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Se va un grande la fiesta brava

José Luis López

México, DF.- Con la muerte de David Silveti se terminó una parte de la época dorada del toreo mexicano, luego que en su paso por los ruedos el diestro dejó constancia de profesionalismo y gran amor hacia esta profesión, consideró el ganadero Javier Sordo.

Para el ganadero de Xajay, David Silveti se consolidó como la figura taurina más importante del toreo nacional de los últimos años, de ahí que el hueco que dejó será muy difícil de rellenar.

“Primero que nada, para mí David Silveti se consolidó como la figura más importante de los últimos tiempos, además de ser un amigo muy querido y entrañable al que quise mucho y con él conviví una gran parte de mi vida, es una terrible pérdida”, afirmó.

Dijo que ayer por la mañana José Antonio Ramírez “El Capitán” le llamó para darle la desagradable noticia, en la que le confirmó que Silveti se había quitado la vida de un disparo de arma de fuego en la cabeza en la ciudad de Salamanca, Guanajuato, donde residía.

“Francamente estoy muy consternado, mañana (hoy) viajaré a Salamanca para estar con la familia Silveti, con Don Juan, Alejandro y Laura, su mujer, y sus hijos, que son amigos de toda la vida, me da mucha pena y me siento terriblemente triste”, agregó.

Recordó a David Silveti como un torero en toda la extensión de la palabra, y quien a pesar de sus limitaciones físicas logró una carrera llena de éxitos, tanto dentro como fuera de los ruedos.

“Fue una persona exitosa y muy profesional, enamorado de la fiesta brava y debido a sus problemas físicos tuvo que retirarse de lo que más quería, de ahí que entró en una depresión muy fuerte que tal vez influyó para que tomara esta terrible decisión”, abundó.

Confió en que el mundo taurino se volcará hacia la familia Silveti para tratar de ayudarla a disminuir este gran dolor que sienten y demostrarle todo el respeto y la admiración hacia el afamado torero.

Tras recordar con agrado y emoción que David Silveti fue el primero en brindarle un toro dentro de una plaza, Javier Sordo agregó que el mundo taurino tendrá siempre la imagen del llamado “Rey” David dentro del ruedo en donde siempre prodigó calidad y señorío.

De luces y de sombras

Hace ya casi una década, con motivo de una entrevista, David Silveti me citó en una cafetería de Polanco, en la Ciudad de México. Venía del rancho de Manolo Arruza, lo que no impidió que llegara a la cita impecablemente vestido, de modo que para quien no lo conociera resultaba imposible adivinar su profesión.

Así ocurrió con la mesera que nos atendió, por ejemplo, pues mientras el torero respondía una llamada telefónica en el celular, la mujer llegó con dos cafés y preguntó: "¿Es un diputado?".

Me abstuve de contarle aquello a Silveti, que seguramente no se hubiera sentido muy complacido por el hecho de ser confundido con un "representante popular". Y es que, pese a sus delicados modales y a su singular elocuencia, lo último que el torero hubiera querido parecer era un político y menos el más desprestigiado de todos en la percepción popular, el diputado. Pero su imagen dentro de un ruedo, como cualquier aficionado pudo corroborarlo en sus actuaciones durante la pasada temporada en la Plaza México, era muy diferente y sin duda era la que le gustaba proyectar.

Así, vestido de luces, no había duda alguna que David Silveti era un torero. Pero no sólo en esencia, sino también en apariencia. Y queriendo parecerlo, no se conformaba con ser visto como uno cualquiera, sino como un "héroe popular" al estilo del que definió Fernando Savater en un ensayo (El torero como héroe): "El héroe es la posibilidad siempre abierta de que la espontaneidad creadora de la vida derrote a la necesidad de la muerte".

Como el político, David Silveti era también un actor. Pero lo suyo no era asumir el papel más adecuado según la audiencia, sino representar un drama que aunque el torero trataba de definir recurriendo a términos como la ética o la patética, es más sencillo de entender apelando de nueva cuenta a Savater, cuando el filósofo español explicaba: "Si, en el toreo está presente la muerte, pero como aliada, como cómplice de la vida: la muerte hace de comparsa para que la vida se afirme".

La construcción de David Silveti como figura del toreo y por tanto como ese sacerdote que oficiaba en las plazas de toros tomó muchos años y no fue cosa fácil. En buena medida, ocurrió gracias al infortunio, pues luego de una prometedora trayectoria novilleril, las lesiones marcaron su carrera de matador de toros desde el día del doctorado, el 20 de noviembre de 1977. Y entre ellas, que incluyeron más de una docena de cornadas, hay que anotar los múltiples problemas con las rodillas, que en años recientes los médicos atribuyeron a un problema de postura: Una mala posición corporal llevó a debilitarlas, al estar sometidas a un peso inadecuado.

El propio David contaba que, en aquellos años iniciales, no encontró un estilo que le permitiera escalar sitios privilegiados.

Sin embargo, tanto tiempo lejos de los ruedos por retiros dedicados a la rehabilitación y el carácter que debió forjar para hacer frente a circunstancias que lo alejaban de lo que consideraba una vocación, más que una profesión, lo llevaron a renunciar al toreo cruzado, apostando por el toreo paralelo, que es el que provocaba en los espectadores emociones únicas. Así explicaba Silveti las diferencias técnicas entre uno y otro estilo: "El toreo debe ser la conjugación de dos líneas en posición perpendicular: La del toro en su recorrido y la del torero en su quietud. Es decir, el toro, horizontal, y el torero, vertical. De este modo es posible hablar de un tipo de toreo paralelo que es el que ejecutaban Manolote y El Cordobés, consistente en no dejar que el astado se desvíe de su viaje natural, de modo que en el momento de dar el pase pueda haber más verdad, pues las astas pasan más cerca del torero".

Como ha ocurrido en repetidas ocasiones en la historia del toreo, no podría explicarse el fervor por el toreo de David sin la existencia de un torero radicalmente distinto, Jorge Gutiérrez. Y puesto que el punto más alto de la ejecución de ese toreo paralelo por parte de Silveti coincidió con el mejor momento de Gutiérrez, exponente del toreo cruzado, ambos provocaron en las plazas una pasión como no se vivía años atrás en México, cuando la comodidad importó más que la competencia a los toreros de aquella generación a la que perteneció David.

A decir verdad, aquella rivalidad y los momentos de grandeza que produjeron, se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos. En primer lugar, porque a pesar de que los toros que enfrentaba Silveti eran duramente castigados, sus facultades estaban demasiado mermadas. En tales circunstancias debió alejarse de nueva cuenta de los ruedos y la fiesta cayó de nueva cuenta en la monotonía, a excepción de tardes fugaces como las que protagonizó David en la temporada pasada en la México y en algunos otros cosos del país.

Hoy, al quitarse la vida, una decisión que recuerda la de Juan Belmonte, David renunció para siempre a ese sacerdocio en el que la muerte es cómplice de la vida. Y no deja de impactar que la elección de un camino sin retorno la haya tomado un hombre de la profunda religiosidad del torero salmantino.

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