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Sociedad, televisión y sermones.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Dos asuntos han llamado la atención de los medios de comunicación de Coahuila en este año, entre muchos que surgen cada día en nuestra sociedad cambiante y novedosa. Uno salió a luz en los primeros meses del 2003 a propósito de la incidencia de suicidios presentada en Saltillo; el otro, de cobertura nacional, es la discusión suscitada en el ambiente político sobre si las jerarquías del clero católico pueden expresar o no cualquier opinión, favorable o desfavorable, respecto de los candidatos a cargos de elección popular y los partidos que los postulan.

De alguna manera ambos temas tienen un punto convergente en el desamparo moral, cultural y económico que llevó a esa treintena de saltillenses a huir por la puerta falsa de la existencia; a decidir una muerte sigilosa, sin que nadie, cerca o lejos de sus existencias, haya podido advertir sus intenciones a tiempo de evitar que se consumaran; pero también sin causar impacto en las organizaciones gubernamentales, civiles o religiosas, más allá de unas declaraciones públicas, preocupadas y compasivas. Nos queda claro que ninguna persona podía haber evitado la consumación de esos hechos, aún presente en el fatal momento; pero también sabemos que ahora se podría organizar algo inteligente, concreto y duradero para evitar repeticiones en el futuro.

Nuestras poblaciones están sometidas al poder de una perversa conjura mediática: la televisión; hidra de mil cabezas cuyo objetivo es descomponer a las sociedades humanas, lograr su perversión, su aniquilamiento como unidades pensantes y libres hasta convertirlas en una amalgama de idiotizados entes consumistas. La televisión constituye la más nefasta influencia que haya existido jamás en la historia de la humanidad. Caja de luz que produce la tiniebla cultural y condiciona al hombre, desde su más tierna infancia, a vivir en las estancias más sombrías de la estupidez. Tener una televisión en el hogar —no sólo alguna cualquiera, sino la mejor, la más moderna y sofisticada— es la primera ambición de todos los jóvenes que se inician en la vida del trabajo y de la familia, sea cual sea su condición social y económica ¿Qué les ofrece dicho engendro electrónico? Alucinaciones sobre la vida. Comerciales que anuncian automóviles que no alcanzan a comprar, que muestran palacetes en donde no pueden vivir, que enseñan la vida de lujos y placeres a la cual difícilmente podrán tener acceso, que narran los dramas familiares que nadie quisiera vivir y sin embargo muchos enfrentarán tarde o temprano; porque la vida no es como la imaginan los argumentistas, sino cómo se desarrolla en cada tramo de la existencia, incluida la muerte que nos espera a todos al final del camino; pero a su tiempo, cuando Dios lo decida y no uno por si mismo. Morir se ve tan fácil en las pantallas del cine y de la televisión que nuestros jóvenes, de cualquier clase social, pueden ser seducidos por el suicidio, como son tentados por el primer trago de alcohol, la primera fumada de mariguana, el primer pericazo de cocaína, la iniciática inyección de cualquier otra droga fatal y el despiporre sexual. No hay algún contexto moral que defienda y proteja a quienes se someten a tales experiencias; y sí mucha soledad, mucha desesperación y una gran angustia ante su triste sonambulismo social...

Combatir la influencia nociva de la televisión comercial debería ser uno de los deberes primordiales de nuestros gobiernos, tal y como se combate al narcotráfico y se debiera combatir al alcoholismo. Esta esencial tarea debería ser colocada en la tabla de objetivos de las organizaciones civiles de derechos humanos y también tendría que ser preocupación obsesiva de los Obispos y Sacerdotes de la Iglesia Católica y de los Ministros de las demás Iglesias.

La televisión, dispersora de los valores morales y religiosos de la sociedad, sería establecida entonces como punto de atención, crítica y alarma en las agendas de los líderes espirituales del pueblo. La presión social y del gobierno sobre la empresa mediática harían el efecto de un control colectivo que le obligaría a seguir no solamente el dictado de la normatividad vigente, sino el de las buenas costumbres sociales, que evidentemente hemos perdido en nuestro país.

Hoy o mañana iniciará en Saltillo el evento anual que organiza el grupo católico “Familia Mexicana” con el fin de fortalecer en el espíritu colectivo los principios éticos para la formación de la familia. Será sin duda un acontecimiento memorable, como los anteriores; aunque mucho me temo que solo ilustrará a un reducido número de personas. Hacer extensiva dichas orientaciones a los sectores populares, que las escuchen en los púlpitos de las iglesias y que sean conocidas por la mayor parte de la población, podría hacer mucho en favor de la vida y de sus valores esenciales...

En cuanto a los sermones políticos, serían más fructíferos. Hay que decir, sin embargo, que siempre han estado vedados a los curas y siempre han sido pronunciados por algunos, desde antes de la contrarreforma de 1992. No veo a qué tanta escandalera.

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