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Sharon y el holocausto palestino

Heinz Dieterich Steffan

La política del gobierno israelí de Ariel Sharon, de convertir la Tierra Santa en un campo de concentración para los palestinos y el comentario histórico de José Saramago, de que esa política refleja “el espíritu de Auschwitz”, obligan a reabrir el debate sobre la acusación de que el Estado de Israel está cometiendo un nuevo holocausto contra los palestinos.

En la política de persecución y exterminio nazi de la población judía (holocausto), hay que diferenciar tres etapas principales que se realizan con objetivos y métodos diferentes:

1. La del movimiento fascista, de 1923 a 1933; 2. La del Estado fascista prebélico, 1933-1939 y 3. La del Estado fascista en guerra, 1939-1945.

En la primera fase, Adolf Hitler escribe su panfleto Mein Kampf (Mi lucha), que proporciona la base ideológica al Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo (NSDAP), fundado en 1920.

Los judíos y el bolchevismo como “ejes del mal” de las desgracias nacionales, la superioridad racial germánica y la necesidad alemana de conquistar otras naciones para disponer de un Lebensraum (“espacio vital”) suficiente, son los arietes ideológicos del naciente movimiento nazi que pretenden derrumbar al Estado liberal para quedarse con el poder.

No hay nada nuevo en ese programa de dominación. El uso propagandístico de una estructura binaria ideológica -el mal y el bien- para manipular a la población, es tan antigua como la sociedad de clase misma. Los estados, las Iglesias, los partidos políticos, los demagogos y las élites dominantes siempre han utilizado ese arquetipo de pensamiento para imponer sus intereses.

El racismo, a su vez, es la apología más funcional para todo proyecto antiético, desde la justificación griega de la esclavitud y la subyugación terrorista de la población indígena americana, hasta el holocausto judío y los éxitos electorales de Hitler en Alemania, Le Pen en Francia, Joerg Haider en Austria y el Exterminador en California.

Este uso político-sicológico-electoral del antisemitismo judío termina con la conversión del movimiento nazi, en enero de 1933, en Estado fascista. De una ideología movimentista coadyuvante a la instalación de una dictadura del gran capital, se metamorfosea en un complejo ideológico-jurídico estatal, destinado a cumplir dos funciones principales: a) excluir a la población de descendencia judía de la protección de la constitución y, b) permitir la apropiación de sus riquezas.

La “arianización” de las propiedades judías, es decir, la apropiación de comercios, fábricas, bancos y demás valores productivos de la clase empresarial con descendencia judía, al igual que la marginación de profesionales judíos de los cargos de administración, actividades médicas y jurídicas, entre otras, liquidó una competencia incómoda para los capitalistas alemanes y permitió el enriquecimiento parasitario del Partido, de bancos, de “camaradas nazis” bien colocados y de instituciones del Estado.

El crecimiento desmesurado del Estado nazi paralelo exigía enormes fondos, la expropiación de los activos judíos era el camino más rápido para satisfacer las necesidades económicas del Leviatán y conllevaba a la primera ola de “limpieza étnica” del holocausto.

La exclusión social-jurídica de la comunidad alemana fue acelerada en 1933 con la legislación que obligaba a la población definida como judía a llevar una estrella amarilla (estrella de David) en su vestimenta cuando salía de sus casas. Tal discriminación racista fue institucionalizada originalmente por la Iglesia católica en la Edad Media, cuando, junto al establecimiento de los ghettos judíos, el Vaticano decretó que la población judía debía llevar un bonete amarillo al salir a la calle.

La tercera fase del holocausto se inicia con la invasión hitleriana a Polonia y en 1942 los nazis determinan aplicar la “solución final” a la población judía europea, es decir, su exterminación física. Las técnicas de matanza utilizadas anteriormente, como el hambre, las enfermedades y los fusilamientos no son suficientes para el holocausto, hecho por el cual se planea su aniquilación con la fría lógica y los métodos del capitalismo industrial. Auschwitz, donde millones de personas son gasificadas y cremadas, es el paradigma.

La lógica de Auschwitz es la del antiguo colonialismo, puesto en escena con tecnología y procedimientos del industrialismo moderno. Toda persona incapaz de ser utilizada como trabajador forzoso es asesinada en las cámaras de gas. Los demás son rentadas por la SS a precios simbólicos a las empresas transnacionales alemanas, como, por ejemplo, la Siemens y las grandes corporaciones químicas que instalan enormes fábricas en los confines del campo de concentración de Auschwitz.

Si se compara este proyecto de dominación nazi con el de dominación sionista, hay diferencias evidentes. El Estado sionista no emplea campos de exterminio masivo, no practica una política de genocidio y no es un Estado de excepción fascista, sino una democracia burguesa liberal.

Sin embargo, los elementos concordantes entre ambos proyectos son igualmente evidentes. 1. La esencia de las políticas de Hitler y Sharon es el expansionismo bélico. El Lebensraum de Hitler era Europa del Este. El Lebensraum de Sharon es Palestina.

2. La apropiación de este “espacio vital” se realiza mediante la “limpieza étnica” de los territorios ocupados por la fuerza militar. 3. Los métodos utilizados para tal fin son, esencialmente, los empleados por las fuerzas de ocupación de Hitler: a) la destrucción de la base económica de la población indígena; b) su confinamiento en grandes ghettos amurallados, de los cuales no pueden salir ni entrar sin permiso de los conquistadores; c) el uso sistemático de asesinatos políticos, ejecuciones extrajudiciales, torturas, destrucción y robo de propiedades, castigos colectivos, secuestro de rehenes, entre otros.

3. Todas las medidas de la política de Sharon contra la población palestina son violatorias del derecho internacional.

4. El núcleo ideológico del sionismo que representa Sharon y que es compartido por amplios sectores del Partido Laborista, se fundamenta en la noción del “pueblo elegido” y del gran Israel bíblico. Esos son equivalentes teológicos de los ideologemas de la “raza aria superior” y del Lebensraum de los nazis.

5. De la misma manera en que las potencias occidentales, excepto los daneses, no hicieron ningún esfuerzo serio para impedir el exterminio histórico de los judíos, la política sionista cuenta hoy día con el apoyo explícito de Washington, de la Unión Europea y de la prensa mundial. Sin ese apoyo, su criminal política en Palestina no sería posible.

Si a la luz de estos antecedentes se denomina la política sionista frente a los palestinos como un nuevo holocausto, depende del significado que se le confiere a ese concepto. De que existan razones sobradas para hacerlo, no cabe duda.

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