SALTILLO, Coah.- Fue como en las películas. De pronto un hombre joven desquiciado, se levantó de su asiento en el vagón del vagón del metro donde viajaba, sacó su pistola de la bandolera y sin motivo alguno comenzó a dispararle a los pasajeros a quemarropa. Todo fue pánico, gritería y confusión. En segundos, quedaron en el piso seis personas; cinco muertas y una herida gravemente.
El único sobreviviente de los pasajeros heridos en aquel fatídico 26 de septiembre de 1995, en el transporte subterráneo de la capital del país, un lagunero, narra a El Siglo su terrible experiencia, que le marcó y le cambió la vida para siempre.
Sotero Guerrero Camacho, un hombre que se aproxima a la tercera edad, es un hombre de baja estatura, de vestir sencillo, tranquilo, amable y jovial. Ahora es pensionado de la ex Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos (SARH), hoy Sagarpa. Normalmente, usa gorra para cubrir su cabeza, a veces tipo beisbolista; otras, una elegante estilo inglés de décadas pasadas.
“El Jalapeño”, como se le conoce a Guerrero Camacho entre los priistas, sigue ejerciendo una de sus facetas: la locución, con su particular estilo norteño cuando hace décadas se inició en Ciudad Acuña, lugar donde vivió hace años, aunque es originario del ejido Hidalgo, Francisco I. Madero.
Sotero, esta sentado en una de las bancas del patio interior del Palacio de Gobierno. Es una mañana de este otoño que apenas inicia. El reportero se le acerca y le pregunta que por qué esta tan pensativo: “Es que hoy se cumplen ocho años de que la libre. ¡Bendito sea Dios! Me salve por poquito”, responde pensativo y con la mirada perdida. En esos momentos se escuchan las campanadas del “Ángelus” de la Catedral de Saltillo, en el corazón del Centro Histórico de esta ciudad.
Por la amistad de años que nos une, me atrevo a remover en el baúl de sus recuerdos, su experiencia terrible.
“En septiembre de 1995, yo estaba comisionado en el CEN del sindicato de la SARH, en la ciudad de México --comienza su narración--, cuando hubo cambio en la directiva nacional, afortunadamente en el grupo donde yo estaba ganamos las elecciones con Genaro Alanís de la Fuente, entonces yo iba a estar como secretario particular en el siguiente trienio. El día 5 me vengo para mi casa en Saltillo, porque agarramos 15 días de vacaciones.
“El día 25, me hablaron de México que tenía que ir a Zacatecas, me voy para allá de inmediato a un asunto del sindicato y de ahí me voy en autobús a la ciudad de México. El 26, llego en la mañana al Distrito Federal como a las 4:30 de la madrugada a la Central Norte, me voy al metro a la estación que esta enfrente de la central y ahí fue el accidente, apenas iba entrando a un vagón de la línea que va de la Avenida de los Cien Metros a La Raza”.
DISPAROS...GRITOS...CONFUSIÓN
Cuando “EL Jalapeño” entró a la estación del metro, llevaba colgada al hombro su maleta de viaje y en su mano derecha su portafolio de trabajo. Se dirigía a las oficinas de su sindicato, ajeno a lo que le iba a suceder, entre toda la multitud que presurosa abarrota todos los días el metro capitalino.
Después de comprar su boleto y de meterlo al torniquete, se dirigió a las vías. El tren llegó, justo frente a Sotero quedó la puerta de un vagón, espero a que bajara pasaje y entró. Apenas, alcanzó a dar unos pasos cuando sintió un fuerte zumbido en su cabeza, no hubo dolor, se le nubló la vista y no escuchó nada, se le doblaron las piernas y cayó pesadamente al piso del carro. No supo ni sintió nada más por unos instantes.
Justo en los momentos en que entraba al vagón, a dos o tres metros de distancia, se levantó un hombre joven de su asiento. Era un agente de la Policía Judicial del Distrito Federal, quien había perdido la cabeza por un problema moral. Sin motivos, sacó su pistola calibre 9 milímetros y la disparó en varias ocasiones contra la multitud, a diestra y siniestra.
El vagón fue el pandemonium. La acción no duró más que segundos, tal vez uno o dos minutos. Cuando el desquiciado terminó de disparar, dejó en el piso cinco muertos y un herido de gravedad.
Entre las personas muertas había una joven señora con siete meses de embarazo, dos hombres de cincuenta y tantos años, y dos estudiantes del Politécnico, de 19 años, que a esa hora se dirigían al instituto.
Sotero, recibió un balazo en la nuca, muy cerca del cerebro, la bala se quedó a milímetros de la corteza cerebral.
“Quedé tendido de espaldas al piso. No se cuanto tiempo pasó, pero me dirigí a Dios y le dije: Hermano, déjame vivir más tiempo, pues no sabía si estaba muerto o vivo. Desperté y sentí los brazos y piernas de plomo, no sé cuanto dure inconsciente, pero ya despierto no veía nada, pero oía que decían: ‘Ese esta muerto, ese también esta muerto, déjalo a ese no lo levantes, ese tiene un balazo en la cabeza, déjalo ahí y si no esta muerto ahorita se muere.
“Pero yo no sabía que se referían a mí, yo no podía ni ver ni moverme nada, ni siquiera podía hablar, y me quería levantar pero no podía, sólo sentía a las personas a mi alrededor, y me volví a dormir y no supe nada, hasta que desperté en la Cruz Roja de Polanco.
“Me levantaron los socorristas dándome por muerto, y ahí en la Cruz Roja permanecí tirado en una plancha..Hasta como las once de la noche un médico se dio cuenta que yo todavía tenía vida, no recibí ninguna atención, hasta que el médico me preguntó: ‘Oye puedes hablar’. Luego después me dijo yo te voy a operar, si no te vas a morir. Hasta que por fin llegaron mis familiares de México, quienes me llevaron al Hospital López Mateos, y ahí me operaron.
“Tuve tres intervenciones desde ese día hasta diciembre de 1995, pero yo no veía. Cuando despierto de la primera operación, me dijeron que la bala era 9 milímetros, se incrustó unos cuantos centímetros y quedó cerca de tocar el cerebro, unos milímetros más y no estaría aquí contigo contándotelo
“Afortunadamente cuando me hirieron no perdí mucha sangre, la hemorragia fue hacia fuera, y no podía ver porque la inflamación de ese parte de la cabeza me oprimía el nervio óptico, pero con el tiempo fui recuperando la vista como hasta marzo de 1996. Nunca me desesperé por no ver, creo que el sólo hecho de haberme quedado en el mundo me daba fuerzas para soportar mi ceguera, y la vista la recuperé totalmente hasta casi un año después”
Del hospital López Mateos, fue llevado al Hospital Nacional de Neurología, donde recibió por espacio de ocho meses terapia para recuperar la vista y la memoria. Aunque dice que fueron días angustiosos, siempre conservó la calma y la esperanza de que se recuperaría. Además, en todo momento tuvo la visita y el apoyo de su esposa y de sus hijos, lo que considera muy importante, y que de no ser por ellos no hubiera salido adelante.
“SOY MAS CONFORME”
P.- ¿Cuál es la reflexión que haces, ahora al paso de los años?-
R.- “Mi vida cambió totalmente, pero en sentido positivo. Ahora me siento más liberado, más libre, ya no ambiciono lo material; valoro lo sencillo de la vida, a la familia, a mis amigos, al trabajo. Soy más conforme con lo que Dios me da. El sólo hecho de despertar cada mañana, y decir gracias Dios por otro día más de vida, me hace sentir muy a gusto y muy tranquilo y feliz.
“No guardo ningún rencor contra la persona que me hirió, nunca en ningún momento. Yo les dije a sus familiares que no pedía nada contra el policía que me atacó, y les decía que Dios lo perdonara. Su hermana me abrazaba y lloraba por eso que les decía
“Salí liberado, hasta de vicios, pues luego de salir del hospital ingresé a alcohólicos anónimos y desde hace cinco años no pruebo ni una gota de alcohol. Por eso digo que este accidente me cambió la vida, porque ahora creo que soy un hombre mejor”.