A menudo escucho en consulta a mamás y papás desorientados por las actitudes de sus hijos. Aquéllos se quejan de que los niños de ahora son muy distintos a los de antes, que son muy desobedientes, que no hacen caso a lo que se les dice, que contestan a los mayores, etc. La mayoría están desorientados y no logran entender la situación.
Poner límites a los niños no es sencillo. La gran mayoría de los adultos hemos sido educados de una manera muy distinta. El modelo educativo que nos brindaron es casi imposible de reproducir, los tiempos han cambiado y aquel modelo ha perdido vigencia.
Los padres, desorientados ante estos cambios, no sabemos cómo y cuándo poner límites a nuestros hijos.
No es mi intención ofrecerles una lista extensa sobre cómo y cuándo poner límites, no hay tal receta para ello. Lo que sí puedo ofrecerles es una comprensión de la situación y una explicación sobre por qué los niños desobedecen.
Divido en cuatro tipos las transgresiones realizadas por los niños (incluyendo en ello a los adolescentes). Con transgresiones quiero referirme al hecho concreto de que un niño no obedezca los límites impuestos por alguno de sus padres.
El primer tipo de trasgresión es realizado por el niño como un llamado de atención. Pensemos por un momento: nuestra vida está llena de exigencias externas, el tiempo libre es escaso, todos los días tenemos infinidad de tareas por realizar.
En este panorama los niños se pierden. Ellos demandan mucho tiempo, tiempo del que a veces no disponemos. Demandan cuidados, atención, comprensión, amor, cariño, contención... más de lo que muchas veces les brindamos. Para los niños las frases: “Espera”. “Después”. “No tengo tiempo ahora” son muy conocidas.
Cuando la situación es tal los niños sienten la falta de atención, y la deducción lógica de ellos es: “A mis padres no les importo”. “Nunca tienen tiempo para mí”. “Sus cosas son siempre más importantes que las mías”... Y ante esto, reaccionan de diversas maneras para obtener lo que desean. Una de ellas es desobedecer. La desobediencia hacia los adultos es una poderosa arma para llamar la atención.
Atender a un niño no implica solamente: alimentarlo, vestirlo, brindarle un hogar, mandarlo a la escuela o estar todo el día con él. Implica, además, darle tiempo, saber qué le pasa, qué siente, qué deseos tiene, qué miedos tiene. Implica hablar con él, responder sus dudas, hacerle saber que lo amamos y que lo protegemos.
Ahora bien, pensemos por un momento si éste es nuestro caso. Si no lo es, quizás la desobediencia se deba al segundo tipo transgresiones.
Este segundo tipo se debe a que no ha habido un establecimiento de límites claros. Me refiero a que si bien los límites están instaurados, éstos no son claros para los niños.
Sabemos que como padres les permitimos y les negamos diferentes cosas a nuestros hijos según su edad, el momento y diversas razones. Cuando estas razones no son verdaderas o justificables, o cuando el permiso o la negación se realizan de manera alternativa y sin fundamento, los niños se desorientan y no entienden nuestras decisiones.
Cuando los padres no tienen fundamentos de los límites que establecen, los niños saben que mediante una discusión o llanto los padres accederán a su pedido. De esta manera se refuerzan los límites difusos. Cada vez hay menos claridad sobre lo permitido y lo prohibido.
El tercer tipo de transgresiones es reflejo de un pedido de límites por parte del niño. Cuando los límites no están instaurados (o dicha instauración es muy vaga) todo o casi todo está permitido.
Los límites si bien restringen también otorgan contención, protección, seguridad y son una demostración de afecto de los padres hacia los hijos. Sin límites el niño queda desprotegido, no se siente amado y tiene la enorme responsabilidad de tomar sus propias decisiones. Es una carga muy grande para un niño. En este caso la desobediencia lleva en sí un pedido a los padres de que le pongan límites que lo guíen y lo contengan.
El cuarto tipo de transgresiones es el punto contrapuesto al anterior. Éste marca la desobediencia como producto de un exceso de límites.
Cuando los límites son muy rígidos, en donde “casi todo” está prohibido, la desobediencia lleva una marca de rebeldía. Ante estos límites rígidos los niños pueden responder con la desobediencia constante.
En los tiempos que corren los límites rígidos ya no pueden sostenerse. Vivimos en una sociedad en donde, por el contrario, “casi todo” está permitido. Por lo que ante una actitud muy estricta la consecuencia más lógica será la desobediencia.
Si nuestro caso es el anterior, sería muy provechoso flexibilizar un poco los límites que hemos impuesto, y seguramente la desobediencia ya no aparecerá tan recurrentemente. Cuando pongamos un límite o cuando no lo hagamos, pensemos qué queremos lograr con esto, cuál es el beneficio para el futuro. Establecer un límite no es una decisión rápida y simple.
La razón de poner un límite es para mí fundar en el hoy la felicidad del mañana del Ser Humano.