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Tele-novela

Adela Celorio

Siempre he sabido que mi computadora me trae entre ojos. Lo noté por la forma en que se negaba a salir del empaque para tomar su lugar en mi escritorio y por el taimado silencio con que aguardó a que acabaran de instalarla para informarme que si pretendía hacerla trabajar, primero tendría que programarla.

¿Y eso qué significa? -pregunté, porque no tenía la más vaga idea. Para cumplir con sus requerimientos, conseguí un encantador cibermaestro que además de programarla me introdujera dulcemente en los misterios de tan hostil aparato.

Algo he aprendido pero en cuanto empieza a sentir mi dominio, aprovecha la menor distracción de mis dedos en el teclado para mandar mi trabajo de muchas horas a la conchinchina sin boleto de regreso, o empieza a loquear porque que dizque se le metió un virus.

¡Ah! y que no se entere de que tengo prisa porque aprovecha para extorsionarme, como en este momento en que cuento con sólo una semana para entregar las correcciones del manuscrito de una novela de su servidora, que se publicará próximamente y, pues no hay manera porque la neurótica ésta, no obedece y como siga en este plan, el libro difícilmente verá la luz un año de éstos, por lo que he decidido adelantarles algo en este espacio.

Resulta que el personaje de mi novela es la televisión y la forma en que incidió en la vida de quienes la vimos nacer y crecer. De quienes nos creímos a pie juntillas lo que dijo Zabludowsky diariamente en “24 Horas”, e hicimos un hábito de mirar “Siempre en domingo” a Raúl Velasco.

Sin ellos y sin nosotros derramando baba frente a la pantalla, el PRI y sus cuarenta ladrones no hubieran durado tanto tiempo. Mientras millones de mexicanos se fosilizaron frente a las pantallas para mirar el futbol, la vida se atoró.

Dos o tres noches a la semana sin televisión y otra hubiera sido la historia. Pero no fue así y por el contrario, nos volvimos adictos porque: “Una imagen dice más que mil palabras pero hay asuntos cuyo discernimiento demanda dos, tres, 100 mil palabras. La imagen coquetea irremediablemente con la simplicidad. Debemos defender nuestro derecho a lo complejo”, asegura Federico Reyes Heroles y tiene toda la razón.

Pero catatónicos frente al aparato, absorbemos indolentes mensajes tan perversos como el de Elba Esther Gordillo, quien vestida de color de rosa y con inocentes ademanes del declamador sin maestro, tomó la palabra para soltar lo mejor de su camaleónica retórica el día del Informe.

En principio esto puede parecer muy inocente, pero la complejidad consiste en darnos cuenta de que tenemos ante nosotros la prueba fehaciente de que la transa sí avanza.

Paradigma de los más altos ideales PRIistas, la Gordillo sale de lo más profundo de las cloacas políticas para tomar la palabra en el foro más alto del país sin que nadie se escandalice por ello. La tele nos tiene acostumbrados a eso y a más.

Una perpleja más en un país de perplejos, no es cosa que deba preocupar a nadie, pero entre la mala vida que me da la computadora, las perversidades vestidas de rosa que nos ofrece la pantalla y esta llovedera que me está haciendo pensar en la necesidad de empezar a construir un arca, a veces me dan ganas de que paren el mundo para bajarme, porque como que no acabo de cogerle el paso a este desorbitado tercer milenio.

Debe ser cosa de ritmo, el mío sigue siendo el más rápido del siglo XX pero nada que ver con el XXI. adelace@avantel.net

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