Todos los días son especiales, porque son días que nunca habíamos vivido. Pero el de ayer, por la fuerza de las costumbres, fue un día aún más especial, por ser considerado como el del amor y la amistad.
Me puedo preciar, consciente de que no es tan común como yo quisiera, de conocer el amor y disfrutarlo a plenitud.
Pero, también me enorgullezco de conocer la amistad y gozarla en todas sus facetas. Porque mis amigos me han dado muchas cosas y momentos verdaderamente hermosos, pero al mismo tiempo, he compartido con ellos las grandes tristezas y no he estado exento de sufrir las consecuencias de una traición. Aunque a este respecto pienso que: “Es más vergonzoso desconfiar de nuestros amigos, que ser engañados por ellos”.
Sin embargo, el balance general es por demás positivo y puedo asegurar que mis amigos le han dado un significado especial a mi vida.
Porque como dijera Baltasar Gracián: “No hay desierto como vivir sin amigos; la amistad multiplica los bienes y reparte los males; es único remedio contra la adversa fortuna, y un desahogo del alma”.
Mis amigos, me han mostrado el valor de la lealtad; la grandeza de la generosidad; la importancia de la solidaridad y el gozo infinito que proviene de las buenas compañías.
En ese sentido y siguiendo a Gracián, no obstante haber nacido en el desierto y amarlo profundamente, mi vida ha sido un verdadero vergel, pues desde muy temprana edad supe lo que era la amistad, aunque también conocí lo que duele el perder a un amigo.
Podría decir, que no hay etapa de mi vida en que me haya encontrado ayuno de amigos. Por todas ellas he transitado rodeado de buenos amigos, algunos juiciosos, otros arrebatados, algunos más reflexivos y silenciosos; y también los hay locuaces, verdaderamente entretenidos.
En todos ellos, existe un común denominador que es el de estar siempre dispuestos a dar lo mejor de sí mismos y eso los hace, a no dudarlo, hombres de bien.
El dar algo de nosotros a un amigo, aunque sea simple lo que entreguemos, es lo que nos hace felices. A veces, basta con regalar una idea, una visión, una concepción o un pensamiento. Porque son las cosas intangibles las que nutren el alma de los amigos.
Hace tiempo, llegó a mis manos este pequeño cuento intitulado: “Sólo para amigos”, que a continuación transcribiré íntegro, pues considero que ilustra perfectamente lo que significa en nuestras vidas la presencia de un amigo.
“Dos hombres, los dos profundamente enfermos y a punto de morir, ocupaban la misma habitación de un hospital. Uno de los dos podía sentarse en su cama durante una hora cada mediodía a fin de evacuar los fluidos de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la única ventana de aquella habitación. El otro hombre debía pasar sus días acostado sobre su espalda. Diariamente, los dos hombres hablaban durante horas.
Ellos platicaban de sus esposas, de su familia, de su casa, sus aventuras, sus empleos; de su participación en el servicio militar y los lugares que habían visitado durante sus períodos vacacionales.
Cada mediodía, el hombre que se sentaba cerca de la ventana, pasaba el tiempo describiéndole a su compañero de habitación todo cuanto podía divisar, hacia fuera, al través de esa ventana. El hombre de la otra cama, se sentía reconfortado durante esos períodos de una hora en los que su mundo se ampliaba y se entusiasmaba y animaba por todas las actividades y colores del mundo exterior que el otro le describía.
Esta ventana –le decía su compañero—da a un parque con un hermoso lago. Los patos y los cisnes juegan en el agua, mientras que los niños hacen navegar sus barcos de miniatura en las cristalinas aguas de una inmensa fuente de mármol blanco y rústico.
Los jóvenes enamorados —añadía— pasean abrazados entre las flores de todos los colores del arco iris. Grandes árboles decoran el paisaje y una hermosa vista de la silueta de la ciudad se puede ver en el horizonte”.
Mientras que el hombre cerca de la ventana describía todo cuanto veía con detalles exquisitos, el otro cerraba sus ojos e imaginaba las pintorescas escenas.
Otro mediodía, el hombre cerca de la ventana describió un desfile que pasaba por allí y aunque el otro hombre postrado no alcanzaba siquiera a oír las bandas, podía sin embargo verlas con los ojos de su imaginación, dada la descripción llena de palabras poéticas y precisas de su compañero.
Una mañana, llegó la enfermera para llevarles agua y descubrió el cuerpo sin vida del hombre que estaba cerca de la ventana. Su vida se había extinguido apaciblemente durante la noche, mientras dormía. Entristecida, pidió ayuda para llevarse el cadáver.
En cuanto sintió que era el momento propicio, el otro hombre pidió ser cambiado de cama para estar junto a la ventana. La enfermera realizó el cambio, alegrándose de poder complacerlo y, después de asegurarse que estaba cómodamente instalado, lo dejó solo.
En forma lenta, el hombre se alzó con dificultad sobre su codo para echar un primer vistazo por la ventana. Al fin —pensó— tendría la alegría de ver por sí mismo todo lo que su compañero fallecido, con tanta precisión había sabido describirle. Pero...¡Todo lo que vieron sus ojos fue un gran muro!
¿Por qué —se cuestionó— su compañero muerto le había descrito tantas maravillas, si ahí no había nada?
Al comentarle a la enfermera su triste hallazgo, ella musitante le dijo: Puede ser que él siempre haya querido darle lo mejor de sí mismo, muchos ánimos y sólo buenas visiones. Porque, ¿sabe? Él era ciego”. (Fin de la historia).
Así son los verdaderos amigos. Nos dan sólo las cosas buenas de la vida, aunque ellos las tengan que inventar para nosotros.