Reportajes

Sólo ruinas de aquel emporio/ Mapimí y Ojuela

El Siglo de Torreón

Mapimí, Dgo.- Un poco de viento y el tiempo se encargaron de borrar casi todo.

Sobre este escenario de pasadas glorias, de aquella lucha casi épica contra las sanguinarias tribus de los indios Tobosos y Cocoyomes; de aquella época de bonanza, de la riqueza que llega de la mano del sudor y la vida que se dejan en las minas, sobre lo que hoy son sólo vestigios y recuerdos, el corazón de La Laguna está enfermo de olvido y apatía.

Y es que en las actuales y apacibles calles de Mapimí, poco hay que sustente el orgullo implícito en la placa que consigna el de 1598, como el año de su fundación, como tampoco nada evoca aquella dura, casi heróica lucha por sobrevivir. Sólo historias, memorias como la de aquel 1715, año de la última incursión de las tribus que costó, además de la destrucción del poblado, la vida a más de 300 personas, 100 españoles y más de 200 criollos, sin contar esas decenas de niños que fueron secuestrados por los Tobosos y Cocoyomes y cuyo destino se pierde entre el morbo y la leyenda.

El panfleto de promoción turística de la zona pondera que ?con su arquitectura y calles permite al visitante viajar al año de 1598, cuando el Sacerdote Jesuita, Agustín de Espinoza, y el Capitán Antón Martín Zapata, llegaron a la zona para fundar la Villa de Santiago de Mapimí?.

?En el pasado para ir a Ojuela se iba por caminos muy difíciles, uno de los principales seguía la ruta de las haciendas y ranchos de La Laguna hacia el norte. De Mapimí a Chihuahua le llamaban ?La Travesía?, por el peligro que representaban los apaches y comanches y después las gavillas de forajidos?.

?Ahora con facilidad se puede visitar la región y admirar el arte de los cántaros, plasmado en el templo de Santiago Apóstol, Panteón y los añejos edificios del centro de la población; el Curato Viejo, prisión de Hidalgo; el Museo instalado en la casa donde se hospedó Juárez, también es digna de admirarse?.

Pero la realidad exige pasión por la historia y mucha imaginación para encontrar la belleza de aquel viejo camastro rodeado de objetos antiguos, de diferentes épocas y diversos usos que coronan el recorrido por tres cuartos adornados con fotografías que mezclan episodios de la revolución con la construcción del Puente de Ojuela. Es la casa donde durmió Benito Juárez y hoy, el Museo de Mapimí.

Modesto, en esa vieja construcción apuntalada por gruesos maderos para impedir la caída de su segundo piso, se encuentra el museo en donde -se afirma- están en exhibición los muebles utilizados por Benito Juárez durante su peregrinar por territorio nacional con los Archivos de la Nación.

En el mismo museo, se encuentra la historia de uno de los yacimientos minerales más importantes de su época y una joya de la arquitectura, el puente colgante de Ojuela.

A pesar de ser ésta una importante muestra del patrimonio histórico y cultural de México, el descuido es evidente y así lo confirma el encargado del lugar, Anselmo García Cabral, una persona de edad madura, quien tiene poco más de un año de estar a cargo del museo y quien comenta que las condiciones en que se encuentra el lugar, son consecuencia de que las autoridades municipales nunca le han puesto atención.

Indica que de acuerdo al libro de visitas, hay épocas del año en que los visitantes llegan a más de mil quinientos al mes, pero hay otras temporadas en las que no llega nadie.

Relata que han estado en ese lugar funcionarios federales, diputados y senadores, además de representantes de varios países que han llegado en camiones especiales para visitar el museo y el Puente de Ojuela.

El museo de Mapimí, dice, es representativo y se ha formado gracias a la colaboración de todos los habitantes del lugar, porque ninguna autoridad ha comprado nada de lo que se encuentra en exhibición; todo ha sido donado y agrega: ?Hay ahí unas fotos de Lázaro Cárdenas y de Francisco Villa que yo traje, y estoy invitado a no traer nada más, porque es muy malo el trato que se le dan a las cosas?.

?Yo soy escritor y cronista, por eso me doy cuenta de que las cosas se hacen sin conocimiento y con mucha improvisación?, comenta refiriéndose a la organización, exhibición y conservación de los diversos artículos que guarda el museo.

Comenta que el descuido ?es porque cada cuerpo tiene una cabeza y en ella una manera diferente de pensar, a gusto del Presidente Municipal y a gusto de otra persona que es el Secretario de Turismo?.

Relata luego algunos problemas que tuvo en diciembre pasado solamente por haber preguntado por su aguinaldo; dice que ?ya le andaba? y por eso se muestra cauteloso en algunos comentarios.

Con respecto al descuido que se observa en la construcción que da albergue al museo y donde la parte inferior es ocupada por una biblioteca y un comercio, además de que en el jardín se colocaron maderos de soporte de balcones interiores que se encuentran en malas condiciones y que ponen en peligro todas las piezas en exhibición que están en el segundo piso, dice que todo se debe a que ni la actual ni las anteriores administraciones municipales han puesto atención en la conservación de este patrimonio histórico.

Indica que cuando se hizo cargo del museo, en septiembre del año 2000, había salas en donde se exhibían fotografías históricas y además se utilizaba como bodega de sillas y mesas de escuelas. ?Ya terminé con eso y se han hecho algunas mejoras, pero no es suficiente?, agrega.

Don Anselmo se muestra dispuesto a hablar sobre las condiciones en que se encuentra el edificio que alberga al museo ?juarista? y dice que hace tiempo estuvieron algunos funcionarios de Durango ?y otras personalidades, pero fue poco lo que se hizo, por ejemplo, esos palos que pusieron para sostener la estructura del segundo piso de la edificación, lejos de estar haciendo un beneficio están causando un perjuicio porque los visitantes se muestran temerosos de subir a donde se exhiben objetos con valor histórico pues temen que la construcción se caiga cuando ellos estén arriba?.

Y agrega que bien pudo valer lo que costó esa madera y la mano de obra, lo que hubiera costado un poste similar a los pilares originales de la construcción y se vería mejor y con mayor seguridad.

?Pero desgraciadamente uno no puede decir nada, lo mejor es trabajar y callarse la boca?.

Las mentiras

El cronista dice que muchos de los datos que se encuentran en los escritos que adornan las paredes del museo, no son ciertos y para demostrarlo se dirige a una pared en donde hay datos acerca del puente colgante de Ojuela y enfático menciona que lo construyó el ingeniero Santiago Minguín y que mide 318 metros de largo y en la parte central más profunda tiene una altura de 88 metros con 30 centímetros, además de que el peso total del puente es de 230 toneladas.

Hay otros documentos en el mismo museo y en algunos libros que han relatado hechos históricos de Mapimí y de Ojuela, en donde se tienen datos que no concuerdan entre sí, al respecto, el entrevistado acepta que hay muchas mentiras porque cada quién escribe las cosas como quiere y así se engaña a la gente.

Pone como ejemplo la reconstrucción de la iglesia y refiriéndose a un escrito en donde se indica que ésta finalizó en 1772, el declarante dice que no es así, ?ya que Mapimí fue destruido en tres ocasiones por las tribus de los Cocoyomes y Tobosos, la última de ellas un Jueves Santo por la tarde, pero del año 1715 cuando fueron sorprendidos, un grupo de personas encabezados por un sacerdote llevando al Señor de Mapimí y cuando estaban a la orilla de Mapimí, allá por donde está el busto de Villa son atacados por Cocoyomes y Tobosos que matan a poco más de cien españoles y 200 criollos y se roban decenas de niños, todos varones?.

Asegura que en el año de 1772 empezó la reconstrucción de la Iglesia, obra que terminó muchos años depués.

Y hay que brincar en la historia a otro siglo: ?hubo un padre que yo conocí, Don Daniel Munn; fue al único al que le adoraba yo la mano, pero no porque fuera padre, sino por su edad, porque merecía respeto, él vuelve a construir el techo y lo hace de bóveda, como ustedes la verán hoy?.

Y sentencia: ?El que cuente mentiras en la historia de Mapimí, está violando la historia patria porque Mapimí forma parte de la historia patria?.

Don Anselmo resume: Lo que aquí sucede se puede interpretar como una falta de respeto a la historia.

Y tiene razón. Como otro testigo mudo de pasadas glorias, de esos eventos que marcan el destino de una nación y que hoy están en el olvido, se encuentran esas cuatro paredes frías y sin sentido donde algún día sufrió parte de su calvario Miguel Hidalgo y Costilla.

Hay una placa que consigna el hecho y la cabeza de un águila que orienta sobre la ruta de la libertad... nada más.

El Puente de Ojuela

La visita a esta región no puede limitarse a la ciudad... queda algo de magia en la posibilidad misma de evocar nuestro pasado reciente en esas construcciones de piedra y el famoso puente colgante que refiere a una época de bonanza.

Caminar en una superficie de aproximadamente 318 metros de largo que tiene 1.83 de ancho no es sencillo. Sobre todo cuando el puente está suspendido sobre la barranca, entre el Campo Sur y Ojuela, separados por un abismo de casi 100 metros de profundidad.

Un paso representa la emoción y el encuentro con el pasado. El Puente de Ojuela construido en 1892 por el ingeniero alemán Santiago Minguín es considerado una joya arquitectónica de América.

Fué construido para sacar el mineral, ya que bajarlo 90 metros y subirlo a la orilla opuesta era cada vez más costoso en tiempo y mano de obra, por lo que la única solución práctica fue la de tender el puente con más de 300 metros de longitud. En el México de ese tiempo la idea era prácticamente imposible.

Durante el año de 1898 fue utilizado para acarrear los productos de la mina localizada en el mismo sitio. En su tipo es el más largo construido en México.

El puente descansa en sus extremos sobre dos soportes llamados estribos. En dichos estribos se apoyan las vigas y cables, que a su vez sostienen el tablero. Las orillas laterales están cerradas con pretiles.

Ha sido escenario de películas nacionales y extranjeras, entre ellas ?Gringo Viejo?. El puente hoy une a una mina abandonada y un pueblo fantasma que conoció años atrás lo que es la abundancia.

No existe el dato exacto sobre la fecha de la construcción del puente, algunos textos viejos y folletos turísticos informan que fue construido en 1892, sin embargo en la obra conmemorativa ?Primer Siglo de Peñoles: 1897-1987, Biografía de un éxito?, en su página 32 incluye una nueva fecha:

?Es realmente notable el puente construido por el ingeniero alemán Santiago Minguín en el año de 1898 donde aún podemos transitar?.

Una investigación realizada por la Presidencia Municipal de Mapimí en 1980 cita:

?Año de 1899.- Se termina de construir el famoso Puente Colgante de Ojuela?. La fecha casi coincide con la que cita ?El Minero Mexicano?, aunque ésta tiene un error, la fecha de la publicación ?El Minero...? es del cinco de agosto de 1897, y en ella se afirma que puente fue construido en 1898, es decir da una fecha a futuro, lo que es increíble, o pudiera ser un error en la obra realizada por Peñoles.

El 31 de agosto de 1907 en Ojuela tuvo lugar un incendio de gran magnitud que arrasó con las habitaciones de madera de los trabajadores.

El incendio se inició como a las cinco de la tarde, fue ocasionado por la explosión de un motor de luz de carburo que estaba en los billares. Seguramente hubo una segunda explosión, al alcanzar las llamas un depósito de gran cantidad de recipientes de alcohol, lo que propagó el incendio a grandes alcances. Fue imposible controlarlo hasta después de las once de la noche. Afortunadamente no murieron personas pero sí hubo grandes pérdidas económicas.

Las ruinas de Ojuela son testimonio de una población única en el mundo, edificada en la cima de las escarpadas barrancas de una enorme montaña. Hoy sólo queda admirar la pendiente de alrededor de tres kilómetros de largo por donde ascendía y bajaba el ferrocarril de cremallera.

La ciudad

Ojuela fue una ciudad bien trazada y organizada en las cimas de las barrancas, con los servicios y comodidades que requería la población de aquella época, con sus calles empedradas y sus nombres grabados en piedras: una de ellas llevaba el nombre del Presidente Porfirio Díaz y una calzada se llamaba ?Progreso?. Entrando al lado derecho estaba la colonia de norteamericanos, vivían en portentosas viviendas. Contaban con tanques que surtían de agua sus casas y a la alberca de donde disfrutaban el panorama del desierto. Tenían teatro y casino donde se jugaba boliche y organizaban animadas tertulias.

En la ladera izquierda, hacia arriba de la barranca, había 200 casas de madera, dispuestas en bases de concreto, destinadas a los trabajadores.

La población de cinco mil 083 habitantes tendían a rivalizar con la de la Villa de Mapimí que era de ocho mil 204.

Frente a la plaza de armas llamada Benito Juárez estaban la capilla y la escuela. El sistema de abastecimiento de agua era excelente, una bomba de 200 caballos de potencia la sacaba y distribuía por una hábil red de cañerías.

En tres tiendas de raya instaladas en partes estratégicas los mineros se surtían de los artículos de primera necesidad.

Había un hotel de dos pisos, cine, hospital, salón de baile, billares y cantinas. En Mapimí se reflejaban los efectos de la bonanza. Circulaba dinero y había comercio.

No obstante la bonanza, no faltaron los problemas de los trabajadores. Hubo algunas denuncias, una de ellas publicada en el periódico La Evolución de enero de 1898, en la que se acusaba a la empresa de pagar con moneda de cartoncillo, que la propia compañía expedía y solo tenían validez en sus cajas de raya.

Ojuela se acaba

En 1961 la empresa Peñoles contrata a Carlos González para que desmantele el pueblo de Ojuela, el puente colgante y la llamada Hacienda de Agua.

Todo estaba planeado para borrar los vestigios de ese pueblo minero y el puente que ya se consideraba por muchas personas como una obra maestra de la ingeniería.

Para llevar a cabo las labores de desmantelamiento, Carlos González a su vez subcontrata Cecilio Hernández Ayala y éste a cargo de cincuenta hombres inician los trabajos para destechar las casas, bodegas, capillas, oficinas y el resto de las construcciones del pueblo.

Esa misma cuadrilla se dio a la tarea de retirar la intrincada red de vías, cableado e instalaciones eléctricas. Una vez que se termina el desmantelamiento de los techos de las construcciones, se da la orden para desarticular el puente colgante.

Una versión indica que a los accionistas de Peñoles no les interesaba conservar el mencionado puente, solamente querían recuperar los cables de acero que lo sostenían. Aunque hay otras en el sentido de que ni eso les era atractivo, ya que para esos momentos había cables de acero de mayor resistencia y posiblemente más baratos, por lo que no era mucho el atractivo que técnicamente pudieran tener los que sostenían el puente.

El puente estaba condenado y debería empezar su desmantelamiento.

Cuenta la historia que Cecilio Hernández retardó a propósito el desmantelamiento de esa estructura, por su mente pasó la idea de conservarlo como un monumento histórico.

En el mismo 1961, el ingeniero Benjamín Ortega Cantero estaba al frente de la Secretaría de Recursos Hidráulicos y hasta él fue Cecilio para solicitar su ayuda y que el puente no fuera derribado. Ortega Cantero visita el lugar, toma algunas fotografías y con ellas se dirige a la ciudad de México en donde logra que se giren instrucciones de que se conserve esa obra monumental.

Fue durante la administración de José Ramírez Gamero, como gobernador de Durango, cuando se hacen algunas mejoras al puente al cumplirse el primer centenario.

Es Maximiliano Silerio Esparza el que autoriza la construcción de una carretera hasta donde inicia el original camino de piedra que conduce al pie de las dos primeras torres del puente colgante.

Paralela a la construcción de ese camino, se sustituyen las torres de sostén del puente que eran de madera y se ponen de acero revestido con madera para darle una apariencia de antigüedad.

Las torres originales del Puente Colgante de Ojuela se encuentran en la actualidad en exhibición en los locales de la Feria de Torreón y la Feria Nacional de Gómez Palacio.

Pero ya todo es historia, recuerdos. Tan sólo quedan las ruinas donde el viento habla de riquezas y ambiciones extinguidas. Los ruidos de máquinas y los rechinidos de los furgones que hacían eco de los cerros hace mucho que callaron. Todo descansa ahora, testimonio inerte de una gloria en el abandono.

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