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Sobreaviso/La ruleta diplomática

René Delgado

La confusión se profundiza. Ahora, ya no se sabe si el presidente de la República carece de un verdadero gabinete o si el gabinete carece de un verdadero jefe que coordine su actuación.

La desarticulación del gobierno es cada vez peor y, en el caso de la política exterior y la política interior, adquiere ribetes de delicadeza.

Frente a la delicada situación que plantea la segunda resolución que en torno a Iraq se presentará -de acuerdo con los indicios- en cuestión de días, la postura del gobierno mexicano es francamente difícil y equívoca: hay dos discursos al respecto y nomás no empatan.

El primero de esos discursos es el presidencial. Es un discurso con ribetes de frivolidad donde, a la menor provocación, el mandatario echa porras a la paz o entrelaza las manos para orar en favor de ella. Hacia dentro del país, ese discurso parece estar destinado a elevar la popularidad del mandatario haciendo a un lado la gobernabilidad de esa delicada cuestión. Hacia fuera del país, ese discurso de seguro inquieta al vecino del norte que, a través de distintas voces, deja sentir que habrá represalias si en verdad se piensa llevar a la práctica ese discurso.

El segundo de esos discursos es el de la cancillería. La radicalización de la postura de Luis Ernesto Derbez en el seno del Consejo de Seguridad exigiendo a Iraq hacer evidente la destrucción de su arsenal apunta en la dirección de buscar una salida que evite la confrontación directa con el vecino del norte. Pero ese discurso no empata con el presidencial.

Aunado a esa falta de coordinación, el protagonismo presidencial frente a ese problema reduce el margen de maniobra del propio jefe del Ejecutivo. Si, a la hora de las decisiones, el mandatario recula, el efecto hacia dentro será terrible. Si, a la hora de las decisiones, el mandatario se sostiene, habrá que estar preparados no para la guerra con Iraq como para resistir las presiones de Estados Unidos. Los costos, cualesquiera que éstos sean, irán a caer directamente sobre el presidente de la República sin que el canciller Luis Ernesto Derbez, el embajador Adolfo Aguilar Zinser o el subsecretario Enrique Berruga puedan amortiguar y absorber su efecto. En más de un sentido, el Presidente se está poniendo de pecho.

La gran interrogante es quién trae las riendas de esa estrategia, si es que verdaderamente la hay: Vicente Fox, Luis Ernesto Derbez o Adolfo Aguilar. La actuación de ellos no se ve coordinada.

Tan no se ve que no queda claro cuál fue el sentido de aceptar la visita de José María Aznar. Recibir a Aznar cuando éste no cuenta con el respaldo del Congreso español, cuando tres millones de españoles salieron a la calle a decirle que no cuenta con su respaldo, es y fue un absurdo que complica más la situación del presidente Fox. Mejor hubiera sido recurrir a los ardides diplomáticos para evitar ese encuentro, que recibirlo con chamarra de cuero. Ahora, si el mandatario modifica o matiza su postura parecerá que el enviado del gobierno estadounidense logró su propósito. ¿Quién recomendó recibir a José María Aznar? ¿Para qué? ¿Qué sentido tenía hacerlo?

Si esa desarticulación entre el jefe del Ejecutivo y el canciller es delicada, la desarticulación entre la política exterior y la política interior frente a ese problema agrava todavía más la situación.

El frente interno está completamente desatendido. No ha habido, al menos hasta ahora, un pronunciamiento ni serio ni solemne por parte del Poder Legislativo en respaldo a la postura del Poder Ejecutivo y tampoco lo ha habido por parte de los partidos políticos.

La perredista Rosario Robles se solaza exigiendo firmeza, energía y decisión en defensa de la paz pero una palabra de apoyo a la postura presidencial no escapa de su boca. La postura del priista Roberto Madrazo es todavía peor: primero dice, en Mérida, que la situación es producto de ocupar un lugar en el Consejo de Seguridad y, luego, sin mucha enjundia se pronuncia por la paz. El caso del PAN ya es conocido, Luis Felipe Bravo sabe que con boca cerrada se cometen menos errores.

Bajo esa circunstancia, resulta evidente que la oposición juega a la posguerra política. Se pronuncia a favor de la paz sin comprometerse con ella y espera, así, obtener ganancias del desastre. En su lógica, el probable tropiezo del Poder Ejecutivo será electoralmente explotable y, entonces, para qué empeñar la palabra o el apoyo si el asunto es encontrarle rentabilidad político-electoral al problema.

No deja de ser sintomático que, en la anterior guerra de Estados Unidos contra Iraq, hubo una marcha multipartidista en contra de ella. Fue, si se quiere, una marcha pobre pero a fin de cuentas mandaba un mensaje de unidad hacia afuera. A la marcha del sábado pasado que en los mejores cálculos apenas agrupó a quince mil personas -una pobrísima cantidad, frente a las marchas que hubo en otras partes del mundo-, el perredismo envió apenas un saludo y el priismo ni se enteró de ella. Exigir firmeza, energía y decisión en defensa de la paz al Ejecutivo, cuando se escamotea el respaldo y el apoyo, es francamente un juego perverso.

Si los secretarios Santiago Creel o Luis Ernesto Derbez han cabildeado en serio con el Poder Legislativo o con los partidos políticos el respaldo al Poder Ejecutivo, quedará en los anales de lo que nunca se sabe. Pero, hasta ahora, la realidad es clara: el Poder Legislativo como tal no ha tomado una postura de respaldo al Poder Ejecutivo y los partidos de oposición lo presionan antes que respaldar su postura.

Así, está más que difícil pensar en mantener una postura cuando ni frente a lo externo se dan muestras de unidad nacional.

Ante ese cuadro, la conclusión no es sencilla: el presidente Vicente Fox lleva la postura mexicana en el Consejo de Seguridad a manera de un juego de ruleta rusa y ya son varias veces las que se le han dado vueltas al barril y, por lo visto, el barril se ha atascado sin saber qué hay en la recámara que quedó en la boca de fuego.

Por distintas bocas, el presidente George Bush ha dejado sentir que si su gobierno no encuentra satisfacción en la postura de los integrantes del Consejo de Seguridad habrá represalias y, curiosamente, no ha dejado sentir que habrá zanahorias si hay satisfacción. La campaña en la opinión pública estadounidense contra Francia da cuenta de ello. En la obsesión de Bush sólo aparecen palos, no zanahorias. Pensar, entonces, en una postura pragmática que cotice el voto de México a cambio de beneficios en la relación bilateral es un ejercicio inútil. Bush ya dejó sentir lo que quiere y nada más. El pragmatismo sale, entonces, sobrando. Quienes piensan en canjear el voto contra beneficios se equivocan. Esta vez nada más hay palos, no zanahorias.

En el dogma del presidente George Bush, la abstención en el Consejo de Seguridad tampoco atempera ni calma su deseo. Él quiere el voto a favor de su postura y nada más. Explorar la idea si hay consenso en el Consejo de plegarse a éste y diluir así la postura o, si no hay consenso, ir a la abstención para jugar a no quedar muy mal, pero tampoco muy bien, sale junto con pegado. El hombre de la Casa Blanca ya dijo lo que quiere y, como en pobre inteligencia los matices sobran, hay costos por todos lados.

A partir de esa circunstancia, el presidente Vicente Fox se encuentra casi al final del callejón donde se metió y, visto que cualquier movimiento le significa costos, lo mejor es sostenerse en la postura a la que, cuando no le reza, le echa porras: votar por la radicalización de las inspecciones y el desarme pacífico de Iraq.

Si, ahora, el mandatario entra al conocido juego del ir y venir en las decisiones, de contradecir lo que se dijo ayer, no va a escapar al pago que exigirá el gobierno estadounidense y sí, en cambio, se va a debilitar todavía más en el frente interno. Al costo de fuera incrementaría considerablemente el costo interno y, entonces, podría poner en riesgo su propia sobrevivencia política y ese asunto, por remoto o exagerado que parezca, aparece ya en el horizonte.

La divisa aquella que propone pensar globalmente, actuar localmente, la malentendió el mandatario. La aplicación de ella corre alocadamente de Nueva York a Ecatepec y deja cabos sueltos por donde pasa. Si de la coyuntura actual no deriva lecciones, el resto del sexenio se reducirá a intentar administrar un desastre.

Puede parecer injusto cargar sobre la espalda del mandatario la postura mexicana, sin embargo, ha sido él quien se la ha echado a cuestas. No está claro si lo ha hecho porque no cuenta con un gabinete o porque el gabinete actúa sin un jefe. No está claro si lo ha hecho porque su propio partido le ha hecho el vacío, mientras la oposición practica la resistencia sin apoyar.

Si se quiere, todo eso no está claro pero lo que sí está clarísimo es que un gobierno exige cierto equipo, cierto apoyo, cierto acuerdo mínimo entre adversidad, diversidad y pluralidad. Es preciso, entonces, acotar sin asfixiar al jefe del Ejecutivo. Si esa situación no se corrige, si no hay asiento a las ideas, a la reflexión y el entendimiento, está claro que la soledad en Los Pinos podría terminar por abrazar muy fuerte al mandatario.

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