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Sobreaviso/Ajustes de cuentas

René Delgado

Perdida la elección ciudadana en los pleitos internos y externos de los partidos políticos, la consecuencia será todavía más complicada: a la lucha eliminatoria que protagonizaron los grupos y corrientes internas del PRI, el PAN y el PRD seguirá un ajuste de cuentas que, si no derriba, hará tambalear a las direcciones de Roberto Madrazo, Luis Felipe Bravo y Rosario Robles.

Increíblemente, los partidos políticos -incluido el Gobierno Federal- se empeñan en boicotear el derecho ciudadano de elegir a sus representantes. Llaman a elegir cuando no ofrecen qué escoger. Por eso, suena a burla que del derecho electoral quieran hacer una obligación y, ahora, pretendan convocar al voto.

Así, a la lucha eliminatoria que fue el sello distintivo de la selección de candidatos en los tres principales partidos y que, en el fondo, buscaba asegurar la dirección y el control de las respectivas estructuras partidistas, seguirá por fuerza un ajuste interno de cuentas.

A ver cómo les va a Roberto Madrazo, Luis Felipe Bravo y Rosario Robles. Incurrieron en un error fundamental: confundieron la alberca con el trampolín. Por eso en vez de impulsarse de la dirección de sus partidos, se están hundiendo. A ver si alcanzan la orilla.

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La paradoja de la torpe estrategia que los tres dirigentes partidistas siguieron para consolidarse en la dirección de sus organizaciones es que, sin excepción, dejaron ver cuál era y es su meta o su ambición última.

Roberto Madrazo buscó la dirección tricolor pensando que esa era la vía directa a la candidatura presidencial del 2006. Luis Felipe Bravo repitió en la dirección albiazul, pensando que de ese modo podría aterrizar en el Palacio de Gobierno de Toluca. Y Rosario Robles, creyendo que los padrinazgos políticos duran toda la vida, jugó doble en la dirección del partido y, luego, sin que nadie se lo pidiera, se echó la soga al cuello al sujetar su permanencia en ese sitio sobre la base de superar el 20 por ciento de la votación federal.

Los tres dirigentes abrieron su juego y, absurdamente, fincaron su estrategia en la resta y no en la suma. Y, visto que entre el PRI y el PAN viene un empate y que el PRD no supo aprovechar la oportunidad que le ofrecía la polarización de la contienda, es claro que después del seis de julio lo que sigue es un ajuste interno de cuentas.

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Aun cuando en los tres casos, las palabras transición, alternancia, cambio y consolidación les llenan la boca, jugaron a hacer de la selección de candidatos un torneo de fuerzas al interior de sus partidos, donde naturalmente ellos saldrían como campeones. Por esa razón, hicieron de los ejercicios de selección de candidatos un juego eliminatorio. Había que consolidar un sólido grupo de leales y, de una vez, restar a aquellos grupos o corrientes que pudieran competir con ellos en sus aspiraciones.

Entraron al juego eliminatorio al tiempo que a la ciudadanía le arrebataron la posibilidad de elegir a quienes pudieran resultar los mejores representantes populares. Llevaron al extremo ese debate entre la representación popular y la representación del partido. Se mofaron de la representación ciudadana para privilegiar la representación de sí mismos.

Aquello, guste o no al electorado, les sonaba como música. Sin embargo, los estudios de preferencia electoral reportan que ni Roberto Madrazo ni Luis Felipe Bravo conseguirán integrar una mayoría parlamentaria que corone su fuerza y que Rosario Robles no podrá ofrecer como trofeo el porcentaje de votos que prometió conseguir.

Con esos resultados, es claro que más de un grupo se presentará en las oficinas de los tres dirigentes a cobrar la factura del fracaso. La revancha toca a la puerta de los tres partidos y está por verse cuál será el paisaje después de la batalla.

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El priista Roberto Madrazo la tiene bastante complicada. La demanda del candidato Federico Berrueto es la punta de lanza del grupo zedillista-labastidista que, desde ahora, se interesa en desplazarlo de la dirección del partido.

Fiel a la política de usar la mentira como un recurso de gobierno, Madrazo hizo compromisos y promesas a un sinnúmero de grupos y cuadros de su propio partido. A algunos les incumplió en la primera oportunidad y otros, que todavía no reciben la noticia de que los acuerdos eran de saliva, miran con desconfianza si realmente hay compromiso en lo establecido.

La misma Elba Esther Gordillo mira con desconfianza al compañero de fórmula con el que pasó a ocupar la dirección del partido. Tiene de palabra el compromiso de que coordinará la fracción parlamentaria en la Cámara de Diputados pero ya tuvo más de una noticia de que eso no necesariamente es un compromiso. A su vez, quienes le hablan al oído a Arturo Montiel y le hacen creer que aun cuando no logra consolidar su gobierno en el Estado de México podría pasar a ocupar la residencia oficial de Los Pinos, ya están haciendo su montón de piedras para lapidar al tabasqueño.

La realidad es que Madrazo jugó a consolidar su liderazgo tricolor no en el complicado ejercicio de tejer alianzas sólidas, sino en la aventura de establecer compromisos a incumplirse y de ahí pasó a eliminar a quienes podrían ofrecer resistencia a su eventual candidatura presidencial. Tal fue el descuido en su estrategia que, aun hoy, sigue teniendo como principal interlocutor interno a un dirigente estatal, Isidro Pastor, que, cuando no le exige la renuncia, le reclama recursos para la campaña.

Ante esa delicada situación política, Madrazo no pudo evadir la sanción impuesta por el Instituto Federal Electoral y, eso, le deja por herencia un partido instalado en la bancarrota. Un partido fracturado y en la bancarrota difícilmente constituye un trampolín. Es una alberca.

Roberto Madrazo no sabe hacer política en equipo y menos aún sin dinero. Y si, efectivamente, goza de la simpatía de Carlos Salinas de Gortari, es claro que el ex presidente de la República tendrá que tomar nota de que no puede apostarle a un caballo con los tobillos rotos.

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Luis Felipe Bravo tendrá tiempo para escribir el best seller: Cómo encabezar un partido, sin dirigirlo.

El dirigente albiazul dejó escapar la oportunidad de oro para dejar la presidencia de su partido y trazar con tiempo un camino a la gubernatura del Estado de México. Pudo cumplir con el primer período de su mandato y salir coronado, aunque él no hubiera construido el reino, de haber colocado al primer panista en la residencia oficial de Los Pinos. No lo hizo, repitió en la presidencia del partido y, ahora, está prensado. No tuvo la audacia política de sumar a su partido a la fuerza ciudadana que llegaron a encarnar “Los Amigos de Fox” (por el contrario, les cerró la puerta); no logró definir la relación entre el partido y el gobierno; no supo tender puentes entre el panismo doctrinario y los restos del foxismo; y, en el colmo de su incapacidad política, tampoco dio satisfacción al panismo doctrinario. No hizo todo eso y sí, en cambio, los gobiernos municipales del PAN en el Estado de México dieron mucho de qué hablar, al punto de disminuir considerablemente las posibilidades del PAN para gobernar esa entidad.

Entre las facturas que trae Luis Felipe Bravo hay una que no se puede perder de vista. La eliminación de Antonio Lozano en la competencia por alcanzar una diputación y, de ahí, la coordinación de la próxima bancada albiazul, es una declaración de guerra al grupo de Diego Fernández de Cevallos que tiene muy buena memoria. Si a eso se agrega que la eventual coordinación de los diputados caerá en manos de Francisco Barrio, el agravio es mayor y mucho más delicado.

Francisco Barrio no ha logrado acreditar la consolidación de las obras políticas que emprende. Se vio en Juárez, se vio en Chihuahua, se vio en la Contraloría y, ahora, está por verse cómo coordinará a un grupo de diputados divididos y sin liderazgo y cómo entablará el diálogo con aquellos a quienes pretendía meter a la cárcel.

Si Luis Felipe Bravo piensa que la política-corcho (aquella que se mueve al ritmo de la marejada donde flota) puede seguirla desarrollando hasta el término de su segundo mandato, tendrá que postergar la escritura de esa obra política: Cómo encabezar un partido, sin dirigirlo. Todo indica, sin embargo, que podrá empezarla a pergeñar mucho antes.

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Rosario Robles disimula bastante bien el arte de cambiar de caballo a la mitad del río y no está claro si logrará esa hazaña. Y, en esa machincuepa, resulta inexplicable su promesa de renunciar a la dirección del partido si no supera el 20 por ciento de la votación. Nadie le pidió que lo hiciera pero, en medio de su complicada situación, lanzó ese compromiso.

Sin restarle sus propios méritos, la trayectoria de Rosario Robles siempre ha estado bajo la sombra de Cuauhtémoc Cárdenas y, sin embargo, cada vez es más inocultable la distancia que tiene con él. Aquel desayuno de la unidad perredista, en realidad, dejó ver el tamaño de la distancia, misma que ahora se acrecienta. Si a la pérdida de ese tutelaje se agrega la oscura estela que dejó su administración en el Distrito Federal, los vínculos que se perfilan entre algunos de sus colaboradores y operadores políticos con negocios políticos y económicos y la omisión que hizo del nombre de Cuauhtémoc Cárdenas como un presidenciable, es claro que Robles trae un problema político en crecimiento.

Su afán de acercarse al grupo que encabeza Andrés Manuel López Obrador no marca la intención de construir o fortalecer una alianza, como la de encontrar refugio frente a la distancia que trae con Cárdenas. Y, aun cuando es difícil leer con claridad los deslindes de López Obrador frente a la dirección de Rosario Robles, es evidente que, después del seis de julio, el tabasqueño tendrá que ser más claridoso en su posicionamiento.

Aunado a ello, afecta la circunstancia de Rosario Robles el hecho de no haber logrado diseñar una estrategia política para aprovechar la polarización entre el PRI y el PAN. No supo repetir en la escala federal la estrategia aplicada en el Estado de México y los resultados electorales que se perfilan en el horizonte complicarán aún más su difícil situación.

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Al absurdo construido por los partidos políticos -llamar a elegir, cuando no ofrecen qué escoger- seguirá un ajuste de cuentas al interior de las tres formaciones políticas. Serán juegos de sobrevivencia. Lo increíble de todo es que sean los propios partidos políticos y sus dirigencias los que compitan por vulnerar la consolidación de la democracia.

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