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Sobreaviso/Incertidumbre

René Delgado

La riqueza de una

democracia estriba en la

incertidumbre electoral;

la pobreza, en la

incertidumbre política

y jurídica”.

Si la incertidumbre electoral dura poco, la riqueza es mayor. Si la incertidumbre política y jurídica perdura demasiado, la pobreza es mayor. Cuando ambas incertidumbres se combinan, la consolidación de una democracia y el desarrollo de un país se ponen en duda.

Todos los príncipes saben eso o deben saberlo y, si no es así, alguien debe decírselo al presidente Vicente Fox.

*** A la luz de esos principios políticos, los primeros días del año resultan inquietantes y más si configuran el perfil del año que se viene encima. En estos días, la incertidumbre política y jurídica gobierna al país y ya se ve venir la incertidumbre electoral.

El contenido del cambio, el concepto mágico en el que el Gobierno amparó su encanto, tiene en estos días un signo negativo. Ahora, un Secretario de Estado le fija al Presidente de la República los tiempos de su salida. Ahora, la actuación política y jurídica tardía del Gobierno en un pleito cuasigangsteril deja un enredo y sacrifica a un buen equipo de conductores y periodistas. Ahora, ante el resurgimiento pacífico de una fuerza rebelde, el Gobierno enmudece. Ahora, el Gobierno sigue siendo una agencia de colocaciones del partido en el poder nomás que no sabe hacer las operaciones. Ahora, cuando se reclama la actuación del Presidente de la República, el mandatario responde: ¿yo por qué? La revelación es asombrosa: el cambio consiste en hacer lo mismo, nomás que peor que antes. El asunto de fondo es que el Gobierno con la suma de sus tardanzas, indecisiones, omisiones, silencios y componendas profundiza la incertidumbre que en nada o muy poco favorece al país.

*** La renuncia del canciller y el ingreso de un gobernador. Al único a quien al parece tomó por sorpresa la renuncia de Jorge Castañeda es al presidente Vicente Fox. Fuera de él, de meses atrás todo mundo lo sabía.

La incapacidad de Los Pinos para manejar esa situación derivó, por los indicios, de las prisas de Acción Nacional por salir del gobernador regiomontano Fernando Canales que lastima las posibilidades electorales del panismo en Nuevo León. El panismo se precipitó, atropelló la ejecución del movimiento en el gabinete y Los Pinos no supo manejar la situación.

Una doble impresión deja ese asunto. La primera: Jorge Castañeda terminó por fijarle los tiempos al presidente Vicente Fox. A diferencia de la cultura priista, ahora el Jefe del Ejecutivo no sale de algunos colaboradores, los colaboradores salen de él y ellos dicen cuándo y cómo salen. La segunda: igual que antes el Gobierno sigue siendo una agencia de colocaciones del partido en el poder pero, ahora, el partido decide cuándo hay que operar los cambios. El priismo hizo de esa práctica un recurso pero, quizá, por la costumbre del poder, revestía mejor esa operación.

Más allá de esas impresiones, la salida de Jorge Castañeda plantea varias cuestiones. El compromiso de los colaboradores de Vicente Fox con la encomienda que les fue asignada. Un secretario de Estado es o debe ser algo más que un simple individuo gobernado por su ambición o capricho personal. Aceptar un compromiso de esa magnitud obliga a una serie de conductas, de tareas e incluso de lealtades que no se pueden botar al ritmo del parecer individual. Cuando hay verdadera cultura política y no sólo ambición de poder, eso se entiende fácil. Es claro que Castañeda quería salir sin desgastar el capital político que consiguió acumular, reconociendo que también lo puso en juego. Los tiempos duros de la política exterior están por venir en cuestión de días, y esa parte de la tarea, Castañeda no la quería asumir. Así, incumple con una serie de compromisos que un verdadero hombre de Estado no puede ignorar.

En favor de él, vale señalar que era de los pocos secretarios de Estado dispuestos a emprender acciones, a poner en juego su propio capital y operar cambios. Quiérase que no, puso en el debate nacional la política exterior, sin caer en una parálisis. Diciendo y haciendo. Un debate desordenado, atropellado, apasionado si se quiere pero, eso que él consiguió, no lo han podido otros secretarios de Estado. No hay un debate a fondo, conceptual y práctico, sobre la reforma política, sobre la reforma fiscal, sobre la reforma energética, sobre la reforma laboral y no lo hay, aunque sigue pareciendo menor, sobre la paz en Chiapas. Más allá de su soberbia, pedantería y actitud provocadora, Castañeda le dio dirección y acción al Gobierno y, en ese sentido, cabe decir que se va uno que no debería salir y llega uno que no debería entrar.

Castañeda tomó su decisión y deja muy mal parado al Presidente de la República que no supo tomar la suya. Si a eso se agrega que probablemente, en cuestión de días, otro secretario de Estado valioso, Julio Frenk, dejará el Gobierno, el mandatario se verá en medio de una paradoja: se quedan algunos que deberían salir y se van quienes deberían permanecer.

*** Un pleito cuasigangsteril. La escena ya era conocida. Grupos que por fuera de los canales institucionales emprenden acciones directas bajo el principio del derecho de la razón pero al margen de la razón del derecho. La escena es repetida: viene la acción ante los ojos del Gobierno que, con azoro, tardanza y titubeo, interviene cuando su margen de maniobra es reducido.

Del pleito entre Televisión Azteca y Canal 40 lo único lamentable es el sacrificio de un equipo de conductores y periodistas que habían generado una alternativa en el páramo informativo de la televisión. Ya no la hay y eso, por lo visto, en nada molesta al Gobierno que, quizá, ahí encuentra su pequeña comisión. Pero, en relación con ese punto, realmente era difícil pensar en la duración de esa alternativa, cuando el amparo empresarial de ella encarnaba en Javier Moreno Valle que ha hecho del engaño y la mentira, toda una profesión sin par.

La socorrida y gustada frase de que al final se hizo valer el Estado de Derecho, no justifica la ausencia y la indiferencia de la actuación gubernamental que, en el fondo del litigio, estaba dejando en el aire un bien nacional. El Estado de Derecho es o debería ser eso, un Estado, no una instancia a la que se recurre sólo en caso extremo y al final.

*** Los quince minutos en Chiapas. La movilización zapatista del primer día del año, le pasó de noche al Gobierno. Más interesado y atento a ella, estuvo el secretario de Gobierno de Chiapas, Emilio Zebadúa, que el área política del Gobierno Federal.

Reapareció el ejército zapatista y, de nuevo pero ahora sin armas, tomó otra vez San Cristóbal de las Casas. La ausencia del Gobierno Federal sólo se explica a partir de la filosofía de los quince minutos que había resuelto destinarle a ese conflicto. Agotados los quince minutos concedidos, no hay más que hacer frente a ese conflicto. Se puede argumentar que el zapatismo ya no está en la agenda nacional y que, en todo caso, como siempre se ha querido presentar, es un asunto municipal sin alcance ni contenido nacional, pero el contenido del discurso pronunciado por la comandancia zapatista y las últimas cartas o posturas del subcomandante Marcos dejan en la escena a una fuerza desesperada, cada vez más sola y sin salida.

El zapatismo perdió toda esperanza en el régimen de partidos (cuestión de ver la crítica que a ellos hace); perdió el discurso reformista-reivindicatorio para verse tentado por el discurso de la violencia que resultó ser una aventura descalificada; perdió simpatías en las élites intelectuales nacionales y extranjeras y, es sabido, cuando uno pierde todo, no importa lo que se haga porque no hay nada qué perder.

Aun cuando se criticó duramente la atención que el foxismo le ofreció a ese problema al arranque de la administración, el valor de ese empeño estaba en un símbolo que no era ni es menor: la reconciliación nacional.

Más allá del zapatismo, el país está dividido y tentado por la idea de desbordar los canales institucionales de participación, incapaz de acordar, articular y desarrollar políticas nacionales. Que, ahora, el Gobierno no tenga nada que decir frente al zapatismo, sólo refleja que no tiene nada que decir frente a la necesidad de encontrar puntos de conciliación en el espíritu nacional.

*** El 2003 se nos viene encima. La indecisión, la ausencia, la incapacidad o la tardía actuación gubernamental frente a los focos rojos que cintilan cada vez con mayor frecuencia e intensidad, profundiza la incertidumbre política y jurídica que vulnera a la democracia e inhibe el desarrollo nacional.

A esa incertidumbre se agregará, conforme transcurran las semanas, la incertidumbre electoral y su combinación, en medio de un escenario político y económico internacional adverso, puede llevar al país a una situación difícil en extremo.

Lo ocurrido estos primeros días del año -que lejos está de limitarse a lo reseñado- expone una agenda donde algunos asuntos aparecen con fecha clara y precisa y otros aparecen sin fecha ni claridad, una agenda donde, más allá de la adversidad, el Gobierno tiene que decidir, de entrada, si va a tomar decisiones. Si no es así, habrá que comenzar a pagar, a muy altos costos, la decisión -esa sí tomada por el electorado en el 2000- de desplazar del poder a un Gobierno para no colocar a otro.

Si es así, habrá que pagar ese costo que, por alto que sea, vale pagar porque antes como ahora el país no tenía otra alternativa pero no podía, como no puede seguir igual.

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