Vivir con enfermedad
“No entres fácilmente en la noche callada, que la vejez debería delirar y arder al final del día: oponte, oponte furioso a la luz que se extingue”.
Nuestra alma llega a este Universo desnuda, despojada de ropa que la haga perceptible, palpable a los ojos del resto de los humanos que lo pueblan. Necesita arroparse con el cuerpo para hacerse visible en esta parte llamada Tierra. El alma es inalterable pero el cuerpo debido al desgaste que sufre a diario acaba pereciendo y así obtenemos lo que llamamos muerte. Convivir con la vida, con el día a día a menudo es difícil, aceptar que algún día moriremos porque no somos capaces de desligarnos de ese cuerpo o cobijo que hemos tomado prestado, todavía es más arduo.
Nuestro mundo es un mundo hostil lleno de imperfecciones donde defectos como la envidia, el orgullo o el ansia de poder se han podido alimentar con creces, donde paz y guerra se confunden fácilmente llegando a forzar al ser humano a una constante lucha por la supervivencia.
Con estas condiciones el afrontamiento a las enfermedades que conlleva nuestro mundo debería ser más fácil pero la cruda realidad es que el Ser Humano no es capaz de aceptar con la misma frialdad que caracteriza sus principales defectos su propia muerte o la de aquellos seres que estiman. Y eso es de tal modo porque por encima de esos defectos antes nombrados la gran virtud del amor se hace notar.
Amamos más que herimos y sufrimos más que causamos dolor. Nuestros sentimientos conforman nuestro ser y esa sensibilidad es la que caracteriza esta humanidad que conocemos, muy a pesar de lo que las noticias nos muestran a diario.
El conjunto es hostil pero el individuo unitario ama y sufre cuando el ser amado vive con dolor.
La vestimenta o cuerpo se agrieta, se altera como si se tratara de una montaña erosionada por el viento. La vida en la Tierra es probablemente un pequeño tránsito en el camino de nuestras almas y por este motivo no podemos ser inmortales en ella.
La ciencia avanza en la lucha de las enfermedades que destruyen al Ser Humano pero todavía hay muchas que causan la muerte y no pueden ser abolidas como el cáncer o el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida.
No estamos preparados para asumir una enfermedad terminal, ni nosotros si somos los que la sufrimos ni si les ocurre a aquéllos por los que sentimos afecto.
El tiempo para supuestamente elaborarlo a menudo va en nuestra contra porque nuestra mente está demasiado desarrollada y un mal hábito adquirido es el pensar obsesivamente.
Cuando un médico te da la fatal noticia, acortándote el supuesto tiempo de permanencia vivo, no piensas racionalmente mensajes tipo “Bueno cualquiera está expuesto a la muerte, nadie puede saber el tiempo que permanecerá vivo, al menos yo podré organizar el resto de mis días y preparar a los seres queridos e incluso a mí mismo en la aceptación del desenlace”.
Por el contrario, el mundo se hunde y sólo piensas: “Me muero, ya no hay tiempo”.
Por mi desempeño profesional y mi vida diaria he conocido enfermos terminales de SIDA. En sus rostros ves el sufrimiento porque la enfermedad es larga y dolorosa. Aquéllos que estaban en esa cama sólo deseaban que llegara ya el momento porque desde que fueron partícipes de su enfermedad hasta su total desarrollo, habían sufrido mucho como una muerte lenta y anunciada.
En enfermos de cáncer cercanos puedo hablar de una amiga que todavía hoy tras varios años de conocimiento de su fatal final, lucha por la supervivencia.
Jamás se ha dejado vencer, siempre ha apostado por seguir viviendo, por disfrutar de cada minuto que la vida le permite saborear, y consciente de su mal ha puesto en marcha el circuito de la ciencia y medicina para jamás darse por vencida.
El amor a sus hijos, a sí misma, su pasión por la vida la han permitido seguir viva tras tres largos años de enfermedad, de pasar por tratamientos duros, implosivos pero siempre compensados por su ansia de vitalidad.
Nunca ha permitido que los momentos estables de su cáncer afectaran su vida con pensamientos constantes referidos a su muerte, por el contrario, ha buscado hasta la última pócima de vigor para vivir con normalidad su destino.
Ella es un ejemplo a seguir, por lo menos para mí, cuando la vida nos planta imprevistas como éstos. Si estamos todavía a años luz de aceptar la muerte de nuestro cuerpo al menos aprendamos a convivir con una enfermedad terminal buscando nuestro último aliento de fe.
No hay que darse por vencidos la esperanza siempre tiene que permanecer en nuestro ser, en nuestro Ser Humano.
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