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Suicidas

Federico Reyes Heroles

“El suicidio es robo al genero humano”

Rousseau

Primer caso.- Imaginemos a un gobernador exitoso. Su entidad presenta los mejores índices en casi todos los rubros: agua potable, electrificación, vivienda, seguridad e incluso, —¡increíble!— corrupción. Es de alguna manera la envidia de muchos de sus colegas. Llega al final de su encomienda cosechando y por ello tiene derecho a ambicionar algún futuro político. El caso de su entidad es además ejemplo muy útil de cómo su desacreditado partido, el PRI, si puede hacer bien las cosas. Todo va viento en popa, no desviar el rumbo y se llega a buen puerto. Sin embargo este triunfador entra al juego vil de controlar y más tarde de beneficiar a su partido con una serie de acciones indebidas. Resultado: su partido, que muy probablemente ganó la elección, queda en el vergonzoso expediente de ver anulada su victoria. La demoledora sentencia del magistrado Jesús Orozco del TEPJF cae encima del gobernador y de sus correligionarios. Peor aún, si en Colima la alianza PAN-PRD prospera, sus opositores podrían ahora obtener el triunfo: el peor de los mundos.

¿Por qué?, es la pregunta que se hacen muchos ¿Qué necesidad tenían? Para el común de los mortales no hace sentido, de triunfadores a sospechosos o, peor aún, violadores de la ley y, además, con una posible derrota en el horizonte. Es suicida. Segundo caso.- Supongamos a un popular Jefe de Gobierno de una de las ciudades más complejas del mundo. Supongamos que además de estar cabalgando exitosamente sobre la bronca bestia, este gobernador recibe un amplio respaldo de los electores en las urnas hace apenas unos meses. Supongamos que, como si fuera poco, ante el vacío de figuras alternativas, este popular Jefe de Gobierno destaca en el horizonte de la adelantada carrera por la silla presidencial en el año 2006. Al popular Jefe de Gobierno la población le ha pasado varios desplantes de franca defensa de la ilegalidad, e incluso el lapsus de considerarse a sí mismo como indestructible. De pronto el popular Jefe de Gobierno se ve afectado por el mismo síndrome que el gobernador del primer caso, es decir empieza a actuar contra toda lógica o sentido común, empieza a actuar contra sí mismo. En un litigio que debía ser un asunto menor del cual además el no es responsable, en lugar de defender la aplicación de la ley, el popular Jefe de Gobierno se convierte en defensor de la rebeldía y la ilegalidad. Es suicida. En su enloquecida carrera contra sí mismo cae en un verdadero absurdo: desafía nada menos que a la Suprema Corte. Porqué, se preguntan sus propios defensores, hacer de ese asunto un momento definitorio de toda una carrera: o se está de un lado o se está del otro. Por qué no mejor acatar la resolución, impugnarla políticamente y quedar como víctima. ¿Para qué convertirse en el adalid de la ilegalidad como opción personal? En la cuestionable disyuntiva justicia versus legalidad un gobernante jamás debe colocarse a favor de la ilegalidad. La señal que manda a sus gobernados es suicida: cuando no estén de acuerdo con una norma porque les parezca injusta, rebélense, yo estoy de su lado. Cómo imaginar al futuro presidente insubordinándose ante los otros dos poderes. Y como remate está la actitud de la Asamblea que sale en su apoyo. Conclusión: respetar las normas sólo cuando estemos de acuerdo. Genial. ¿Pueden un partido así y su más visible precandidato presentarse de verdad como una opción de gobierno para el 2006? Y después vienen las lecturas de afinadas conspiraciones en contra de la izquierda.

Tercer caso.- Imaginemos tres partidos políticos que tienen posibilidades de ganar la próxima contienda electoral. Uno de ellos, el PRI es un caso excepcional en el mundo de un partido hegemónico que, lentamente y sin una revolución violenta, logra transitar hacia un régimen de partidos. No sólo es un superviviente de museo, sino además un caso asombroso de recuperación. El peor de los lastres históricos de ese partido es el carácter antidemocrático, autoritario con el que gobernó por décadas. Lo mejor que le podría ocurrir a ese partido es encontrarse ante la oportunidad histórica de convencer de su reconversión democrática. Para el partido en el gobierno, el PAN, el reto es otro: demostrar que desde adentro se puede ser diferente. Al tercer partido, el PRD, de larga trayectoria de lucha democrática, le pesa sin embargo el retrato como grupo contestatario, no propositivo y, en el fondo, irresponsable como gobernante. A los tres se les cruza la gran oportunidad de enseñar al país sus otros rostros. Además están justo en el momento en que, de adentro y de afuera, se cuestiona a la naciente democracia mexicana por disfuncional. En eso los tres son responsables. El IFE ha sido el eje de la democratización del país. Reconocido por propios y ajenos, en su interior el Consejo es la columna vertebral. Los tres partidos tienen que ponerse de acuerdo en nueve nombres que den garantía evidente de claridad y probidad. Los partidos han tenido largos meses para lograr el listado. No pareciera algo imposible. De pronto, por la forma como se conducen quedan en el peor de los mundos. Se reparten los asientos, lo cual no es nuevo, polarizan las posiciones —el PRI por cortarle la cabeza a todos, el PRD por reelegir a cualquier costo— Al final terminan, con responsabilidad de los tres, dejando fuera a uno de los actores centrales, el PRD, y lanzando una lista en donde lo que priva es el desconocimiento de los escogidos. Para todos es el peor de los mundos. Es suicida. Ante los ojos del ciudadano el PRI, con algunos “mapaches” visibles en le negociación, ratifica su profundo carácter antidemocrático. El PAN se mira igual de avorazado que el PRI de antes, son lo mismo dirá el ciudadano. Y el PRD, de nuevo, queda como un partido que juega a la ruptura como sistema. Para los nuevos consejeros, entre los cuales hay personas de primera, Luis Carlos Ugalde, Andrés Albo, Rodrigo Morales, Arturo Sánchez, de los que he tenido la oportunidad de conocer desde hace tiempo, cae, quizá por la sorpresa, en automático, una muy penosa e injustificada sospecha. La rebatiña entre partidos es la culpable que hoy daña a una de nuestras más sólidas instituciones que también ellos ayudaron a construir. No se vale. ¿Cómo explicarlo?, es de nuevo, contrario a la lógica de la conveniencia común e incluso de su conveniencia. Por eso la razón se subleva. Démosle oportunidad a los nuevos consejeros de demostrar quiénes son. Confiemos en la institución. La ambición, el poder, son venenos tan poderosos que pueden volver suicidas a aquellos a los que atrapan. Quizá por eso dicen que la política es demasiado importante para confiarla sólo a los políticos.

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