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Sobreaviso/Las cabras

René Delgado

Ni una semana duró el fuerte llamado de atención ciudadano, los partidos ya están en las de antes, en las de siempre, en las mismas: resbalando responsabilidades; disputando el control interno de sus formaciones y bancadas; buscando comestibles entre los desechos; construyendo nuevas ilusiones en el cascajo.

No se acabó de secar la tinta de los discursos asegurando que escuchaban el silencio; jurando que entendían el mensaje ciudadano; prometiendo que ahora sí se pondrían a trabajar por México, cuando ya estaban de nuevo en la rebatinga y en los empujones. La rebatinga que, en la época revolucionaria, era la lucha por el botín cuando había y de los despojos cuando no había.

El espectáculo es increíble.

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El mismo Presidente de la República que, días antes de la elección, puso en juego su popularidad a favor del panismo; el mismo que armó y encabezó giras por donde había que asegurar el voto propanista; el mismo que inauguraba como hechas obras que, en realidad, apenas eran un anuncio; el mismo que se hizo acreedor a una reprimenda por parte de la autoridad; el mismo que planteó la elección intermedia como un referéndum a su gobierno, fue de los primeros en inscribirse en el juego poselectoral de endosar la factura de la derrota a no importa quién. El mandatario asegura, en un acto de franca amnesia, no tener nada que ver con el desastre electoral de su partido.

La lucidez con que el mandatario afrontó el resultado la noche del domingo, se diluyó al paso de las horas. Si la noche de la jornada electoral le dio espacio a la reflexión, la mañana del lunes le dio juego a la soberbia. Si en la noche reconoció “un mandato de moderación, diálogo y acuerdo” e, incluso, pidió entender el silencio de quienes no se expresaron en las urnas, al amanecer declaró: “yo no estuve en la elección”. Y si a eso se añade su convicción de que él no ha cometido ningún error, está clara la soberbia.

En consonancia con él, su partido entró más pronto que inmediatamente al juego de la soberbia, la contradicción y el endosamiento de las responsabilidades. Las palabras de Luis Felipe Bravo no lograban sostenerlas ni sus labios. Hablaba un político muerto, necio en negar la derrota. Y, luego, en la rescatada tradición priista de utilizar la residencia oficial de Los Pinos como salón de uso múltiple del partido en el gobierno, el panismo se encerró con el primer panista de la nación para analizar la derrota y deslindar responsabilidades.

En vez de presentar su renuncia, la dirección panista jugó y juega al ritmo del gobierno: la impunidad política como norma. Si, en el gobierno, nadie es responsable por el fracaso de las negociaciones por la paz en Chiapas, nadie por el fracaso en la construcción del aeropuerto en Texcoco, nadie por el fracaso en la concreción de las reformas estructurales, la dirección del partido no ve por qué asumir responsabilidad alguna. Ni Luis Felipe Bravo, ni Manuel Espino, ni Carlos Medina Plascencia, ni Juan Molinar asumen a carta cabal sus responsabilidades. Con un pronunciamiento ante la prensa, quieren salvar sus culpas. Si el Presidente de la República y buena parte de su gabinete no asumen responsabilidades, por qué habría de asumir el partido las suyas.

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En el PRI, la situación no es muy distinta. Roberto Madrazo está feliz con el gran triunfo que tuvo el domingo, un triunfo que bien visto no deriva de cuánto creció la votación del PRI, sino de cuánto decreció la del PAN.

El error del adversario, como acierto propio. Y, en esa tesitura, los errores propios del priismo pasan de noche al partido. La plana tricolor inflama el pecho en busca de las condecoraciones y se empujan para entrar en la fotografía. No importa que la gente no acuda a las urnas, no importa que la votación tricolor siga con una tendencia a la baja, los errores del gobierno y del PAN lo reoxigenaron y eso basta en la lógica de la victoria.

Acto seguido, se inaugura el pleito entre Manlio Fabio Beltrones y Elba Esther Gordillo para ver quién se queda con la coordinación priista en la Cámara de Diputados. Proyectos no trae ninguno, traen regalos para comprar el voto o la simpatía de la grey tricolor que debe ungirlos como coordinadores. Vales de gasolina, gadgets o lo que sea constituyen el mejor argumento para quedarse con el control de la diputación y Emilio Chuayffet que trae por carta credencial política el nefasto papel que jugó como secretario de Gobernación, piensa que eso no es cierto. Desmemoriado, Chuayffet está convencido de que quienes recuerdan su triste actuación en Acteal o el intento de golpe al parlamento en 1997, obedecen a la intención de sus adversarios internos que quieren debilitarlo en el juego por alcanzar el control de sus correligionarios.

Más allá de quién conducirá la bancada, el PRI no abre el espacio para debatir cómo se conducirá en la legislatura. Visto que no hay proyecto, la conducta del partido se deja recaer sobre la personalidad que las pueda. El pleito de nuevo está en el quién y no en el qué. Y, en ese pleito, vuelve a la burla de los ciudadanos.

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Nadie le pidió a Rosario Robles que se fijara una meta y menos que si no la alcanzaba renunciara a la dirección del partido. Solita, se colgó la soga al cuello y, ahora, busca matemáticos que “maquillen” el compromiso hecho, que alterando los factores eleven la suma y salvar de ese modo el cuello.

No las pudo la lideresa y, sin el control del partido, la pugna por la coordinación parlamentaria ya empezó dentro de las filas perredistas. Pablo Gómez juega en la orfandad por el mejor proyecto que tiene que es él mismo y, de lejos, Amalia García y René Arce ven la oportunidad de colocarse en esa posición.

Todo mientras Andrés Manuel López Obrador pone en práctica la política pecho a tierra. Esto es, pedirle a la prensa que le quiten los reflectores, pero ni un minuto de atención, que por favor tomen nota de sus declaraciones. Que escuchen sus respuestas, aunque él no atienda las preguntas. Que le den la oportunidad de trabajar... en pos de la candidatura presidencial y, casi con carro completo, quiere avanzar en la construcción del segundo piso en dirección a Los Pinos.

Con mayoría en la Asamblea, con dominio sobre las delegaciones, sin contrapesos políticos que equilibren o, al menos, cuestionen su gobierno, Andrés Manuel está empeñado en colgar un letrero en su oficina: “Disculpe las molestias que le causa esta obra en pos de mi candidatura”.

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La estampa que acompaña el proceder de los partidos es la de los funcionarios electorales parapetados detrás de la mesa plegable que deberían instalar en las casillas de Atenco. La mesa convertida en un parapeto ante los golpes y puñetazos de quienes impunemente le secuestraron a los electores del lugar la posibilidad de emitir su sufragio. Un pequeño lunar sin importancia, frente al cual la autoridad federal y la estatal cerraron los ojos, aunque la República veía por tele la brutal escena.

El secretario Santiago Creel y el gobernador Arturo Montiel parecen actores de la película “Ojos bien cerrados”. Una y otra vez, los macheteros de Atenco los han exhibido como incapaces y, ante ello, Creel y Montiel anteponen la razón de la prudencia para guardar en el cajón el discurso de la prevalencia del Estado de Derecho.

Ante la violencia social que estalla de manera más frecuente y pone en práctica la justicia por propia mano, el secuestro de funcionarios como instrumento de negociación, la lapidación de funcionarios como una brutal rendición de cuentas y los disparos como argumentación final, Santiago Creel resbala las palabras, escabulle las responsabilidades y busca vitrinas con vidrios bien blindados para no perder presencia.

Ningún partido levantó la voz en defensa de los ciudadanos de Atenco que, en principio, tenían el sagrado derecho de votar. Así la imagen haya aparecido en vivo y en todo color, ningún partido salió en defensa de esos funcionarios de casillas que eran golpeados por las huestes del machetero Ignacio del Valle. Qué son unas cuantas casillas, qué importa que la impunidad gobierne ese pequeño poblado.

Mejor es hacerse de la vista gorda y enarbolar el discurso del justo reparto de las plurinominales.

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Tirados estrictamente a la basura cinco mil millones de pesos, convertida la elección intermedia en un ejercicio de medición del repudio ciudadano a la clase política, lo importante para los actores políticos no es replantearse seriamente la estructura de la arena donde quieren competir y mucho menos voltear a ver las necesidades del país, las reformas que el desarrollo nacional exige. Insistir en el juego del reparto del poder, sin debatir para qué se quiere el poder.

Ya le dedicaron un boletín o un comunicado de prensa a la reflexión y a la ciudadanía, lo importante ahora es determinar de qué tamaño es la pieza del cascajo que obtuvieron y disputarse internamente quién debe tener el control de ese pedazo. Vicente Fox ha de estar preocupado en medir si su popularidad sufrió algún daño, sin importarle mayormente cuál es el índice de gobernabilidad o el margen de maniobra que tiene.

Ni una semana duró el fuerte llamado de atención ciudadano a los partidos, como antes, como siempre, las formaciones políticas están metidas en la organización de la guerra civil que se viene dentro de sus estructuras, sin descuidar desde luego el pedazo del cascajo que pudieron recoger. Los partidos, por lo visto, son como las cabras... tiran p’al monte en cuanto pueden, a ver si no se desbarrancan.

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