Sólo porque a veces la risa es incontenible, los disparates pasan por puntadas. La ausencia de ideas, por folclóricas ocurrencias. Las exageraciones más descabelladas, por sólidas denuncias. El cinismo, por civismo. Quién sabe por qué sinrazón algunos personajes de la vida pública han hecho de la gracejada o la exageración su más firme argumento. Así, transcurren los días. En estas fechas, el gobernador René Juárez Cisneros, el senador Diego Fernández de Cevallos, el subsecretario Agustín Carstens, la subprocuradora María de la Luz Lima Malvido y la presidente del Instituto Electoral del Estado de México, María Luisa Farrera Paniagua, compiten en esa pista.
Bromas y exageraciones aparte, nomás si se quiere por variarle, habría que reparar en lo que esos personajes dicen y hacen, en lo que callan u ocultan.
Política a gritos y en traje de baño. Aun cuando nunca se lo propuso y, quizá, nunca se lo imaginó, el gobernador de Guerrero, René Juárez Cisneros, alcanzó esta semana momentos de gloria. Se colocó en el centro de uno de los debates nacionales y puso sobre la mesa un tema insospechado. Un asunto que se puede resumir así: ¿qué es peor, ver al gobernador en traje de baño o escuchar sus declaraciones? Coraje no le faltó al mandatario guerrerense para hundirse hasta la cintura en las agitadas pero, sobre todo, contaminadas aguas de Caletilla, en Acapulco. Se entalló el traje de baño y se introdujo en ellas. Se cuidó, eso sí, de hacer bucitos. Se dio un baño de pueblo y con la prueba misma de su sobrevivencia, acabó con ese loco afán del secretario Víctor Lichtinger de informar a la población sobre el grado de contaminación de las playas de Acapulco. Ni coraje ni vocabulario le faltaron al gobernador para sanear las aguas a gritos y a calzón de baño puesto.
En socorro de esa alma desinteresada ante la presencia de coliformes en la bahía, la Iglesia puso lo suyo. El arzobispo del puerto, Felipe Aguirre Franco, ofreció sus servicios para sanear, sin costosa planta de tratamiento de por medio, esas aguas. No lo ha hecho hasta ahora, pero dispuesto está a bendecir con agua bendita esas playas. Y así, sin querer, el prelado reveló un misterio. Por lo que dijo, se entiende que el agua bendita lleva entre sus componentes una buena porción de cloro concentrado. Hay dogma en el mágico líquido y liturgia en su aplicación, pero por lo visto también hay ciencia y tecnología. Cupo en el obispo, eso sí, un gesto de recato y mesura: no ofreció caminar sobre las aguas de Caletilla.
Al coro de desatinos y disparates, sumó su voz hasta el progresista alcalde del puerto, el perredista Alberto López Rosas. Con el respaldo y el apoyo de los hoteleros de Acapulco, anunció que por la vía penal pagarán las autoridades federales la osadía de señalar las playas de Tlacopanocha y Caletilla como impropias para bañarse en ellas.
Tanto consenso, tanta comunión y tanta sinrazón nunca se habían visto juntos en ese estado tan dado a la confrontación. Que a la cárcel y al infierno vayan a dar los secretarios de Estado interesados en abrir la información de interés público. ¡Qué clase de payasadas son esas! Si ya el presidente de la República dijo que se vive feliz en la desinformación, qué necesidad de hacer público el índice contaminación de las playas de la República.
Diálogo al calor del ?fuego amigo?. Hasta con el presidente de su propio partido, el senador panista Diego Fernández de Cevallos está dispuesto a dialogar para lograr un armisticio con el portavoz presidencial, Rodolfo Elizondo. El senador juega con el lenguaje bélico de moda para ilustrar graciosamente el nivel del desencuentro que hay entre él y el presidente de la República, entre los dos polos en medio de los cuales naufraga la relación entre el gobierno y su partido y se hunde el dirigente panista, Luis Felipe Bravo, que no ata ni desata.
Juegan con las palabras entre el gobierno y su partido pero, en el fondo, las destruyen. Esconden en ellas, no un debate con posturas de fondo, sino una disputa de intereses y de grupos. El golpeteo por debajo de la cintura, no para reorientar el rumbo del país o debatir a fondo el proyecto del gobierno, sino para defender, preservar o ampliar si se puede -como dice Roberto Zamarripa- los feudos. Nomás falta que Luis Felipe Bravo nombre un mediador para la paz entre el gobierno y su partido.
La frivolidad del juego exhibe un expediente que, desde su inicio, el flamante régimen panista no ha logrado resolver: la relación entre el gobierno y los partidos. Si así se llevan el presidente Vicente Fox y el senador Diego Fernández de Cevallos, qué puede esperarse del diálogo del gobierno con la oposición. Si el gobierno no se entiende con su propio partido, es punto menos que imposible que pueda entenderse con la oposición.
En ese punto, se advierte otro hecho que ha pasado desapercibido: la postulación de Francisco Barrio como candidato a diputado pero, sobre todo, como muy probable coordinador de la próxima diputación panista. Cómo será la relación entre los coordinadores parlamentarios de Acción Nacional en la Cámara de Diputados y el Senado. Y a esa cuestión, se agrega otra todavía más interesante: cómo será la relación de Francisco Barrio con la diputación priista que, presuntamente, coordinará Elba Esther Gordillo. Quizá con la profesora se entienda Francisco Barrio pero se ve difícil que lo consiga hacer con los otros distinguidos priistas, puros rostros conocidos que van a la Cámara y que ven a Barrio, no como su interlocutor, sino como su perseguidor, como aquel que primero los quiso sentar frente al ministerio público y, ahora, los invita a entrar en un diálogo amable y constructivo.
Todo parece una broma, pero no hay chiste en todo esto.
El subsidio a los rateros. Otro asunto que mueve a risa es el relativo a la ordeña de los ductos de gasolina de Petróleos Mexicanos. En su absurdo razonamiento, la autoridad hacendaria subsidia a los rateros y castiga a los ciudadanos.
La historia es la siguiente. Entusiasmados por el aumento en el precio del petróleo de exportación, los gobernadores se reúnen con el subsecretario de Hacienda, Agustín Carstens, para informarse del consecuente incremento de las participaciones federales derivadas de la venta de crudo. Cada gobernador lleva sus cálculos y, desde luego, están fascinados. Silban al trabajar las cifras. Están contentos. Sin embargo, Carstens los recibe con un balde de gasolina fría. Les indica que el monto de las participaciones es menor a lo que ellos dicen. ¿La causa? Pemex pierde 16 mil millones de pesos por la ordeña de sus ductos y, como ese monto no lo consideraron los mandatarios, las participaciones son menores a lo previsto.
En la lógica de la cultura de la impunidad que, por lo visto, alcanza a la autoridad federal, ante esa realidad no queda más que decir ni modo. No por eso deja de ser increíble que, sin llamarlo por su nombre, se subsidie a los rateros de gasolina y se castigue a la población que, de una u otra forma, debería ser la beneficiaria de la venta del petróleo. ¿Cómo es posible que si Pemex pierde esa cantidad millonaria por el saqueo y robo de sus productos, el gobierno no haga del combate a ese ilícito una prioridad? Sin duda, vigilar el tendido de nueve mil kilómetros de ductos ha de ser bastante costoso. Pero, por grande que fuera esa inversión, sus réditos serían mayores.