Sólo una semana después de asumir la presidencia de la República, Don Adolfo Ruiz Cortínez mandó al Congreso la iniciativa de Ley y durante su gestión, se reformaron los artículos 34 y 115 de la Constitución para conceder el voto a las mujeres, con lo que quedaba establecida la igualdad de derechos civiles y políticos. ¡Oh Dios!¿Cuándo y por qué nos volvimos desiguales y perdimos los derechos? ¿Pues qué fue lo que hicimos tan mal? “Las esforzadas mujeres mexicanas escucharon que la Cámara de Diputados votaba afirmativamente la reforma en virtud de la cuál se les conceden los derechos políticos plenos” informó un diario de la época.
Y pues sí, pero no. Se trataba de un fuerte golpe asestado al machismo, por lo que el mismo Presidente se vio en la necesidad de atenuarlo insistiendo en que las mujeres no debían olvidar que aunque fueran ciudadanas, su papel era alentar al hombre, tener virtudes morales y mantenerse decentes y abnegadas -o sea negadas, o sea inexistentes- ¡faltaba más! Y siendo así, aunque se les concedía el derecho de elegir a sus representantes, se las conminaba a seguir dedicadas a su hogar y a su familia, y se les advertía contra la idea perniciosa de salir de su casa.
Es obvio que siempre a hubo mujeres adelantadas a su tiempo, rompedoras de moldes y contestatarias; pero éstas han sido la excepción. Las mujeres del diario cargamos demasiado sobrepeso para reaccionar con agilidad, por lo que a-penas, cincuenta años después estamos empezando a asumir los derechos y responsabilidades civiles y políticas que nos corresponden. Sin abandonar del todo -qué más quisiéramos- las irrenunciables cargas domésticas y morales que nos impone la sociedad, reconocimos la injusticia, escuchamos el llamado de los que sufren y nos pusimos en acción.
Había llegado el momento de traspasar los límites de la vida familiar, y aprovechando la indiscutible fuerza hipnótica que mantiene a los hombres frente a la pantallas de televisión; de puntitas, procurando no hacer ruido, salimos a la calle para ponernos al día y tomar poco a poco nuestro lugar en los talleres, en las aulas, en los libros que nos ayudaron a construir el puente por donde acceder a los espacios políticos.
Aún falta mucho por hacer pero ya hay mujeres bien preparadas para asumir la Presidencia de la República, ¡pero cuidado! no son las estridentes oportunistas que andan por ahí haciendo su luchita y tomándonos el pulso. ¡Líbranos Señor! Repito cuando pienso en ejemplares como Elba Esther o La Jefa para presidentas.
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