En días pasados estaba leyendo un excelente libro y encontré en él una interesante historia. Pero como dicen en las películas, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia, espero amable lector que no sienta alusión, usted ni nadie cercano.
Relata así la historia: Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre habría algo contra mí.
¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que depende de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo. Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir “buenos días”, nuestro hombre le grita furioso: “¡Quédese usted con su martillo, so penco!”.
Menciona el mismo autor de este libro: “Llevar una vida amargada lo puede cualquiera, pero amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende, no basta tener alguna experiencia personal con un par de contratiempos”.
Este libro genial de Paul Watzlawick, al que llama “El Arte de Amargarse la Vida” juega con el humor, con el pensamiento del hemisferio derecho, y nos lleva a reflexionar, bajo principios de psicoterapia, como es que muchas personas, que obviamente no son los que leen esta columna, hacen un gran esfuerzo para amargarse la vida, practicando, una y otra vez cualquier recurso, válido o no, para no ser feliz, para no Ser Humano.
Está en la misma capacidad del Ser Humano identificar cuando está tomando cualquier opción para amargarse la vida, claro está que además a todos aquéllos que le rodean, e incluso hace lo posible para también amargarle la vida a los que están más lejos, y en un acto de deseo de ser feliz optar por un cambio.
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