La verdad, la verdad, no pensaba escribir nada en relación a los comicios de hace una semana. Por un lado, ya es mucho lo que se ha dicho y opinado al respecto (la desventaja de aparecer los domingos), de manera tal que el amable lector puede estar ya hasta el copete (si conserva tan preciado elemento capilar) de leer y escuchar las distintas versiones de lo ocurrido: el despertar de la momia priista, el autismo defeño perredista, los dislates panistas sobre cómo fue que no pasó nada... en fin. Por otra parte, la realidad nos pegó tan duro que ni ganas daban de abordar un tema tan sombrío. Pero como algunas personas me han pedido mi opinión al respecto y donde manda capitán no gobierna marinero (de hecho, en este país parece que nadie gobierna, ni marinero ni almirante ni comodoro), pues aquí les va mi perspectiva del reciente desastre. Que, como adelantaba en el título, resultó parejo: a todo mundo le tocó.
El seis de julio fue un desastre para la clase política mexicana toda, porque demostró de manera contundente el divorcio entre los que se pretenden nuestros representantes y la ciudadanía. Que luego de derrochar miles de millones de pesos sólo un 41 por ciento (y para acabarla, el numerito) de los empadronados nos hayamos dignado acudir a votar habla horrores de cuánto respeto y consideración se le tiene a los que se dicen políticos. Si ese epíteto nunca ha conllevado mucha autoridad moral que digamos, después de lo ocurrido hace una semana el titulito es prácticamente un insulto: sirve para nombrar lo innombrable, alguien de quien una mayoría de la sociedad no quiere saber nada, que es visto como una especie de bacilo o bicho ponzoñoso del que hay que mantenerse alejado... como alejada de las urnas estuvo una mayoría de la nación. Por supuesto, la inepta clase política mexicana se merece todo el desprecio que muchos mexicanos le demostraron con su ausencia del proceso. Su incapacidad para enfrentar los grandes problemas nacionales; para abordar las urgentísimas reformas que llevan al menos una década de retraso; y para tomarle el pulso a un país harto de sus insidias, ridículas querellas y soberbias inanidades, ha conseguido que el prestigio de los políticos en general se encuentre en los niveles más bajos de los últimos 25 años.
Por algo, según encuestas, para la ciudadanía los diputados son menos confiables que la promesa clásica de ?Que al cabo nos casamos?. Si la clase política se pensaba importante y hasta imprescindible (quizá de tanto ver sus rostros pendiendo de postes de la luz: el problema de la sobreexposición), creo que ahora tendrán que repensar su lugar en el imaginario nacional. Claro, ello implicaría cierto sentido de la vergüenza y una pizca de autocrítica... lo que, me temo, es mucho pedir de quienes nunca, NUNCA se han caracterizado por hacerse responsables de nada.
El seis de julio fue un desastre para el PAN no sólo por su caída en cuanto al número de diputados en la Cámara y en su porcentaje global de votación, sino porque ello demostró cómo ha perdido el rumbo en apenas tres años de ser gobierno. En este último trienio don Manuel Gómez Morín se ha de haber convertido en rehilete que engaña la vista al girar, de tanto darse vueltas en su tumba, sabiendo lo que han hecho miembros del partido que él fundó: desde las imbecilidades procaces de Pancho Cachondo (que, bendito sea Dios, ya nos dejará de castigar con sus barbajanadas) hasta el asesinato de una regidora por sus correligionarios en Atizapán, por citar sólo dos notorios motivos de vergüenza.
El PAN no supo dejar de ser oposición, no fue capaz de la imaginación y generosidad necesarias para hacer algo con el mandato y las esperanzas que la gente le puso en las manos hace tres años. Se ha mostrado medroso, mediocre, falto de carácter y empuje: muy parecido al PRI en sus peores años. Se hizo certero el pronóstico que por ganar el poder se podía perder el partido. Ahora paga las consecuencias; aunque, la verdad, le salió barato.
El seis de julio fue un desastre para el PRD porque volvió a demostrar su marginalidad y cómo sus pugnas internas, cacicazgos y tribalismo lo convierten, en realidad, en un partido regional, no nacional. En 21 de las 32 entidades ni siquiera uno de cada diez votantes (y, ojo, ésos fueron cuatro de cada diez ciudadanos) sufragó por el ?sol azteca?. A quince años de fundado, el PRD le fue indiferente al 92 por ciento de la población; en plena debacle de la derecha, la izquierda cavernaria mexicana vio descender su votación y se mantuvo en el mismo nivel porcentual de la última década. Si el PRD sigue ensimismado con los éxitos (muy relativos, por otra parte) de López Obrador en el DF y por cómo barrieron en la capital del país (y sólo ahí), tiene perdida desde ahora la elección del 2006; y es que México sí existe más allá de Cuautitlán; los que no existen son los negro-amarillos. Dado que su miopía es crónica y genética (herencia de su pasado marxista, cuando el mundo era explicado según libros en alemán, no por lo que ocurría en la realidad), en tres años volverán a toparse con pared y preguntarse porqué en un país con la mitad de la población en la pobreza, sólo uno de cada seis sufragantes vota por la izquierda... una izquierda anquilosada, premoderna y que no tiene nada qué proponerle a un país harto de sus pleitos y rijosidades.
El seis de julio fue un desastre para el PRI, dado que obtuvo un porcentaje menor de votación que en los últimos dos comicios federales. Ello quiere decir que el famoso ?voto duro? está desapareciendo (algo me dice que por simple envejecimiento y muerte naturales). Y sí, esos sufragios lo mantuvieron a flote tanto en 1997 como en 2000 como ahora... pero cada vez resultan menos representativos. Ello estaba apuntado desde hace una década: mientras más joven, más urbana y más educada la población, menos vota por el PRI... y hacia ahí se encamina el país. Que Madrazo eche las campanas al vuelo por haber obtenido un 35 por ciento de la votación (que representa a por ahí de un 14 por ciento del padrón) me parece patético. Volvemos a las duras cifras: más de seis de cada siete mexicanos adultos no votaron por el tricolor. Si el PRI va a depender del mentado ?voto duro? (que, por las cifras, se ve más bien blandengue); si un hombre sin escrúpulos ni sentido discernible de la ética como Madrazo secuestra la nominación presidencial en 2005; y si la ?victoria? de hace una semana lo ensoberbece y busca la confrontación en lugar del consenso; entonces el PRI se encamina a una catástrofe aún mayor. De mí se acuerdan.
El seis de julio fue un desastre para los ?partidos morralla?, la mayoría de los cuáles gastó el dinero a puños sin aportar gran cosa a la evolución y la vida política del país y luego procedieron a desaparecer. Sólo se salvaron el PVEM (un lastre para nuestro proceso político, que sigue engatusando incautos haciéndose pasar por partido, por ?verde? y por ecologista), el PT (juguete dizque izquierdoso de los Salinas) y Convergencia (con el logotipo más feo creo que de la historia, pero con gente de agallas). México Posible hizo mucho ruido peleándose con los obispos y recibiendo el apoyo público de algunos intelectuales (a quienes en México sólo pelan otros intelectuales), pero de ahí no pasó. El PAS y el PSN, la verdad, se tardaron en morir: de hecho, nunca debieron haber nacido (el PRD la hizo de partera; y luego, al ver lo caros que salieron y lo nefastos que resultaron, los abandonó para que murieran de inanición). Pero además, dejaron como herencia la dificultad que enfrentarán quienes quieran seguir sus pasos: dado el enojo de la población ante el dispendio y el abuso de recursos, en el futuro la presión será importante para que se hagan más restrictivas las normas que permiten la participación de nuevos organismos políticos.
El seis de julio fue un desastre, sobre todo, para el país como entidad histórica. Tenemos 182 años de vida independiente y seguimos enfrascados en pleitos ridículos, paralizados en la inercia ancestral, acarreando millones y millones de marginados; con una clase política que es de mucho menor nivel que hace 130 años, pero que habla hasta por los codos con toda la autoridad moral y coherencia del Ministro de Información iraquí ; y con una ciudadanía que difícilmente merece ese nombre, apática y comodina. O sea, no hemos aprendido nada y el mundo nos sigue dejando atrás. Fuimos un fracaso como nación en el siglo XIX (perdimos la mitad del territorio, la economía no creció durante décadas), fuimos un fracaso como nación en el XX (al empezar ese siglo el nivel de vida mexicano era equivalente al canadiense... y vean cómo estamos ahora) y las previsiones para el XXI son francamente pesimistas. En casi dos siglos no hemos sido capaces de crear instituciones funcionales que la gente haga suyas ni una normalidad democrática de la que una mayoría se sienta partícipe. De ello tienen la culpa los partidos (que difícilmente pueden llamarse así en un sentido moderno del término), pero también la gente común y corriente, que prefiere debatir sobre la alineación de La Volpe y quejarse del horario de verano, que discutir y forzar las reformas que urgentemente requiere el país... y que siguen durmiendo el sueño de los justos.
Ah, pero eso sí: seguimos teniendo pretextos para todo; y nadie se hace responsable de nada. Y otros países con menos recursos, población y capacidad nos siguen rebasando.
De nosotros depende que no seamos un fracaso también en el siglo XXI. Pero en vista de lo ocurrido hace una semana, está difícil ser optimistas.
Consejo no pedido para el desempance: léanse una de John Irving y escuchen ?Rumours? de Fleetwood Mac. Provecho.
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