Cuando era niña pensaba que las palabras mágicas existían, hoy no tengo ninguna duda. Conozco algunas más o menos efectivas como abracadabra, zimzalabín y ábrete sésamo, aunque la más poderosa de todas, la infalible, la que realiza los sueños imposibles, abre cualquier puerta y ablanda hasta los corazones desahuciados, es la palabra “Sí”.
El sí que es por naturaleza la más dulce de las notas musicales, al entrar por el oído desencadena en el cuerpo una reacción positiva, llega hasta el estómago como un trocito de pan recién horneado y al corazón como un beso. Pues bien, la buena nueva es que el pasado domingo en una jornada histórica sin precedentes, los ciudadanos del mundo unimos la voz para decir “Sí a la vida, No a la Guerra, No en nuestro nombre”.
Millones de seres en todos los puntos del planeta -incluido Nueva York que es donde se desencadenó el horror y donde todo deseo de venganza resultaría legítimo- salimos a las calles a manifestar nuestro repudio a la guerra que es la fría decisión de unos cuantos hombres, para exterminar a unos cuantos millones de sus congéneres, que es poner en marcha la maquinaria de destrucción y caos a favor de quién sabe qué oscuros intereses.
En esta capital fue un gozo ver cómo la conciencia colectiva -que empieza a dar señales de vida- reaccionó y miles de capitalinos renunciamos al descanso dominical para manifestarnos en demanda de la paz. En una ciudad donde las manifestaciones de los inconformes son la pesadilla cotidiana, parece incongruente calificar de gozo una manifestación más.
Ante eso tal vez valdría la pena aclarar que la mayoría de la gente que invade nuestras calles y entorpece la vida en esta capital, son ciudadanos convertidos en masa pura y manipulable, carne de plantón, acarreados que en su mayoría ignoran los verdaderos fines de quienes los mueven estratégicamente para donde les conviene. No sé a qué venimos, responderían muchos de estos protestadores a sueldo si se les preguntara. Pero el hambre es canija y la torta es la torta y cincuenta o cien pesitos más la diversión, no son nada despreciables para una masa que durante décadas ha vivido con la conciencia adormecida.
Pero volviendo a lo mío, los ciudadanos del mundo hemos expresado contundentemente nuestro deseo de paz y ahora sólo nos queda hacer changuitos para que nos escuchen quienes tienen en sus manos la última palabra. Es una tranquilidad saber que Presidenfox está en la misma frecuencia que los mexicanos y no nos sucede lo que a los españoles que quieren la paz mientras su presidente José María Aznar va en sentido contrario. Pero no es justo ni equitativo ni saludable que Bush y Hussein vean frustradas sus intenciones. Han invertido demasiada energía en esta guerra y es necesario ofrecerles el tiempo y el espacio para que descarguen tanta furia acumulada y sus almas puedan encontrar el sosiego que necesitan.
Si en vez de ser ama de casa yo fuera Naciones Unidas, propondría que ambos subieran al ring para una pelea de box que podría promocionarse como La Madre de todas las peleas. Los millonarios del mundo estarían dispuestos a pagar lo que fuera por un buen asiento frente al ring, las cadenas de televisión podrían transmitirlo a todos los rincones del planeta para que quedara claro quién es el mejor, y el dinero que se obtuviera sería donado a quienes no tienen pan ni conocen la alegría de los libros. ace@mx.inter.net