Por María Cecilia Aguilar Acuña
El Siglo de Torreón
SAN PEDRO, COAH.- Fue una tromba nunca antes vista. Hombres, mujeres y niños permanecían en la zozobra dentro de sus hogares. El silencio de la noche fue irrumpido por la precipitación pluvial que abrió la tierra en grietas impresionantes.
José Ventura Rodríguez Morín, oriundo de este ejido netamente carbonífero y candelillero, no podía creer lo que sus ojos veían como consecuencia de la tormenta que azotó a la región hace dos semanas. Si bien es cierto que en el lugar cada que llueve, “parece que la tierra se abre”, la magnitud de este fenómeno provocó que las “abras”, crecieran en profundidad y extensión.
Mala Noche, un poblado que de este municipio queda a una hora y media de camino, es habitado por 35 familias aproximadamente. Una capilla donde se adora al Santo Niño de Atocha parece erguirse majestuosamente en el poblado, “ahí las mujeres rezan y le cantan al Hijo del Hombre para pedir por todos nosotros”, señala José Ventura.
Pareciera que nada pasa en este ejido. Pero muy de mañana las amas de casa se “apean” para preparar los alimentos: “frijolitos, sopita y el chilorio que nunca falla”. Luego salen presurosas para dejar a sus niños a la escuela primaria unitaria “Benito Juárez” que se localiza en el área, “donde con mucho ahínco reciben lecciones por un sólo maestro -Juan Alanís-, los niños de primero, segundo y tercer año”.
Lo alejado del lugar no ha permitido que los efectos de la modernidad acaben con la vida sana y la bondad que caracteriza a sus habitantes. En Mala Noche prácticamente no existe nada: ni tiendas, ni hospitales, ni doctores, ni farmacias... sólo mucha pobreza, “pero no tenemos problemas como en la ciudad, donde el pandillerismo, la drogadicción y el alcoholismo están a la orden del día”.
Por eso Mala Noche es la otra cara de la moneda en relación a San Pedro, pues ahí la vida es sana, debido a que la gente vive en contacto con la naturaleza, “esto quizá es bueno, pero también pudiera ser malo, pues hay muchas carencias y la belleza del lugar alimenta el espíritu, pero no al cuerpo”.
La llanura –mejor conocida como “El Barrial” que se localiza a 600 metros antes de llegar a la población- es una extensión territorial donde no se aprecia ningún vestigio de hiedra, matorrales o árboles, “es pura tierra compacta donde un avión pudiera hacer su aterrizaje sin problema alguno”, dice.
Las características de la región permiten el nacimiento de mezquitales con los que los hombres procesan el carbón. Más que con la candelilla, es con el mineral como sobrevive la población.
“Pero a duras penas”, pues el carbón requiere de un gran esfuerzo al que se le tiene que dedicar al menos, una semana”. José Ventura explica que primero se tumba el mezquite que luego se corta en pedazos y son colocados alrededor de una especie de poste.
“A la leña que se enreda en ese palo, nosotros la llamamos chabete y cuando se forma un círculo grande –aproximadamente de tres metros por tres- se tapa en la parte de arriba y luego se enciende. Y la idea es que el fuego baje, pero siempre se dejan huecos para que entre el oxígeno y evitar que aquello se vuelva ceniza”, explica.
Según el informante, es una labor muy pesada, “mucho el trabajo, poca la paga donde al productor le lleva aproximadamente tres días enredar la leña y otros tres días su quema... ellos tienen que velar día y noche este último proceso, si no, pueden perder todo el tiempo invertido”. Actualmente el carbón es pagado por el cliente a dos pesos y cada semana están vendiendo 500 kilos.
Jesús Ventura dice que la candelilla solamente la trabajan para obtener el Seguro Social, “pero no deja nada”, comenta con desánimo y agrega, “fíjese, dicen que en Europa el kilo cuesta 22 dólares, cuando aquí, solamente 22 pesos”, ríe ante el comentario.
Pequeñas casas de adobe adornan el árido aspecto del lugar. Sus habitantes acostumbrados al intenso sol, parece no hacer mella en ellos. No hay otra diversión que la televisión, “pero tiene que ser a blanco y negro, pues la de color quema la batería de las fotoceldas”.
Y es que comenta que cuando fue presidente Carlos Salinas de Gortari, “allá por el año 90 ó 91, nos visitó y nos llevó estos aparatos, pues no teníamos luz... iluminábamos nuestros hogares con velas”, recuerda.
El poblado carece de agua potable, el líquido es llevado semana a semana por una pipa desde San Pedro, “es suficiente para la población”, comenta y luego de una pausa dice: “la cuidamos mucho, pues sabemos que es lo más preciado... quizá por eso nos rinde”.
La tranquilidad del lugar vino a tambalearse aquel día, cuando vieron la magnitud en la abertura de las grietas. Al decir de José Ventura, la más extensa atravesó el camino que lleva de la Estación Talía a Mala Noche y que impide el paso a los vehículos, sobre todo, a los camiones de carga.
Esta grieta oscila desde uno a cinco metros de profundidad, “ahí han caído más de 20 animales entre bovinos y equinos”. Y es porque los animales se acercan para comer las vainas de los mesquites que se encuentran alrededor de la represa localizada en el área donde se presentó la abertura.
Las casas de Porfirio Castruita Cázares, Andrés Castruita Cázares y Roberto López Cárdenas, fueron las afectadas, pues la grieta continuó sus viviendas.
“Porfirio ya sacó a su familia de la casa, se fueron a vivir enfrente con otro familiar, pero las otras personas están de testarudos y ahí siguen”, añade.
Los habitantes de Mala Noche esperan que las autoridades correspondientes les ayuden en un estudio geográfico del lugar, “pues nada ganamos con que nos hagan puentes o algo similar, si el problema es grave”.
Y es que comenta que en una parte de la grieta se formó una especie de cuadro profundo, “le hemos metido piedras, arena y troncos, pero éstos desaparecen...”.
Los lugareños piensan que va a un antiguo río subterráneo y su temor crece ante la idea de que, “nos pueda chupar la tierra”.