Hegemonía “es el consentimiento ‘espontáneo’ que le dan las masas a la dirección impuesta por el grupo dominante”.
Antonio Gramsci
La primera guerra del Golfo Pérsico en 1991, el año que traería también la desaparición de la Unión Soviética, pareció presagiar una nueva era de cooperación internacional surgida de la desaparición del choque de las superpotencias que había durado 46 años.
Estados Unidos pudo montar la mayor alianza militar jamás conformada en la historia para enfrentar a un régimen que había invadido a su vecino Kuwait. Es verdad que el gobernante iraquí Saddam Hussein hizo todo por facilitar esta alianza: Con anterioridad había invadido Irán y había llevado a cabo también sangrientos actos de represión en contra de su propia población. Pero no hay duda de que uno de los factores que permitió montar esa alianza tan amplia fue la ausencia de una superpotencia que se opusiera a los Estados Unidos.
A principios de 1991 la Unión Soviética se desplomaba en medio de una crisis económica y política monumental. A pesar de haber sido durante décadas un contrapeso a los intereses estadounidenses en el cercano oriente y de haber mantenido una estrecha relación con Saddam Hussein y su Partido Baath de ideología socialista, cuando llegó la guerra del Golfo Pérsico sólo pudo mantenerse aparte y permitir que se llevara a cabo la acción militar internacional. Unos meses después, en diciembre, se inauguraba formalmente la era de una sola superpotencia con la desaparición formal de la Unión Soviética.
A 12 años de distancia la aparente unión internacional que surgió con la alianza del Golfo parece desaparecer. Y nuevamente el hecho de que Estados Unidos sea actualmente la única gran potencia internacional es el factor que más incide en la aparente tendencia.
Estados Unidos trató pero no consiguió el objetivo de que su guerra contra Iraq tuviera la bendición del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Washington ha culpado de esto a Francia, que amenazó junto a Rusia que haría uso del veto para evitar una resolución de guerra, pero la verdad es que Estados Unidos no contaba con los nueve votos necesarios para aprobar una resolución en el Consejo. Esto no le ha impedido a Washington alistar una alianza que se apresta ya a iniciar la guerra y que tiene el respaldo de muchas más naciones de las que piensa comúnmente (además del Reino Unido y España, Italia, Portugal, Dinamarca, la República Checa, Albania, la mayoría de los antiguos países socialistas de Europa central y del este, Australia, Kuwait y muchos más).
Paradójicamente Francia ha dejado entrever que se uniría también a la guerra si Iraq usa armas de destrucción masiva, mientras que Rusia ha guardado silencio para evitar convertirse en un obstáculo. Nadie -excepto Iraq— quiere oponerse abiertamente a la única superpotencia que tiene el mundo. La división en el Consejo de Seguridad no se está manifestando en el campo militar.
No es ésta la primera vez que el mundo tiene una superpotencia. Vienen a la memoria los tiempos del Imperio Romano y también los del Imperio Británico. Y si bien es verdad que los tiempos de hegemonía de una sola potencia son de una paz relativa, ya que no se producen las guerras prolongadas por el poder que hubo, por ejemplo, en la Grecia clásica entre Atenas y Esparta o en la Europa del siglo XVI Y XVII entre Francia en Inglaterra, la superpotencia siempre ejerce el poder en beneficio de sus intereses, aun cuando afirme representar un principio ulterior.
La decisión de Francia de bloquear la nueva resolución de guerra en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas parece más un deseo de equilibrar la influencia de la superpotencia que una defensa de Iraq. El propio presidente Jacques Chirac ha sostenido que el meollo del asunto es decidir si los asuntos del mundo se van a definir de manera multilateral, esto es, en las Naciones Unidas u otros organismos multilaterales, o de manera unilateral, o sea, por la decisión del Presidente estadounidense.
La reacción sensata, la que se fundamenta en los principios del derecho internacional, es que el camino que se debe seguir es el del multilateralismo. Pero la experiencia histórica nos dice otra cosa: Cuando existe una superpotencia, es ésta siempre la que termina imponiendo su ley. Y esto no cambia sino hasta que la superpotencia pierde su hegemonía.
La declaración
De nada sirvió que las circunstancias nos hubieran salvado de emitir un voto contrario a los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Vicente Fox, quien no ha entendido que un estadista nunca se arrepentirá de la palabra que no diga, salió a recordarle a los estadounidenses que de cualquier manera México habría votado en contra.