato que se le impone al sacerdote católico sin más sostén que una tradición monástica medieval. En estos días el Vaticano calificó al clon humano de “inhumano” sin, por lo visto, reconocer la inhumanidad del celibato cuando San Pablo mismo dijo que es “mejor casarse que asarse” (Corintios 7:9). El resultado es que cada año se presentan menos seminaristas y la Iglesia no se explica por qué.