GÓMEZ PALACIO, DGO.- Mochila al hombro, cachucha en la cabeza... carita pintada de payaso. El abrazo de Ovaldo a su primo Juan tiene como marco una parada de autobús del bulevar Miguel Alemán. Con 14 y siete años, respectivamente, estos niños trabajan en las calles para subsistir.
Ovaldo tiene 14 años y cuando sea más grande quiere ser futbolista. Pero, por lo pronto, labora junto con su primo Juan de siete años contando chistes en los camiones.
“Mi mamá falleció de cáncer y mi papá no sé ontá”, confiesa Ovaldo con voz quebradiza y su triste rostro moreno oculto tras el maquillaje rojo, verde, negro y blanco que utiliza para desempeñar su oficio: alegrar el trayecto de los pasajeros a cambio de unas cuantas monedas.
¿Cuánto sacan al día?
—No, pos, según como nos vaya...
Más o menos.
—Como unos cien pesos por los dos.
Actualmente vive con su abuelita y sus hermanos, uno de los cuales le enseñó a contar chistes.
Los ojos de Ovaldo lanzan de pronto un destello cuando muestra algo de lo que sabe hacer: “No, pero fíjese que la otra vez iba una señora a toda velocidad en su auto y en eso que la para el tránsito, ‘oiga señora, ¿qué no vio la flecha?’ y le dice la señora ‘pos si yo no veo a los indios, contimás a la flecha’ ”.
Juan, tímido, se niega a contar un chiste porque asegura que apenas está aprendiendo.
“Ahí viene nuestro camión”, dice Ovaldo y se levantan para esperarlo. Cuando se detiene en la esquina, el chofer asiente con la cabeza al observar la mirada de los niños clavadas en la de él. Ovaldo y Juan suben y presto se disponen a hacer su trabajo.
“Señorita, si usted quiere verse bella y joven, úntese crema Nivea y verá; en la mañana Nivea, en la tarde Nivea, en la noche Nivea... nombre, pero pal siguiente día ni se vea porque va a estar igual de fea”. Y los chistes prosiguen en medio de los rostros anónimos y serios.