¿Qué le parece? Lo mismo pasa, o tal vez peor, con la industria del calzado, que desde hace años denuncia y solicita apoyo para detener esta muerte inminente de lo que fue orgullo nacional y sigue siéndolo, pero como producto de exportación a otros países, pues el nuestro prefiere, hoy por hoy y con aroma oriental, lo más barato, lucido y chafa.
Ni el espectáculo que nos ofreció Marte esta semana ni el no menos espectacular triunfo de Ana Guevara en París, bastan para aclarar el panorama desalentador de México, que se debate entre los intentos fallidos por enderezar el rumbo, los juicios políticos tan anunciados como frustrados, el desempleo creciente, la crisis de mil caras y la amenaza de que el catarro económico de E.U cruce la frontera y nos llegue como pulmonía fulminante.
La realidad de cada día muestra a todo el que tenga ojos y valor para verlo, cómo a través de los años –gobierno, sociedad e individuos–, hemos venido aniquilando nuestro sistema económico, administrativo y laboral; abandonamos el desarrollo del país y lo que antes nos sostenía, ahora funciona movido prácticamente por manos extranjeras, mientras las nuestras se quedan vacías, impotentes ante la grave situación que viven el comercio, la industria y la producción de bienes cada vez menos nacionales, gracias al disimulo, la falta de previsión y una corrupción generalizada.
Igual en tianguis que en tiendas de departamentos, de segunda o de altos vuelos, podemos encontrar una increíble profusión de artículos extranjeros que compiten con los nacionales en condiciones tan desventajosas (para los nuestros, claro), que el consumidor no tiene más que ceder ante los precios y, como personaje garciamarquino, comprar “a su pesar”. No sé mucho de estadísticas, pero los productores mexicanos de la industria textil (actualmente sesionando para encontrarle una solución a este problema) aseguran que el 60% de la ropa que se vende en México (materia prima y confección) es de contrabando. Esto significa que ha sido introducida a nuestro país sin pagar derechos o bajo procedimientos amañados de marcas y etiquetas cuya función es aparentar una legalización o una procedencia falsas. Del 40% restante, sólo la mitad es producción nacional, pues el otro 20% es importado legalmente. Es decir, que sólo veinte de cada cien piezas de vestir que se venden en México han sido producidas por empresas mexicanas.
¿Qué le parece? Lo mismo pasa, o tal vez peor, con la industria del calzado, que desde hace años denuncia y solicita apoyo para detener esta muerte inminente de lo que fue orgullo nacional y sigue siéndolo, pero como producto de exportación a otros países, pues el nuestro prefiere, hoy por hoy y con aroma oriental, lo más barato, lucido y chafa.
Y así, como agua que se escapa entre los dedos, lo nuestro: zapatos o tejidos, flores y frutas, muebles o cereales, metales, maderas, joyas, productos de consumo y de ornato, materiales para trabajar y para disfrutar, talentos y creatividad en potencia y en especie, ninguneados y disminuidos emigran o son exportados a donde más los quieren, porque nosotros –al fin hijos de Malinche– de plano le hemos abierto la puerta al contrabando, incapaces de defender, valorar y hacer crecer lo nuestro.
Parece que la existencia cotidiana de muchos mexicanos se reduce a la búsqueda de escapes como la rivalidad entre Hugo y Lavolpe, el lado oscuro de Lucerito o las interminables parodias a las que se reduce la televisión no informativa, para no afrontar realidades tan duras como la impotencia del gobierno para tomar las riendas del país y conducirlo hacia el desarrollo y la paz social; o tan vergonzantes como la una y mil veces repetida práctica de despedir a los diputados salientes con premios económicos que son inmorales e injustos, cuando el trabajo (cualquiera que haya sido) ya fue compensado sobradamente cada día de pago; pero sobre todo porque la gente desprotegida de México, los innumerables desempleados y los millones de indigentes que son el tema de sus intervenciones en la tribuna, aliviarían en buena proporción sus penas si ese dinero les llegara en forma de trabajo, de alimento, de recursos o de servicios, en lugar de conmiseraciones, bloqueos de iniciativas o propuestas absurdas: con palabras no se come, pero con dinero generosa y equitativamente repartido sí.
Ni hablar: “bono” dado ni Dios lo quita, como tampoco lo quitarán la ironía o el reclamo de todos los que nos indignamos ante lo que sucede, ni las sugerencias (tan insólitas como loables) de AMLO.
Hace días llegó a mis manos el texto de una conferencia dictada por el C.P. CARLOS KASUGA OSAKA, director general de Yakult, S.A. de C.V. quien exhorta a los jóvenes emprendedores a adoptar algunas prácticas que él considera recomendables para lograr el éxito empresarial. Dejo para otro momento la reflexión sobre cuestiones éticas, laborales y ambientales que me parecen de suma importancia para emprender este cambio verdadero y general que demanda nuestro país, si queremos sacarlo adelante. Me detengo, sin embargo, en el relato ficticio que cierra la conferencia y que viene ad hoc para lo que comentamos en este artículo y las posibilidades que tenemos, como individuos, para afrontar el monstruo de crisis y problemas que conforma nuestro diario vivir.
Había un bosque en el que vivían muchos animales. Súbitamente el bosque se empezó a incendiar y todos los animales emprendieron la huida. Excepto un gorrioncito que de inmediato se acercó al río, mojó sus alitas y voló sobre el bosque incendiado, dejando caer una gotita de agua: trataba de apagar el incendio. Una y otra vez el gorrión regresó al río a mojar sus alas y voló sobre el bosque en llamas, dejando caer una o dos gotitas de agua, tratando de apagar el incendio. Un elefante que pasó en estampida, viendo lo que hacía el gorrioncito le gritó: ¡No seas tonto! ¡Huye como todos! ¿No ves que te vas a achicharrar? ¡No! –contestó el avecilla– este bosque me ha dado todo, familia, felicidad; me ha dado todo y le tengo tanta lealtad que no me importa morir; ¡voy a tratar de salvarlo! Continuó yendo al río, mojando sus alas y revoloteando sobre el bosque ardiente y dejando caer una o dos gotitas de agua. Ante esta actitud los dioses se compadecieron de él y dejaron caer un tormenta que apagó el incendio. Y el bosque volvió a reverdecer y a florecer y todos los animalitos regresaron a ser felices, más felices de lo que eran antes de casi perder lo que tenían...
Como sugiere Kazuga, tal vez nuestro México sea un bosque en llamas: las de la crisis social, política, moral, económica y cultural, pero si muchos “nos ponemos el saco” y actuamos como el gorrión del cuento, a lo mejor los dioses se apiadan de nosotros y logramos verlo renacer. El chiste es no poner los ojos en otro bosque, ni traer gorriones de fuera, cuando es el nuestro y nos debe el intento de conservarlo.
ario@itesm.mx