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Sobreaviso/El fracaso como conquista

René Delgado

En diez minutos, el tiempo que estuvo abierto el tablero electrónico de San Lázaro, se condensó lo que durante años venía labrando con esmero la clase política mexicana: hacer del error del adversario el acierto propio y pretender sacar raja del desastre, aunque éste incluyera el país. Juegos de posguerra, donde del material de desecho o demolición se busca obtener alguna ganancia. Lo ocurrido el jueves no marca el fracaso de la Reforma Fiscal -que, por lo demás, no lo era en el fondo-, sino el fracaso de la clase política mexicana que, de insistir en su conducta, lleva al país a un desfiladero.

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La dureza del mensaje presidencial luego de conocer el resultado de la votación, contrario a la Reforma Fiscal, contrasta con la tibieza de su actuación en la promoción de ese proyecto. No hubo, desde el arranque mismo de la propuesta, una estrategia política destinada claramente a conseguir su aprobación. Los secretarios de Estado, en particular el de Hacienda y el de Gobernación, nunca sintonizaron su discurso, ni alinearon su conducta y menos aún determinaron el límite y el horizonte de una actuación coordinada. Cada uno procedía, al menos esa es la impresión, según su leal entender que no era un gran entendimiento. Aunado a ello, nunca hubo el afán de subrayar el sentido y el destino de la Reforma Fiscal. Sí, se habla de lo que el proyecto comprendía, pero el cabildeo dentro y fuera de San Lázaro sobre la importancia, el sentido y la necesidad de elevar la recaudación se echó de menos. Hubo un campanazo en esa decisión: antes se intentaba avasallar al Poder Legislativo sobre la base de la popularidad presidencial, ahora arrojaron la iniciativa en San Lázaro y se echaron a correr. Se sabía qué impuestos implicaba la reforma y qué monto arrojaría, pero no se explicó seriamente en qué acciones y programas se aplicaría lo recaudado. Tampoco hubo una estrategia seria para determinar con quién o quiénes se establecería la interlocución. Desde un principio, se dio por sentado que con tener el compromiso de Elba Esther Gordillo bastaba para alcanzar el número de votos necesario. Quien haya hecho ese cálculo, de plano se equivocó y dejó ver, sin querer, el profundo desconocimiento político del Gobierno.

La situación de Elba Esther en el PRI, siempre fue endeble. Desde la campaña de Roberto Madrazo y ella para alcanzar la dirigencia del partido tricolor, fue claro que aquello era un matrimonio por conveniencia que, en cuanto rindiera sus frutos, se convertiría en un divorcio a la italiana. A nadie, excepto a algunos funcionarios, escapaba esa situación. Y a esa circunstancia se agregó la soberbia de la propia profesora; trató a sus compañeros legisladores como si fueran delegados al congreso de su sindicato y, en ese punto, vulneró su propio autoridad y fuerza en la bancada. La gran operación política de fondo, donde el salinismo apostaba una forma (tiene varias) de su reconstitución, se vino abajo. A todo lo largo del proceso, el Gobierno volvió a dejar en claro su falta de coordinación y su incapacidad política. Por eso, resulta absurdo que ahora lamente lo ocurrido. En toda la línea trabajó para que la Reforma Fiscal tuviera ese desenlace y no checa que, ahora, denuncie a quienes están en contra del cambio, si el mismo Gobierno traba una y otra vez la caja de velocidades.

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En todo esto, llama la atención Roberto Madrazo. Ahora a Elba Esther se le llena la boca exhibiéndolo como traidor y mentiroso. En realidad, sólo ratifica algo sabido. La biografía política del tabasqueño ha sido ésa. Sólo los ilusos podrían esperar de él una reconversión. El perfil político de Roberto Madrazo para nadie era ni es desconocido. Del engaño y la mentira, Madrazo ha hecho su imperio. Y del fracaso, Madrazo ha hecho su mayor conquista. Consiguió engañar al presidente Ernesto Zedillo para permanecer en el poder en su terruño y agarrar a palos a los perredistas que, por lo visto, ahora son sus aliados sin querer. Consiguió abrir la elección interna del candidato presidencial del PRI, para perder. Consiguió integrar una alianza con Elba Esther para alcanzar la dirección de su partido, aplicar una política de resta, marginar a sus adversarios y, luego, traicionar a Elba Esther.

Por eso, llama la atención que Santiago Creel, quien también sufrió al tabasqueño en San Lázaro y el presidente Vicente Fox se sientan sorprendidos por Madrazo. Lo curioso de la actuación de Roberto Madrazo en la derrota de la Reforma Fiscal es que celebre lo ocurrido. Acabó con la reforma, pegándose de tiros en los pies con los que quería correr presuroso a la candidatura presidencial de su partido. Conquistó su fracaso y está feliz. Así es y así será. Se empeña denodadamente en fracasar una y otra vez. Otro cuadro jubiloso del fracaso es el golpista Emilio Chuayffet que del spot de su partido, planteando reformarse o morir, optó por morir. Por un mínimo de delicadeza, el dirigente priista mexiquense Isidro Pastor debería retirar del aire ese spot donde, explotando el discurso de Luis Donaldo Colosio, plantea reformarse o morir.

Pues bien, la opción de Roberto Madrazo, Arturo Montiel, Isidro Pastor, Manuel Cadena y Emilio Chuayffet es morir y no tiene sentido sostener más el spot. El engaño que resolvieron protagonizar frente a la Reforma Fiscal, desde luego, agravia al presidente Vicente Fox como a Elba Esther y Carlos Salinas, pero también y sobre todo a los gobernadores priistas que estaban a favor de la Reforma Fiscal. Madrazo les dejó ver el cobre de su constitución política y, ahora, si en verdad los gobernadores piensan disputar la candidatura presidencial, tendrán que remover de la dirección de su partido a Madrazo y desecharlo como precandidato presidencial.

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En el ámbito de los gobernadores priistas, el fracaso del jueves deja también muy interesantes paradojas. Se creía que el factor de poder más importante dentro del PRI, después de la desaparición del Presidente de la República como el primer priista del país, era los gobernadores, pues bien, la realidad demuestra que el poder dentro del PRI es grande, pero está pulverizado. Por más que algunos gobernadores empeñaron su palabra asegurando que “sus” diputados votarían a favor de la reforma, los números arrojan un hecho incontrovertible: sólo el veracruzano Miguel Alemán, el oaxaqueño José Murat y parcialmente el mexiquense Arturo Montiel controlan a “sus diputados”, los demás gobernadores del PRI tienen que contar con la mano a los legisladores que atienden su voz. El asunto es de enorme importancia. Los hilos del poder en el PRI son una madeja y el problema es que el tamaño de ese poder es grande.

El PRI indudablemente tiene poder, pero no tiene Gobierno. Esa circunstancia coloca a los gobernadores en una situación francamente difícil. Tienen que replantearse qué quieren hacer y, desde luego, cómo lo pueden hacer. Si pretenden lanzar un candidato presidencial que escape al fuero del salinismo, esto es, si no quieren a Natividad González Parás, tienen muy poco tiempo para ponerse de acuerdo, desplazar de la dirección del PRI a Roberto Madrazo, reconstituir su poder en una fuerza organizada y, además, construir un candidato presidencial al que verdaderamente estén dispuestos a apoyar. Y parte de ese problema es que tienen frente a sí la figura del perredista Andrés Manuel López Obrador que crece por sí y, además, gracias a los constantes errores de sus adversarios.

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El nombre de Andrés Manuel López Obrador obliga también a reflexionar sobre la circunstancia en la que lo que está colocando su partido. Si la actuación parlamentaria del PRD que, por lo pronto, encabeza Pablo Gómez en San Lázaro insiste en hacer de la denuncia y la automarginación el estrecho ámbito de su actuación, en vez de fortalecer van a lastimar las posibilidades de Andrés Manuel. El más fuerte precandidato presidencial del perredismo está actuando por sí con un equipo muy pequeño y requiere un partido proactivo y no reactivo, de un partido con verdadera ambición de poder y capacidad de Gobierno, y no de uno que haga de la oposición profesional el límite de su actuación. Pablo Gómez nunca ha entendido eso. Cree que con denunciar y romper su partido o su fracción quedan a salvo de todo mal. El fracaso del adversario, para él, es la certeza de su triunfo y, así, ha hecho de la oposición su profesión.

Al PRD, en esa lógica, nunca le pasa nada porque el PRD nunca hace nada. No compromete su acción política en la construcción sino en la reconstrucción. Desde esa perspectiva, Andrés Manuel López Obrador está impelido a acelerar la formación de cuadros con capacidad política y administrativa y a plantearse seriamente un proyecto de país. Hasta ahora, su partido no le ofrece eso. La izquierda perredista no tiene un proyecto de país y eso no ayuda cuando se tiene la posibilidad de ocupar el Gobierno de un país.

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Es claro que lo ocurrido anteayer corona la actuación de la élite política con su fracaso. El plan A del salinismo para salvar al foxismo, sobre la base de darle oxígeno, conducirlo a la salida y preparar el asalto al poder para el priismo, se vino abajo. La ambición de poder de Roberto Madrazo encontró, en su desbocamiento, el agotamiento de su posibilidad. El foxismo, si lo hay, está urgido por encontrar el camino de salida, sin dinamitar al país. El panismo se quedó sin candidato y tiene muy poco tiempo para reconstituirse. El perredismo tiene que diseñar una estrategia para cobijar a Andrés Manuel (por cuanto que, ahora, queda sobreexpuesto sin querer) y una estrategia para demostrar que puede ser Gobierno. En estos días, la élite política conquistó el fracaso y arrastró otra vez al país. Frente a eso, ni las lágrimas de cocodrilo por la oportunidad que se perdió, ni las celebraciones por lo que logró conjurar, reivindican el reclamo democrático de la ciudadanía que, otra vez, se mira atrapada por los hilos del poder que los políticos no logran desenredar. Esos juegos de posguerra, donde el botín es el cascajo nacional, están provocando un serio malestar.

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