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Silvia Pinal es una mujer capaz de reconocer sus errores

Por Gabriel Bauducco

El Siglo de Torreón

MÉXICO, DF.- En la diminuta oficina que a Silvia Pinal le ha costado mucho tiempo conseguir dentro de Televisa, los objetos tienen un orden improvisado. Y ella -una estrella en este país-, se comporta como si esa fama que le impide pasar desapercibida en las calles de la ciudad o en un remoto pueblo del interior, no existiera. O se comporta, más bien, como si ser famoso fuera para todo el mundo algo natural. Esta heroína de 85 películas, el próximo 12 de septiembre cumplirá años. Algunos dicen que 74, ella asegura que 68.

Y está de buen humor en esta mañana luminosa. Tiene el ánimo de los que han dormido sin sobresaltos. Será por eso que habla sin demasiados rodeos sobre cualquier asunto. Una estrella de la tierra confesando sus limitaciones y también el mal coraje que le trae una demanda por fraude genérico por varios millones de pesos, como presidenta de la Asociación de Productores Teatrales (Protea). Esa causa que le valió muchos meses de estar escondida -prófuga, para la justicia-, por una orden de arresto que había en su contra por la administración de esa entidad durante 1998. Finalmente, esa orden de captura fue declarada ilegal. Y aunque la investigación continúa respecto a su desempeño durante el 99 y el 2000, se sabe ya que la Procuraduría de Justicia, anunció su decisión -todavía revocable- de que no habrá un proceso penal en contra de Silvia Pinal

Pero, sobre todo, esta mujer es una estrella capaz de reconocer errores, murmurar las cuestiones que lleva escondidas en el alma y el dolor que eso le causa. Una mujer fuerte que, lejos de los glamoures de su fama, se sienta frente a un espejo de verdades y -luego de cuatro matrimonios- confiesa su falta de flexibilidad para afrontar un amor duradero y también su incapacidad para entregarse un poco más al afecto de sus hijos, de sus nietos.

-¿Qué cosas la ponen de mal humor, Silvia?

“La mentira. Y cuando se traman situaciones a mis espaldas en mi trabajo. Cuando tengo que poner en orden a la gente, como si fuera yo una mamá que tiene que poner en orden a los niños. ¡Eso me saca de quicio!… En los once meses que estuve fuera de mi casa y de mi trabajo, pues, muchas cosas cambiaron. Algunas personas pensaron, equivocadamente, que podían hacer esto o aquello sin mi autorización. Eso me pesa y me molesta mucho”.

-Me pregunto qué sintió durante ese tiempo, prófuga, fuera del país.

“La situación que me presentaron los abogados era muy complicada, muy drástica... Me dijeron que nadie debía saber mi paradero porque había una orden de captura. ‘Usted no puede hablar por teléfono, porque lo más lógico es que el gobierno esté checando todos los teléfonos de su casa, de su trabajo’”.

-Silvia, no ha dicho qué sintió.

“Pues ¡terrible! Jamás había pensado que podía llegar a vivir una cosa así. Hasta ahora yo había vivido para lograr cosas, para realizarme, para trabajar, para triunfar. Pero, cuando tuve que esconderme, la vida me cambió. Cambiaron mis tiempos, mis… metas. Hasta la oportunidad de recibir homenajes”.

-¿Por qué dice eso?

“Porque yo salí de aquí, pensando que desde Miami me iría a Málaga, ya que había un reconocimiento para mí, dentro del homenaje de Luis Buñuel. Y también irme a Brownsville a recoger mi Mister Amigo, que es un homenaje precioso. Pero yo no pude estar ahí, porque con la policía buscándote, no hay nada más tonto que ir a un homenaje que te hacen. Y... ¡estar encerrada! Eso fue lo que más me dolió. Ahora entiendo que la gente pueda llegar a matarse por la falta de libertad. Tratar. Pero, vaya, estar ahí escondida -porque esa es la palabra exacta: escondida-, eso me cambió. Me deprimí.

Entonces aprendí a estar sola. A mí me gusta estar sola, pero no en esas circunstancias. Estuve encerrada en el apartamento de mi hija Alejandra (Guzmán, la cantante de rock). Ni mis hijos sabían dónde estaba. Porque Alejandra sabía que yo pasaría por su departamento antes de ir a Málaga, pero no sabía que yo iba a quedarme ahí”.

-¿Y Luego?

“Y luego, pues, la soledad... y la necesidad de sobrevivir. Aunque, eso me gusta: sobrevivir yo solita. Soy muy independiente, mi madre me enseñó a hacer todo: lavar, planchar, coser, tejer, escribir a máquina, sé escribir en la computadora, hacer... cartas, comida... Y sobreviví bien”.

-Pero está usted acostumbrada a vivir con varias personas que la atienden.

“Es cierto, pero no es eso lo que más me afectó. Me busqué ocupaciones, para no llenarme el tiempo de no hacer nada. Entonces redecoré la casa. Pintaba, acomodaba los cuadros de un lado para el otro, hasta fui a comprar un colchón que faltaba. Y aprendí a conducirme en la ciudad. No estoy acostumbrada a eso porque aquí, en México, tengo chofer. Pero... había días en los que no quería salir a ningún lado”.

-¿Sintió mucha vergüenza, Silvia?

“Nooo... Jamás vergüenza. Eso hubiera sido terrible para mí. Siempre creí que las cosas estaban bien hechas. Y, en efecto, así estaban, porque posteriormente se probó que no había nada que rebatirme”.

-Ok. ¿De qué cosas no podemos hablar usted y yo?

“De (risas) cómo hago el amor”.

-¿Qué la hace a usted distinta del resto de la gente? ¿Qué la convierte en una estrella, una “diva”, como le dicen?

“Pues... no lo sé. Una de las cosas que más me ha servido para llegar a ese nombre, ese apodo, es haber hecho tres películas con Luis Buñuel. Soy la única actriz que hizo tres películas con él. Eso hizo que estuviera yo en las cinetecas del mundo, en los museos, como el de Arte Moderno en Nueva York, en París, en muchas ciudades. Eso me hace decir: caray, lo he logrado por hacer las películas con Buñuel”.

-Es que la pregunta no es cómo lo consiguió. Sino ¿qué la diferencia a usted del resto de los mortales?

“Ah caray... eso nunca me lo habían preguntado... pues no sé... soy de las que piensan que uno no es como cree sino como lo ven los demás. Pero, yo oigo que dicen que soy muy trabajadora, muy exitosa, dicen que todo lo que toco se convierte en éxito, y la mayoría de las veces es así”.

-Si yo no supiera quién es usted, podría verla en un centro comercial muy caro, haciendo compras. Y diría que es una mujer rica y elegante. Pero no pensaría que es usted una estrella.

“Sí... lo entiendo. Pero eso es algo a lo que no puedo contestar. Porque, de hecho, yo me siento diferente de los demás. Pero, claro, la gente me lo hace sentir, no es nuevo para mí. O sea: a mí me extraña ir a un lugar y que no me conozcan, que no volteen a verme. Y eso me gusta, porque es para lo que he trabajado, para lo que luché, para que la gente me conozca y me quiera”.

-¿Porque quería usted ser famosa?

“Al principio por cuestiones muy elementales: tener dinero, poder comprar lo que uno quiera. Pero el éxito es mucho más: es llenar un teatro, por ejemplo”.

-No es lo mismo tener dinero que tener fama.

“No, pero va junto... Además, si te metes en algo, quieres ser el mejor”.

-Bien... ahora ya tiene todo el dinero que soñó tener y, mucho más, sin duda, ¿por qué sigue haciéndolo?

“No lo hago por necesidad económica. Lo hago porque me gusta mi trabajo. Porque eso me hace feliz”.

-¿Qué es la felicidad, Silvia?

“Es... no sé... pues, tratar de estar feliz”.

-A ver, no lo haga más difícil, ¿cómo lo consigue usted?

“Haciendo lo que quiero”.

-¿Eso no es un poco caprichoso?

“Nooo...es muy difícil. Mire: un día (pausa)... estaba yo con un ex marido...”.

-¿Con cuál de todos, dígame?

“No, no puedo (se ríe)... Estábamos discutiendo y le dije que no se puede hacer en la vida lo que uno quiere. Él se volteó y me dijo, muy mono: ‘¿es que tú no haces lo que quieres?’. Y le dije ¡¡no!!. ‘Pues ¡qué pen...!’, me contestó. Pero hay momentos en los que uno no puede hacer lo que quiere; por amor, por respeto, por el qué dirán... por muchas razones, yo no he hecho en mi vida lo que he querido”.

-Qué chistoso, una mujer como usted puede conducirse con toda la libertad que se le antoje, pero está muy pendiente de lo que digan los demás, ¿por qué?

“Será porque así me educaron, o porque yo sola me autocondicioné. Por ejemplo, aun estando sin marido, yo jamás dejé de ir a dormir a mi casa. Jamás. A la hora que fuera, mis hijos abrían los ojos y yo estaba ahí. Eso cuando estaba divorciada. Porque estando casada, obviamente, yo cumplía con todas las de la ley, siempre fui una... buena esposa”.

-¿Fue fiel?

“A veces no, pero fue porque las circunstancias me obligaron”.

-Eso es discutible. ¿Por qué?

“Porque me di cuenta que me engañaba, cuando yo lo amaba y lo apoyaba con todo lo que podía apoyar. Me engañaba, ¡y con mucha gente!. Y a mí... a veces ni siquiera me tenía en cuenta. ¿Qué está pasando? –pensé-. ¿Estoy fea, estoy gorda? ¡No! Estoy bien, estoy guapa. Entonces llega un momento en el que uno tiene que reconfirmarse. Eso me pasó a mí. Tenía que saber que era capaz de gustarle a alguien. Lo hice y... no me sentí bien”.

-¿Se arrepiente?

“Sí, me arrepentí porque yo amaba locamente a ese hombre, pero no podía resistir que me engañara. Él me falló y yo quise fallarle, para demostrarle que no debía jugar conmigo”.

-Y ¿sirvió de algo?

“No, de nada (se ríe, con una mueca de dolor. Pone en su boca ese gesto que hacemos todos cuando lo irreversible se nos viene encima, con una dosis de culpa, de deshonor)... de nada me sirvió”.

-¿A qué se refería cuando hablaba de las cosas que querría hacer y no puede?

“Mire: Por ahí, me gustaría salir con un hombre, pero si está casado no me atrevo. No me atrevo a una cosa así. Y tampoco me atrevo a coquetear en forma violenta. A mí me encanta que me busquen... y que el hombre me coquetee y que diga ‘tú me gustas’; y si él me gusta, yo contesto y si no, no. Dirá usted que soy una idiota antigua, que hay que buscar a la gente, pero no me atrevo. También me gustaría administrar mejor el tiempo”.

-¿Cómo es eso?

“Es que me gustaría tener más tiempo. Y no lo logro. No sé por qué, pero no puedo. Me da coraje porque no consigo zafarme de las cosas. Y, ¿sabe qué pasa? ¡¡Nadaaa!!. No pasa nada, pero luego me hago bolas, y me enojo”.

-Al menos el enojo es mejor que el dolor.

“Pues a mí me dolió mucho la pérdida de seres queridos. El perder a mi hija Viridiana (que falleció en un accidente automovilístico, hace años) me hizo mucho, mucho daño. Me quedé como en el limbo, no reconocí lo que había pasado. No lloré, no... me daba cuenta, no pude decir que estaba muerta, hasta mucho tiempo después”.

-¿Cómo salió de eso?

“Con trabajo y con una relación que me apoyó mucho. Una relación diferente, en el ambiente de la política, por entonces estaba en pareja con Tulio Hernández, gobernador de Tlaxcala. Me ayudó a... no pensar. Pero el día que lo asimilé, entonces sí me solté y sufrí mucho, me costó un trabajo horrible aceptarlo”.

-¿Cómo lo vive hoy?

“Pues recordándolo. Me duele. Hay muchos momentos en que la recuerdo con cariño, pero siempre me duele, me duele mucho (Silvia se levanta de la mesa en la que platicamos, va hasta su escritorio, busca pañuelos y, con un ademán elegante e imperceptible, seca sus las lágrimas secas. Pero la voz se le queda rota, desgarrada, por un buen rato)”.

-¿Seguimos hablando de los hijos?

“Sí, claro”.

-Algunas veces las madres sufren porque los hijos no hacen lo que a ellas les gustaría ¿Eso le pasa a usted?

“Bueno, en general lo que hacen mis hijos, no me preocupa ni me molesta, porque ellos son los que están haciendo su vida y su futuro. Confío mucho en lo que yo les di, una buena educación. Alejandra, por ejemplo, dice todo lo bueno que tiene es de su madre. Creo que exagera un poco, ¿no?”.

-¿Le cae simpático todo el desenfado de Alejandra en sus actuaciones?

“No, de repente no me hace tanta gracia. Pero... ella es así. La gente sabe que ella no engaña, que ella no miente. Le cueste lo que le cueste, hace lo que quiere y afronta las consecuencias. Y la respeto mucho, porque yo nunca he sido así. Se parece mucho a su padre que es muy extrovertido, mienta la m... muy fácil en los shows y la gente se lo festeja. Alejandra no llega a eso, pero, si siente ganas de bajarse el vestido y enseñar los senos, como lo hizo en un concierto, pues lo hace”.

-¿Eso le hizo sentir vergüenza?

“No, a mí me dio mucho ¡coraje!, pero vergüenza no. Me enojé mucho. Mi hija me pidió perdón y me dijo que era un éxito tan grande, que la gente estaba enloquecida y que sintió ganas de liberarse y ser liberó. Pero, ¡¡coño!! qué manera de liberarse. Su papá también se ofendió mucho. Yo no la quiero cambiar y es una niña que vale oro.

Cuando ella supo que yo iba a quedarme en su departamento, fue a verme y me dijo: aquí están las llaves, aquí está el coche y firmo un cheque en blanco y me lo entregó. O sea: a mí no me hace falta dinero, pero es el hecho de que ella llegó a preocuparse de cualquier cosa.

Guardé el cheque con mucho cariño y el día que me fui, lo llené de besos y se lo dejé. Esas son las cosas que hace Alejandra. Es loca, loca, pero... tiene un corazón del tamaño del universo. Y yo la quiero mucho como así es”.

-¿Cómo se lleva con su hija Silvia, la mayor?

“Tenemos mucha historia en común. De hecho, a la casa en la que vivo, llegamos las dos solas. Hemos compartido muchas cosas”.

-¿Qué hay de su hijo Enrique?

Luis Enrique es distinto, más tranquilo, se parece mucho a mí en el carácter, nos llevamos bastante bien. Es músico, tiene su estudio ahí en la casa, es un muchacho poco cariñoso”.

-¿Y usted lo es, Silvia?

“Yo tampoco soy muy cariñosa, por eso digo que se parece mucho a mí (sonríe, otra vez con esa sonrisa que pone ante las cosas que no tienen remedio). Y, por el contrario, yo sí soy cariñosa con mis nietas. Ahora que lo pienso... mi mamá tampoco fue muy cariñosa conmigo. Sin embargo, ella también era de oro puro. A veces a mí no me gusta que me apapachen mucho... (risas) me siento rara si me están abrazando”.

-¿Será ese uno de sus defectos?

“Pues, tengo muchos, pero la verdad ni me importan. Creo que me excedo en el trabajo, creo que no soy cariñosa, creo que... pero tengo muchas virtudes...”.

-No haga trampas... estábamos hablando de otra cosa.

“Por ejemplo, hubo una época en que cuidaba yo mucho el dinero, era muy tacaña... Mis hijos se quejaban mucho de eso”.

-¿Ah, ya no?

“Bueno, ya no porque cada uno se rasca solo. Pero yo no creo haber sido tacaña. De pequeña, viví en muchos pueblos, porque mi papá era militar político. Entonces, de repente teníamos una buena casa, un coche. Y, de golpe, no teníamos nada. Por eso viví acostumbrada a ahorrar, a no gastar el dinero. Recuerdo que iba al mercado y mi mamá me enseñaba a hacer las compras.

Me decía: ‘Silvia, por favor, saliendo de la escuela pasas por el mercado’. Yo iba y aprendía a regatear... y lo que regateaba me lo quedaba para mí (se ríe). Esa fue la vida que yo viví. Por esa época yo vivía en Cuernavaca, tenía como once años y me hacía mi propia ropa”.

-¿Para qué ahorraba?

Yo quería vivir mejor, pero me costaba trabajo. Entonces, cuando empecé a ganar dinero dije: quiero mi casa. Y me fui a comprar un terreno en abonos. La casa donde vivo la hice por ladrillos”.

-Roberto Gómez Bolaños dice que la casa de él entra unas treinta veces dentro de la suya.

“¿La habrá medido, cómo sabe? La casa fue creciendo con el tiempo y con la llegada de los hijos. Lo único que siempre fue desmedidamente grande es la alberca. ¡Olímpica, un absurdo! Recién empezaba yo y alguna tontería tenía que cometer. Pero seguimos teniendo el mismo jardín. Lo de la alberca es porque el arquitecto me dijo ¿la quieres olímpica? ¡Y sonó precioso! Le dije que sí. Qué bruta, ¡qué vergüenza!”.

-¿Qué cosas le dan vergüenza, Silvia?

“Me da vergüenza que me vean totalmente desnuda”.

-¿Y hablar de sus cirugías estéticas?

“No, eso no. Tampoco lo ando contando alegremente, pero no me da vergüenza”.

-¿Cuántas veces se operó?

“Me hice dos en la cara y una en los senos. Las de la cara fueron una fuerte, de levantamiento. La otra fue un retoque de la primera y en los senos lo que me hice fue quitarme un poco”.

-¿Le tiene miedo a la fealdad física?

“No miedo, no... la vejez es la vejez, pero no me gusta. Evito las cosas que puedo evitar. Si estoy gorda adelgazo, si estoy mal hago ejercicio, si... me veo que tengo pellejo por aquí (se toca el cuello) me lo quito...”.

-Y se operó los párpados.

“Ah... sí, eso también. Justamente, ahora, me lo acabo de hacer. Me gusta estar bien”.

-Es una mujer que ha tenido muchos amores.

“No tantos, eh”.

-¿Los ha contado?

“¡La gente que yo he amado muchísimo?: cuatro (enseguida corrige), cinco”.

-¿Por qué terminó con cada uno?

“Amé inmensamente a Emilio Azcárraga Milmo. Ese fue un amor correspondido pero imposible. Después, en el primer matrimonio, él me doblaba la edad, entonces pasé de una disciplina terrible con mi papá, a una disciplina más terrible porque existía amor, celos, control... Llegó un momento en que dije: ‘no, yo no quiero vivir así’. Pensé que casarme me iba a dar libertad, pero no fue así”.

-Y, ¿cómo vive cada muerte del amor?

“Pues, tratando de zafarme de él. En el segundo matrimonio fue muy doloroso el final, porque los dos nos amábamos, y nos separamos. Ya no perdonamos ninguno al otro... Y luego con Enrique (Guzmán), pues... la inseguridad de muchos momentos nos hizo vivir situaciones que no teníamos por qué vivir. Yo soy la que siempre termino, no sé por qué, pero me cuesta trabajo, cada vez me cuesta más trabajo”.

-Luego vino el gobernador

“Esa fue una relación muy linda, porque es un hombre muy brillante, inteligente, muy buen político. Y me encantó”.

-¿Está pensando en una nueva relación?

“Relación sí, pero casamiento no. Incluso, ni siquiera me gustaría vivir con alguien. Ya me gustó vivir sola, que nadie me diga qué hacer. Yo ya quiero hacer lo que me dé la gana, por lo menos en mi casa”.

-Ha pensado que el promedio de las mujeres mexicanas no se atreve a intentar tantas veces.

“Bueno, no sólo las mexicanas, Pero... ¡Qué padre tener parejas y parejas! Yo me casé para que mis hijos tuvieran un nombre y no vivieran circunstancias que pudieran pesarles. Pero eso es antiguo, ahora las cosas han cambiado”.

-No logro distinguir si es usted una persona feliz.

“Pues no del todo, yo nunca he sido feliz del todo. Ese es un estado irreal”.

¿Como pensar que la felicidad absoluta es para tontos?

“Pues, yo creo”.

-Conozco a una mujer que cuando le preguntan qué quiere ser en la próxima vida responde: estúpida, así seré feliz.

“Es muy buena respuesta (ríe a carcajadas). Yo he tenido muchos momentos de felicidad. Me quejo de cosas que me han pasado, pero no de la vida”.

-¿De qué se arrepiente, Silvia?

“Pues de haber estado en Protea, es la única cosa que me molesta”.

-¿Por qué sufre?

“Por las cosas que uno tiene que sufrir: porque me falta mi madre, que se me murió hace tres años... y éramos muy pegadas; porque me da pena tener tantos matrimonios y no haberme realizado con ninguno. Siento que soy yo la que falló, porque siempre fui la que terminó esas relaciones, la que no toleró”.

-¿Esa es la única frustración?

“Pues, ahora, sí. Siento que a lo mejor debí aguantar más cosas, aceptar más... en la vida siempre luché por que todo se hiciera como yo quería. ¿¡Qué egoísta, no!?”.

-¿Tiene miedo de quedarse sola?

“No, para nada. Estoy sola, hace ya algunos años. Pero a mi edad... no me da miedo. A eso no tengo por qué temerle, ¿no?”.

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