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Sorpresa

Emilio herrera

La sorpresa de la semana indudablemente la constituyó el triunfo de Arnold Schwarzenegger en las elecciones para gobernador de California. Lo que más sorprende de su triunfo es que lo obtuvo gracias a que los votantes consideraron que su mayor valor era su total inexperiencia política. Ojalá que en un futuro próximo no se arrepientan de ello. Lo otro, lo de manoseador, ni caso tiene en una latitud culpable, gracias a su cine y a su televisión, de que tal actitud cada día tenga más adeptos. Por lo demás, como gobernador ya no tendrá necesidad de perder el tiempo en ello.

El que se habrá sorprendido más que nadie, allá en el infierno al que lo llevaron sus contemporáneos, seguramente fue Nicolás Maquiavelo, tan conocido y tan poco querido, tan poco que por eso, precisamente, pasa su muerte donde la pasa y no con los suyos, con Dante, con Savonarola, con Miguel Angel y Leonardo de Vinci, por citar a algunos, todos de aquella época en la que un orden sólido, el medieval, se derrumbaba y otro nuevo apenas se organizaba. En Italia se había acabado la unidad, sus ciudades se envidiaban unas a las otras. La ciudad más desventurada, siendo la más hermosa, era Florencia. Todas vivían una guerra civil perpétua. Los aristócratas la mantenían contra los demócratas, pero fuera el que fuera que estuviera en el poder, confiscaba los bienes de los otros y hacían rodar sus cabezas.

Aquella fue la época de Maquiavelo. Amaba a sus prójimos y sentía una inclinación por el bello sexo. No creía en nada, ni en nadie, aunque quería creer en uno que vivía en su mente, y trató de crear. Según ocurre con la mayoría de los hombres, Maquiavelo aspiró a ser lo que no podía: un político. Y no lo fue a pesar de que en aquella época todo lo que quería podía serlo. Tuvo que ser literato. Su estilo es brillante, incisivo, demoledor. Y no pudo alcanzar una posición superior a la de secretario, funcionario, consejero, cuando bien le fue.

Sin embargo, muchos de los que entonces brillaron están en el olvido, y Maquiavelo, el secretario ha seguido viviendo en la memoria de la humanidad, gracias a su libro “El Príncipe”, único en su género. Alguna vez dijo que “preferiría estar en el infierno y conversar con los hombres sabios acerca de política, antes que aburrirse en el paraíso”.

Fue entonces, también, cuando surgieron los comerciantes, los banqueros, los individuos de dinero, el mundo actual, y comenzaron a oprimir al pueblo; fue entonces cuando Maquiavelo se preguntó qué era la vida y el orden, y el conocimiento de una finalidad superior, y cuando señaló que si una ciudad o un Estado quieren ser grandes deben ser dirigidas por hombres fuertes, hombres que sepan mandar en beneficio de sus pueblos.

Hay épocas que dan con profusión ese tipo de hombres, y las hay que no dan uno ni para remedio. Por una de estas últimas está pasando hoy el mundo, aunque ninguno de los que manejan algun parte de él lo confiese tan abiertamente como Schwarzenegger, que lo hace seguramente curándose en salud.

Todo se aprende, y la política no tiene por qué ser una excepción, habrán pensado los californianos, y se aventaron en brazos de Arnold, que forzudo como es se deja querer; sin embargo, en su caso no se trata de fuerza bruta sino moral, esa que da la inteligencia, el derecho y la razón.

A Maquiavelo no le hubiera gustado la corazonada, porque eso ha sido, de los californianos; él pensó siempre que la política no es cosa del corazón sino de la razón. Y creo que tiene razón.

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