Con el tercer informe ante el Congreso de la Unión, el gobierno presidido por Vicente Fox: el primer gobierno de la alternancia, cruza simbólicamente el ecuador de su gestión sexenal.
Enfatizo el hecho de ser el primer gobierno de la alternancia para remarcar lo que pudiera quedar olvidado al pretender hacer comparaciones con los tiempos y estilos pretéritos en que el tercer informe significaba ser la gran fiesta del presidente de la República: la plenitud de la gestión; el mensaje político que se pronunciaba ante una Cámara de Diputados nueva, donde el presidente en turno gozaba de todo el poder, puesto que en la praxis del sistema político que subsistió más de setenta años, ese dedo decisor que desde Palacio Nacional o desde Los Pinos, se constituía en la práctica en el gran elector, en el fiel de la balanza; en el sublime “palomeador” de las listas de los que llegarían a ser representantes del pueblo, pero nominados por el partido tricolor.
En el ejercicio del poder sexenal, el presidente en turno llegaba a su tercer informe a la nación con toda la fuerza del poder, que en la primera parte del mandato era indudablemente fuerte, pero todavía compartido por las herencias del gobierno anterior tanto en lo referente a gobernadores subsistentes, como a senadores y diputados federales, muchos de los cuales todavía eran “palomeados” por el presidente saliente entre otras cosas para tener el seguro de vida que le cubriera las espaldas.
Por ello dijera lo que dijera el presidente, informara lo que informara, su salida triunfal del recinto legislativo y las loas que por varios días se le hacían, lo presentaban ante la opinión pública como un semi dios ubicado en el Olimpo de su poder sexenal.
Hoy por supuesto las cosas han cambiado: Ya desde que comenzara de hecho, aunque tímidamente el proceso de transición durante el gobierno de Miguel de la Madrid se dio una nueva relación entre el Congreso Federal y el presidente del Ejecutivo en donde las críticas a su gestión ya fueron rotundamente manifestadas a través de pancartas y gritos en el recinto legislativo.
A eso hay que aunarle actualmente el hecho objetivo de que las grandes promesas de campaña del carismático candidato blanquiazul no han podido ser ratificadas en los hechos, aunado a un criticismo feroz a todo lo que haga o deje de hacer el presidente de la República y sus colaboradores más cercanos.
En adición a ello está el hecho de que la apuesta que hicieran ciertos personajes cercanos al Presidente, apostando a que las elecciones federales de mitad del sexenio se convirtieran en una especie de ratificación popular a favor de una mayoría legislativa que permitiera al Ejecutivo la fácil introducción de las reformas estructurales que el país está necesitando imperiosamente. Sin embargo, esa mayoría de diputados no sólo no se dio sino que el resultado electoral significó un importante traspié al partido en el poder.
Estos factores conjuntados con otros, obligan al presidente Fox a establecer una nueva relación política con los otros poderes de la Unión. Le obliga a consensuar los acuerdos, le obliga a actuar con mayor responsabilidad política de lo que lo ha hecho en la primera mitad de su mandato, so pena de una posible frustración del proceso de transición por no conseguir el marco político económico necesario.