Cesar Vallejo
Queridos José Ramón, Andrés y Gonzalo:
Imagino que están tristes, muy tristes. También imagino que tienen frío, mucho frío. Supongo, igualmente, que se han de sentir sumamente fatigados, así como si hubieran escalado la pirámide de La Luna. ¿Verdad que cansa mucho llorar? Personalmente me deja por puertas, es decir, cansadísima. De ahí que sea tan exclusiva respecto a la cantidad de lágrimas que debo de derramar. Sobre todo en relación a aquellas que vienen desde lo más profundo del corazón. ¿Verdad que ésas hasta duelen? Seguramente se debe a que están ocultas desde hace muchos años. Por eso cuando las derramamos tienen un gusto como a viejo, a ¡chamois! ¡Son ácidas y muy amargas!
Sin embargo, dicen que es fundamental echarlas para afuera, porque de lo contrario tienden a contaminar las demás, las otras que nos faltan, aún, por llorar. Es bien sabido que llorar alivia mucho, sobre todo en momentos de duelo de un ser muy querido. Me acuerdo que cuando se murió mi madre, una noche lloré tanto que hasta empapé mi camisón. Al otro día amanecí con dolor de anginas. En cambio cuando me anunciaron la muerte de mi padre, recuerdo que de la impresión me dejé caer de rodillas, pero tardé mucho en llorar. ¿Será por eso que todavía le lloro?
A pesar de que nada más los he saludado, en dos ocasiones, algo me dice su actitud, que se trata de tres jóvenes ¡buena onda! Tres jóvenes que han tenido que adaptarse a situaciones a veces nada fáciles. En primer lugar con la enfermedad de su madre la cual padecía desde hace muchos años.
Y en segundo, con los cargos políticos de su señor padre, asumidos desde antes que nacieran. De ahí que concluya que los tres resulten más maduros que los chavos de su edad. No, no ha de ser nada fácil tener un padre entregado cuerpo y alma a la política. Así mismo no ha de ser nada fácil enterarse de las críticas que le hacen sus enemigos. Como tampoco ha de ser nada sencillo tener que soportar a los lambiscones que los grillan por el solo hecho de ser hijos del gobernador del Distrito Federal.
Y lo más probable es que ahora, en la nueva realidad de Andrés Manuel, su tarea se vea duplicada. Por un lado tendrán que ayudarlo a que no sienta tanto la ausencia de su madre y por el otro, deberán darle ánimos para que continúe gobernando acertadamente la ciudad más grande del mundo. ¿Saben lo que me consuela? El ejemplo y los valores que estoy segura les heredó su mamá.
Esa mujer que estuvo preparada a todo con tal de no dejar de apoyar a su marido a lo largo de todos los años que vivió con él. Esa mujer que “no salía corriendo” ni con amenazas de bombas caseras como la que les colocaron en 1996 a las puertas de su casa de Villahermosa, ni tampoco con las presiones por parte de Madrazo, capaz de todo con tal de desprestigiar a Andrés Manuel.
Fíjense José Ramón (“el más serio e introvertido”), Andrés (“que es candela pura”) y Gonzalo (“el que más extraña a su papá”) que la última vez que hablé con su mamá, largo y tendido, fue en el mes de noviembre de 1999. Eran los días en que su padre era candidato por el PRD a la candidatura a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal. Como quería presentárselo de cuerpo entero a los lectores, decidí entrevistar telefónicamente a doña Rocío. Tengo muy presente el timbre de su voz, cálido y firme a la vez. Pero de lo que más me acuerdo es de su buena disposición para platicarme de cosas que ni me incumbían, como por ejemplo su noviazgo. Según ella, fue un poquito accidentado porque a Andrés Manuel lo acababan de nombrar delegado del Instituto Nacional Indigenista en su estado natal.
El caso es que no les quedaba mucho tiempo ni para admirar la Luna. Andrés Manuel es de los que se apasiona por su trabajo y esto lo tomó como si se hubiera tratado de una misión. Se entregó por completo a su tarea y a los programas. Muchas veces en lugar de ir al cine o a un parque conmigo, yo lo acompañaba a reuniones o asambleas para aprovechar el poco tiempo que teníamos para vernos, me dijo.
Su mamá también me contó, que en su época de noviazgo también se veían a la hora de la comida. Según la fecha era la categoría del restaurante. Si se daban cita para comer durante los primeros días de quincena, iban a muy buenos restaurantes. Pero la mayor parte del tiempo comían en la cafetería de la universidad. Entonces ella trabajaba en las mañanas en la Secretaría de Educación Pública como asesora en el Departamento de Educación para adultos y por las tardes, estudiaba.
Como en esos años vivía en Teapa, tenía que recorrer 45 kilómetros para llegar a Villahermosa. Me dijo que habían durado de novios un año y que se casaron en Teapa. ¿Dónde creen que se fueron de luna de miel? ¡Claro! A Cuba. Al regresar se fueron a vivir a una comunidad indígena que se llama Tueta. Es la misma época a la que se refiere Katia d’Artigas en su columna, en la cual recuerda: Temprano una mañana, Rocío despertó sobresaltada. En su susto matutino nada tenía que ver el trabajo político de su marido -que le causaría también preocupaciones- sino con dos ojos que miraban, curiosos por la ventana. Los indígenas de la zona, comentó años más tarde entre risas, solían despertar al amanecer y solían espiarlos. Bueno, el caso es que allí naciste tú, José Ramón, sin que tu madre nunca hubiera dejado de trabajar en la Secretaría de Agricultura. A pesar de su chamba, nunca dejó de acompañarlo en los proyectos de su padre. Junto a él trabajó en la fundación de secundarias y preparatorias que no existían en la zona. También le daba muchas ideas para el programa de radio chontal que era transmitido en su dialecto. Pero en lo que lo auxilió más Rocío fue en el programa de vivienda. Más de tres mil viviendas se construyeron. Pero lo que más le gustó a Rocío fue la creación de las fábricas de escoba los talleres de costura para las mujeres y los programas de alfabetización. Nuestros días empezaban a las cinco de la mañana y terminaban a la una del día siguiente”, me dijo muy gratificada.
Me acuerdo que en la conversación telefónica su madre me comentó que a Andrés Manuel no le gustaba bailar, pero que como padre era muy cariñoso. Cuando le pregunté cómo era como compañero, a Rocío le cambió la voz. De pronto se volvió como la de una adolescente: Como compañero, es muy leal. Lo admiro porque no es rencoroso, por su perseverancia y su gran tenacidad, me confesó esta eterna enamorada de su marido. De lo que no había duda es que ambos estaban en la misma frecuencia. Mi mujer es mi gran apoyo. Es mi paraíso. Con ella he enfrentado siempre los momentos más difíciles de mi vida. Ella me ayuda, me apoya, me critica. Es mi consejera... le dijo Andrés Manuel a José Frías Cerino cuando le preguntó cuáles eran sus grandes amores, en la entrevista que se publicó en el libro Tabasco: la historia de estos días.
He allí un matrimonio amoroso y unidísimo. He allí una pareja que creció junta procurando siempre hacerse mucho bien. Y he allí unos papás cuyos ideales sirvieron para educar a sus hijos no nada más con amor, sino con el ejemplo. Es este el recuerdo que les quedará, en su corazón, para toda la vida. Algo me dice que con el tiempo, los tres, se enamorarán, con la misma entrega y solidaridad que Rocío y Andrés Manuel. Los tres educarán a sus hijos con los mismos valores. Y cuando los tres sean viejitos, se acordarán de este par de novios que aunque no sabían danzar, eso sí, lo bailado, ¿quién se los quita?
Reciban de parte de mi marido y mío, un abrazo y un beso para cada uno, Guadalupe.
P.D. Para su papá todo nuestro respeto y afecto. Él ya sabe.