EDITORIAL Columnas Editorial Caricatura editorial

Sociedad de escándalo/Addenda

Germán Froto y Madariaga

Los pueblos y los hombres felices, no tienen historia. Porque ésta se escribe a partir de los acontecimientos trágicos, como las guerras, las grandes epidemias, los genocidios y todos aquellos hechos que marcan la vida de los pueblos, sin olvidar que además: “La historia, la escriben los vencedores sobre la espalda y con la sangre de los vencidos”.

El hombre común, el buen padre de familia, el marido ejemplar, el trabajador honrado, el responsable, el que cumple cabalmente con sus deberes cívicos, ése es para el gran público un tipo aburrido que no tiene nada qué contar, por más de que él sea así un hombre feliz.

Todos buscamos la felicidad pero no aplaudimos ni seguimos a los hombres que son felices. Destacamos a aquellos que han contribuido de muy diversas maneras a la infelicidad de otros o a los que realizaron grandes hazañas, aunque la mayoría escriba a diario la hazaña cotidiana de cumplir con sus deberes. No, éstos no son noticia ni dignos de comentario. Los otros sí. Porque las noticias buenas no venden.

Hay hombres que son héroes para unos y demonios para otros. Un sobrino mío admira profundamente a Pancho Villa y mi abuela Chonita lo odiaba porque los villistas fusilaron a mi abuelo Francisco.

Los judíos y muchos otros grupos más odian a Adolfo Hitler, por haber pretendido exterminarlos y asesinar cruelmente a millones de ellos. Sin embargo, los llamados neonazis exaltan su figura y pretenden emularlo.

Son muy raros los líderes como Cristo, Gandhi o Luther King, que encabezaron una revolución al través del pacifismo. Y aún así, no les faltaron seguidores que pretendieran tomar las armas para combatir a sus adversarios.

Muchos alabaron a Juárez por haber restaurado la República. Pero los seguidores de Maximiliano y aquellos a los que arrebató sus mezquinos privilegios, lo censuraban acremente y hubieran querido verlo muerto.

Así podríamos seguir dando ejemplos de la forma en que mientras unos elevan a la categoría de héroes a ciertos hombres, otros los colocan en el nivel de villanos.

Pero además, la sociedad acostumbra fijarse más, como decíamos, en los hombres ordinarios que escandalizan que en los que viven sin estridencias ni protagonismos. Esos que viven dentro de las reglas jurídicas, morales y religiosas no son nada para los otros.

Permítaseme citar tan sólo dos ejemplos actuales que a los ojos de una sana crítica resultan verdaderamente inconcebibles.

Uno, el del asambleísta que se autodenomina “Pancho Cachondo”. Un individuo de figura ovoidea, de léxico vulgar y de conducta deleznable, gracias a lo cual es conocido en todo el país.

Dos, el senador Félix Salgado Macedonio. Otro que no curte malos cueros y que fue capaz de liarse a golpes con policías del DF en la vía pública y en pleno estado etílico. Es igualmente conocido por sus corrientadas y no dudo de que hasta admirado por algunos de su ralea.

¿Son éstos los modelos a seguir por los grupos mayoritarios del país? Desde luego que no, pero parecería que tal fuera porque muchos estarían dispuestos a imitarlos con tal de ganar un poco de notoriedad, aunque para ello tuvieran que perder la vergüenza.

Hace apenas unos días escuché la anécdota de Guadalupe Perullero. Una mujer que en la plaza de Toros México, hará cosa de unas cuantas décadas, brincó al ruedo desnuda y con el pelo pintado de verde, en su afán por alcanzar notoriedad. Y la alcanzó, pues desde ese día muchos la conocieron y recordaron como la “dama del pelo verde”.

Si nos vamos a otros niveles de escándalo, advertiremos que libros, como el de “La Jefa” o “Marta” se venden como pan caliente, mientras que otros verdaderamente formativos apenas si logran rebasar los tirajes mínimos.

¡Ah!, pero es que en ellos se narran pasajes de la vida privada de Marta Sahagún de Fox (unos reales otros inventados) y todo mundo quiere saber hasta qué papel de baño usa la esposa del Presidente y desde cuándo comenzó a cohabitar con él.

Los textos en que abunda la difamación y la calumnia son muy solicitados, porque somos una sociedad de escándalos.

Por eso mismo, aquí ya se espera con ansia el libro de Hillary Clinton, aunque éste con la variante de que es su historia escrita por ella misma y no la historia de otra (como sucede en los citados con antelación) contada por personas que hacen del chisme un supuesto oficio literario.

El morbo mueve la curiosidad de mucha gente y las buenas conductas sólo la de unos cuantos, con el añadido de que algunos de éstos las califican de aburridas.

Luego entonces, para que una conducta llame la atención tiene que ser distinta a lo común, sin importar si ésta es estridente, grotesca o escatológica. Lo realmente importante es que atente contra algo o contra alguien.

Nos pasamos la vida envidiando a otros, pendientes de la vida de los otros y aplaudiendo, desde el fondo de nuestros corazones, a quienes acostumbran escandalizar para hacerse ostensibles ante nosotros.

Pero, por ello, dejamos de vivir nuestra vida. Dejamos de valorar la sencillez con que otros la viven, sólo porque la conciencia social, en un acto de masoquismo, pondera a quienes la atacan, la retan o tratan de destruirla.

Esta sociedad nuestra que tiende a exaltar a los escandalosos y convertirlos en arquetipos, corre el serio riesgo de extraviarse y para cuando se llegue a percatar de ello puede ser demasiado tarde.

Nada indica que se tienda a rectificar el camino, pues los medios de comunicación masiva, que entre otros factores son los que pueden influir en esa rectificación, parecen encontrarle un especial sabor a los escándalos y desde luego, un provecho pecuniario.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 35461

elsiglo.mx