Es posible que a nuestros mandatarios les asista la razón y los equivocados sean los que siempre reniegan en contra de todo lo que propone el gobierno. Y sin embargo, recuérdese aquello de que la burra no era arisca. Las promesas de campaña que han hecho desde tiempos inmemoriales, candidatos de diversos partidos, no se han cumplido cabalmente. No es de ahora, ha sido de siempre. Los políticos no han variado sus métodos en el transcurso de los años. Cuando quieren conseguir sus objetivos, buenos o malos, se valen de mil argucias de manera tal que plantean cualquier cosa, por inverosímil que parezca, de la que al poco tiempo se olvidan. Ya electos, los vemos salir del país muy ufanos cuando son recibidos con los honores que merece un jefe de Estado, tiesos como si se hubieran olvidado quitarle el gancho al saco, contemplando, con mirada seráfica, el esplendor del cielo, lamentando que los demás no se den cuenta de los esfuerzos que hacen para salvar al país. Vinos escanciados en copas de cristal de bohemia, ricas viandas y opíparas comilitonas. Por desgracia los beneficios de esas travesías no trasminan hacia el pueblo.
¿De qué pueblo estamos hablando? ¿cómo está conformado? ¿tiene voz propia? ¿le permiten decidir su destino? La respuesta a estas preguntas es que somos todos, gente común y sencilla. Me refiero al grueso de la población. Es el hombre ordinario, que vota en las elecciones dejándose llevar por los slogan, de los encargados de celebrar los comicios, que trabaja por un exiguo salario, que asiste a los estadios deportivos a desahogar sus emociones, que consume cerveza, que le gustan los albures, que se reproduce prolíficamente, que en días de asueto lleva su numerosa prole a parques públicos, que nace, crece, se enamora, se casa, no saliendo jamás de su terruño a menos que se vaya de bracero. Que le gustan las películas de la “corcholata” y las canciones de Vicente, que es devoto de la virgen morena, que el 15 de septiembre es patriota hasta las cachas. Durante décadas careció de vestuario más allá de un pantalón con el que es enterrado en una fosa en el panteón municipal, dentro de un ataúd de madera, que termina cubierto de tierra. No reposa por siempre, pues a los cinco años sus huesos son exhumados para dejarle el lugar al siguiente. Al paso de los meses, su nombre no lo recuerdan ni sus amigos más íntimos. Acta est fabula, dijo Augusto en su lecho de muerte. Algunos perecen ahogados en su intento de cruzar un río, o caen deshidratados en el desierto o son abatidos por balas de escopeta.
Ese pueblo votó. Le dio las espaldas al quítale el freno. Es un pueblo que a pesar de su escasa cultura sueña con autoridades que defiendan sus intereses. Digámoslo claro, si estuviera en contra de quienes se han opuesto a los cambios sin rumbo hubiera emitido su voto por la gente de Vicente Fox. En efecto, durante los tres primeros años del sexenio los diputados tricolores y los del sol azteca se mostraron discrepantes con las propuestas del gobierno. Al elegir el pueblo a sus nuevos representantes, por lógica hemos de entenderlo así, establecieron un claro apoyo a los disidentes, los que no estaban de acuerdo con las políticas promocionadas por el Presidente. Así lo reconocieron las huestes foxistas que, al enterarse del resultado de los comicios, parecían llorar como magdalenas en semana mayor. ¿Entonces? ¿Qué está sucediendo? ¿Cómo se explica que siempre sí habrá privatizaciones en el sector eléctrico? Antes no era una buena medida ¿Ahora sí lo es? ¿La reforma fiscal seguirá los mismos pasos, al igual que la laboral? ¿Y Pemex? Si el pueblo creyera en las buenas intenciones de sus gobernantes se convencería de que con esas reformas estructurales tendremos un auge económico nunca visto que, aunque sean las migajas, algo le alcanzará a los olvidados.
¿Qué está pasando en México? No se necesita ser Sherlock Holmes para contestar que es elemental. Los nuevos diputados carecen de un ideario propio. Han llegado al puesto sin enterarse de cuáles son sus responsabilidades con los desheredados de la fortuna. Ignoran que la Constitución Política Federal contiene principios fundamentales y permanentes bajo los cuales varias generaciones de mexicanos crearon lo que es bueno para nuestra convivencia. Dejarla al garete, para que cada administración la modifique a su antojo, nos parece asaz desatinado. En fin, el financiamiento hace la diferencia, porque los comicios no se ganan sin una costosa campaña que genera compromisos con mecenas, hombres de ilustre prosapia en los negocios, que son los que en la actualidad dan las directrices. Lo que permite jalarles a nuestros bisoños diputados, los mismos hilos que a una marioneta.