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Templar la crítica/Ante el informe

Sergio Aguayo Quezada

Se emponzoñó la relación entre el Presidente y buena parte de los comentaristas (sobre todo los de la prensa escrita). Cuando en el pasado se practicaba el ritual del “informe presidencial” las llamadas páginas editoriales chorreaban melcocha. En esta ocasión, el informe llega arropado de una crítica ácida y sistemática. ¿Tiene sentido seguir golpeando de esa manera al Presidente? ¿no valdría la pena reorientar la reflexión por otros derroteros?

En los albores del sexenio era riesgoso que un columnista tocara a Vicente Fox con el pétalo de la crítica que, por otro lado, era bastante escasa porque había una luna de miel entre periodistas y mandatario. El intrépido que se atreviera a expresar dudas sobre el Presidente guanajuatense se arriesgaba a una lluvia de airados reproches. A medida que la esperanza fue perdiendo su verdor y follaje, se multiplicaron las condenas y el silencio fue invadiendo a los hinchas presidenciales. En la actualidad son unos cuantos los que insisten en defenderlo, para lo cual responsabilizan de los tropiezos, las depresiones y los malos humores del inquilino de Los Pinos, a quienes poblamos el “círculo rojo” (ese mítico espacio donde, según los cronistas presidenciales, habita una raza de biliosos y amargados incapaces de reconocer logros).

A estas alturas resulta ocioso especular quién empezó la dialéctica del enfrentamiento; no recuerdo si primero fue el error presidencial o la condena de los columnistas. A estas alturas no importa. Resulta más fructífero discutir el porqué se dio. Para ello, tomo el “Caso Guido Belsasso” en donde aparece desnudo uno de los peores defectos del Presidente. Lo comento para demostrar que, desde otra perspectiva, el asunto también exhibe oportunidades. El guión es de dominio público: un astuto periodista, Jaime Avilés de La Jornada, puso una trampa al encargado de combatir las adicciones desde la Secretaría de Salud. Adicto a las posibilidades de los negocios jugosos, Guido Belsasso presumió ante un supuesto empresario italiano del acceso que tenía a los hombres y las mujeres de Presidencia. Era la manera como podía demostrar la capacidad que tenían, él y su empresa de consultoría, para allanar obstáculos. Belsasso ignoraba que la conversación estaba siendo grabada. Cuando la noticia se supo, nuestros gobernantes consideraron oportuno que bastaba con “aceptarle la renuncia” para, supongo, no lastimar la sensibilidad del funcionario que todavía ahora sigue convencido de haber sido tratado injustamente (el hecho contrasta porque exactamente una semana antes habían despedido sin explicaciones a Mariclaire Acosta, subsecretaria de Relaciones Exteriores encargada de los Derechos Humanos).

La arrogancia y el desparpajo, público y privado, de Guido Belsasso tienen su origen en una de las características del actual Gobierno. Pese a que la biografía del personaje da para varios capítulos de alguna “Antología de la tranza de cuello blanco”, no tuvo grandes problemas para aterrizar en un poderoso tercer nivel del gabinete. El impecable lavado de currículum sólo necesitó el detergente adecuado: a Guido le bastó con ser el esposo de Sari, una querida amiga de Marta. Como en los viejos tiempos, el amiguismo y la impunidad siguen siendo bastante comunes en el nuevo régimen. En su afán de reconocimiento, los nuevos gobernantes fueron doblegados por las palabras zalameras, por los halagos, de los cortesanos que siempre caen parados.

El guión -propio de un sketch de “Palillo” o “El Caballo” Rojas- captura el nudo más dramático de esta última etapa de nuestra larguísima transición. Como candidato, Vicente Fox se comprometió a ocupar un espacio que rápidamente abandonó. Fox cultivó entre los electores la idea de que iba a ser un Presidente todopoderoso que domaría a la rejega historia. Para la imaginación colectiva esa retórica quería decir que Fox sería como los presidentes tradicionales, pero en bueno; él sí aplastaría el mal, él sí permitiría que floreciera el bien. El mensaje embonaba con los patrones culturales de una ciudadanía endeble, que todavía transfiere al gobernante o al poderoso la responsabilidad de resolver sus problemas. Súbitamente, Vicente Fox encarnó a otro personaje. Decidió que su función sería la de garantizar la estabilidad y la paz social y dejó en libertad a su gabinete y a los poderes fácticos. Su equipo recibió un enorme margen de maniobra que algunos utilizaron para trabajar y otros para cometer barbaridades. Esa sustitución de papeles llevó al emponzoñamiento de la relación entre comentaristas y Presidente. Si caló tanto el sorpresivo, “¿y por qué yo?”, fue porque Vicente Fox antes había gritado “lo haré yo”. Del imperativo pasó al condicional sin que mediara una explicación convincente. La suya fue una decisión estratégica que podemos condenar pero que tenemos que incorporar al análisis. Ya no tiene sentido seguir reprochando las promesas incumplidas. El Presidente ya no va a cambiar y aunque quisiera hacerlo, su capacidad de maniobra está muy acotada.

La metamorfosis creó vacíos de poder que, al llenarse, recompusieron el mapa de fuerzas dentro y fuera del Gobierno. Creció la influencia del gabinete hacendario y el de seguridad, de los Partidos Revolucionario Institucional y el de la Revolución Democrática, de algunos gobernadores (como Andrés Manuel López Obrador), de los medios de comunicación y de algunos narcotraficantes. Los grandes perdedores fueron el Partido Acción Nacional y los organismos civiles tan activos en décadas anteriores y que en este Gobierno se desmovilizaron, en parte porque algunos de sus dirigentes se incorporaron al Gobierno. Así pues, en estos tres años sí ha habido transformaciones, pero no las que muchos queríamos. El error estuvo en creer que podía haber una presidencia imperial democrática.

Si tomamos este enfoque pueden sacarse otras lecciones del último trienio. El principal cambio estructural ha sido el de la Ley de Transparencia y Acceso a la Información, posible por el impulso de una coalición de medios impresos y académicos agrupados tras la Declaración de Oaxaca. La lección es obvia. Hay un enorme y gigantesco ventanal de oportunidades que será aprovechada por quien tenga mayor poder o imaginación, organización y audacia, en la movilización de una sociedad que sigue esperando las transformaciones. El cambio de piel realizado por Vicente Fox tiene como aspecto positivo que obliga a la ciudadanía a salir a defender sus derechos frentes a los poderosos de la economía y la política.

En las vísperas del tercer informe de Gobierno el saldo es obvio. A lo mejor fue deliberado, lo más probable es que sea accidental, pero el hecho es que Vicente Fox modificó el papel que él mismo se había dado. Esa fue su decisión y a nosotros corresponde descifrar las implicaciones para reorientar el análisis y templar la crítica. La transición está lejos de haber terminado.

La miscelánea

La Procuraduría General de la República está investigando en serio la tragedia de las “Muertas de Juárez”. Aunque es todavía pronto para decir si podrán coadyuvar en el esclarecimiento de los crímenes y la localización de los asesinos y las desaparecidas, me impresionó el trabajo que están haciendo los subprocuradores José Luis Santiago Vasconcelos y Mario Álvarez Ledezma y que me fue explicado en una reunión de trabajo para la elaboración del Diagnóstico sobre la situación de los derechos humanos en México que preparan las Naciones Unidas. Finalmente empezó a moverse el pesado aparato estatal; más vale tarde que nunca.

Comentarios: Fax (5) 683 93 75; e-mail: sergioaguayo@infosel.net.mx

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